Purita de La Riva, ilustre pianista asturiana: «Nunca he necesitado demasiado tiempo para ensayar»
LA VOZ DE OVIEDO
La ovetense, que ya tiene 90 años, analiza su vida al frente del piano que tan buenos momentos le ha regalado
08 mar 2023 . Actualizado a las 10:08 h.Aunque su pasión por la música se la «regalaron», por sus venas siempre corrió sangre artística. Su madre ya tocaba el piano con tan solo 10 años y su abuelo paterno era capaz de replicar cualquier obra en dicho instrumento con solo haberla escuchado previamente, una cualidad que también ha heredado su sobrina Covadonga de la Riva. Además tener las manos pequeñas no ha supuesto ningún impedimento a Purita de la Riva (Oviedo, 1933) para convertirse en una de las mejores pianistas de Asturias, a pesar de que «siempre quise ser religiosa». A sus 90 años recién cumplidos no le faltan ganas de seguir tocando. Sus dedos de oro continúan moviéndose por las teclas como si de peces en el agua se tratase. Ni siquiera necesita mirar la partitura para hacer sonar cualquier melodía con la que llena el alma de quien la escuche y que le ha permitido cosechar durante más de medio siglo una infinidad de éxito. «No puedo estar más agradecida. Sobre todo con mi público y con el Ayuntamiento de Oviedo, que siempre ha apostado por mí», asegura la discípula predilecta del insigne músico ovetense Saturnino del Fresno, quien analiza en La Voz de Asturias cómo ha sido su vida dedicada al piano y a la docencia.
—¿Cuándo surge su pasión por la música?
—Mi pasión por la música me la regalaron. Fue una casualidad el empezar a tocar el piano desde tan niña. Yo creo mucho en la providencia y pienso que todo lo que me ha venido no es como yo hubiera pensado, sino lo que me ha ido surgiendo. Dio la casualidad de que en Oviedo había una profesora en el colegio al que yo asistía que había sido conocida de mis padres antes de ser ella religiosa. Era hija del que fue secretario judicial de mi padre cuando recién casados fueron a tomar posesión al juzgado de Chantada, en la provincia de Lugo. Cuando vinieron a Oviedo, después de varios años destinado fuera como magistrado, fui al colegio de la Medalla Milagrosa. Allí ella le dijo a mi madre: «Voy a enseñarle música a Purita». Mi madre dijo que bien, pero que todavía era muy pequeña, ya que solo tenía 6 años, y que podía esperar un poco. Pero mi profesora quería tener ese gusto de enseñarme porque decía que me había oído cantar y que entonaba muy bien. Y así fue el empezar. Con ella, en dos años, cursé tres cursos de solfeo y dos de piano y, al llegar ese momento, la destinaron a otra ciudad.
—¿Qué pasó a partir de entonces?
—Otra cosa buena que ocurrió es que vino a Oviedo a dar un concierto el gran pianista, que a la vez era catedrático en Madrid, don José Cubiles, que tenía un amigo íntimo en la ciudad que era magistrado y, por tanto, compañero de mi padre. Ese señor le pidió a mi padre si el pianista podía venir a mi casa para ensayar con el piano porque había un intervalo de dos días entre el concierto que daba en Oviedo y el que iba a dar en Gijón. Mi padre le dijo que sí, que podía venir. Él estuvo tocando y, al verme por ahí, me preguntó si no iba a estudiar música. Mi madre le dijo que ya tocaba alguna cosa y que había hecho ya dos cursos. Como tenía todavía 8 años le llamó la atención y dijo que me quería escuchar tocando el piano. Toqué, supongo que lo mejor sabía en aquel momento, y él dijo que no me podían descuidar porque tenía muy buenas cualidades. Mis padres dijeron que como llevaban poco tiempo aquí no conocían nada aún. Entonces él les dijo que en Oviedo estaba el mejor profesor que quizás se pudiese encontrar en toda España: don Saturnino del Fresno. Contactamos con él y empezó a darme clases en mi casa.
—Con 9 años dio su primer concierto con el piano. ¿Cómo recuerda ese momento?
