Comer con pan

SABE BIEN

Pan
Pan

27 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Leo que un youtuber de éxito, Cenando con Pablo, acaba de incluir a Casa Marcial en su ranking de los mejores restaurantes de España. Sin tener muy claro si el reconocimiento le aporta algo al mejor restaurante de Asturias, entré a ver el video de su visita a La Salgar y es realmente hipnótico, no pude apartar los ojos de la pantalla ni relajar el ceño hasta el final. «Qué locura, cómo sabe», comienza, entusiasmado y conciso, al probar la croqueta de los Manzano, aunque pronto tropieza: «Por dentro se percibe como aceitosa, pero no es molesto en el paladar». Intentando arreglarlo, continúa: «La bechamel es super untuosa», pero de nuevo llega el desarrollo: «Para que me entendáis, la textura es como cuando te comes un quesito de esos de La Vaca que ríe». Lo peor es que todo esto pretende ser un elogio a una de las mejores croquetas del país, creadora de escuela, doctrina y hasta de jurisprudencia.

Se podría dedicar un artículo a cada una de las escenas del video pero voy a destacar solo una más. Tras haber comido ya un par de entradas del menú degustación, el influencer lamenta a cámara que todavía no le hayan traído el pan. Aunque no se trata de un olvido sino del propio diseño del menú, cuando un camarero intenta llevarse el pequeño cuenco donde acaba de comer una fresquísima cuajada de apio, algas y pepino, se lo impide y lo retiene reclamando su pan. Finalmente se lo traen y su rostro se enciende de alegría: «¡Empieza la fiesta!», dice metiendo a placer mano y miga en la cuajada como si fuera una cazuela humeante de callos.

Por lo que veo luego, untar pan en casi todo es una de sus señas de identidad. Merece la pena verle hacerlo, con firmeza y maestría, puliendo la última esquina de cada plato hasta arrancarle su verdadera esencia. En esa exaltación del pan, por un momento me pareció oír a un tío mío cuando nos decía a los pequeños en la mesa: «Come con pan», intentando aplacar esa falta de filtro que le permite a un niño, si te descuidas, comerse él solo todo el plato de almejas.

Percibo en esa sobreactuación con el pan un gesto de inocente rebeldía frente a un modelo gastronómico digno de mejores argumentos en contra. Y me cuesta entender la complacencia de algunos restaurantes con sujetos mediáticos dirigidos a un auditorio antagónico a su propia clientela, que les agradecen la cortesía y las atenciones con chanzas castizas sobre sus platos, sus precios y sus liturgias, solo para confirmar prejuicios y aliviar traumas colectivos contra la alta cocina. Se trata de descifrar la complejidad destruyéndola, convirtiéndola en una polémica insustancial pero multiplicadora de likes, ofreciendo ejemplo y legitimación al auditorio para untar pan en una cuajada o cualquier otra ocurrencia, con la tranquilidad de no estar haciendo el ridículo sino ejerciendo un legítimo y sagrado derecho.