—Nunca voy a olvidar ese día. Con Saturnino empecé a los 8 años. En junio hice el tercer curso de piano; en septiembre, cuarto; y al otro año, quinto. Entonces con 9 años me preparó mi primer concierto, que fue a través de la radio. Lo recuerdo con emoción porque la primera parte tocaba yo sola cosas de Bach, Scarlatti y demás autores buenos, pero la segunda parte fue a cuatro manos con él una transcripción que había para piano de una sinfonía de Mozart. Fue hermoso. Me acuerdo de un detalle. Al final del concierto me dijeron que si quería decir algo y yo dije: «mamaina, guapa, me oíste bien».
«Cada vez que iba a Madrid había una gran expectación»
—A partir de ahí siguió formándose.
—Sí, seguí estudiando con don Saturnino y en aquella época, en Oviedo, uno solo se podía examinar hasta quinto de piano. No estaban aquí impuestos todavía los otros cursos. Entonces, para sexto, séptimo y octavo había que ir a Madrid o Barcelona. Fui a Madrid y hubo mucha expectación porque no era normal. La profesora que presidía el tribunal me preguntaba si era verdad que tenía 10 años. Me dejaron tocar todo el programa entero, mientras que otros tocaban solo alguna que otra obra. A la salida, vio que yo estaba esperando a ver si nos daban la papeleta, y me preguntó que con quién había ido. Señalé a mis padres y fue a hablar con ellos. Les metió en un aula vacía para pedirles que me quedase con ella para hacer de mi una estrella que brillase en el mundo entero. Estaría con ella todo el año, me cuidaría como si fuese su hija, por el verano y las navidades volvería a casa, además mis padres no tendrían que pagar ni una peseta por que me diese clase. Pero mi madre, que era muy inteligente, dijo «qué es que no la ve bien preparada». «Admirablemente», le respondió. Entonces mi madre dijo «pues mire señora, si usted con un ratito está como está, pues cómo estará su profesor. No podemos hacerle eso, sería clavarle un puñal en el pecho». Ella que no estaba conforme dijo que Don Saturnino era ya muy mayor, que se podía enfermar…, pero aún así no llegué a ir con ella porque era la más pequeña de 11 hermanos. Fui el año siguiente a séptimo, yo no me daba cuenta porque iba a lo mío pero luego me dijeron que había mucha expectación en Madrid por si volvía, ya que no era normal que a cursos tan altos llegasen niñas tan pequeñas. Lo bueno es que no había límite para empezar porque en otros planes de estudio posteriores el mínimo para entrar en grado medio eran los 12 años, que fue cuando terminé yo.
—Con 12 años ya recibió sus primeros premios, el primer Premio fin de carrera y el Premio extraordinario «María del Carmen» del Conservatorio de Madrid, ¿qué supusieron para usted estos reconocimientos?
—Tras acabar octavo, donde había que sacar sobresaliente, opté a los premios. Éramos 17 concursantes ante un tribunal de gente super entendida, en el que además tenían que estar algunos pianistas que no fueran profesores del Conservatorio de Madrid. Conseguí estos premios y volvimos tan campantes para Oviedo. Por aquel entonces no había los medios de ahora, pero al llegar a aquí ya había algún artículo e incluso le hicieron una entrevista a don Saturnino, que había estado presente en el premio. Pero bueno, yo me lo tomaba sin más, lo hacía todo con naturalidad por la edad y era como el que estudia otras cosas.
—Tras estos premios inauguró la temporada de conciertos de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, ¿cómo lo vivió?
—Ese mismo año (1945) don Saturnino me preparó para dar un concierto en la Sociedad Filarmónica. Mi madre le dijo que si no se daba cuenta de que era un sitio donde había tocado mucha gente importante, pero él estaba convencido de que iba a tocar muy bien. Dijo que le había dado tranquilidad y que se había dado cuenta de que tenía madera para salir a un escenario porque en Madrid había quedado sorprendido de lo que me crecí, de que lo había hecho aún mejor que en los ensayos. Finalmente di ese concierto y fue un grandísimo día. Estaba a tope, no había ningún hueco vacío, y cuando salí estaba medio teatro o más en la calle esperándome para volver a aplaudir. Tuve que tocar dos propinas y en una de ellas no me dejaron ni acabar de los aplausos.
«Nunca he dado una gira, sino que he tocado en lugares puntuales»
—Sus padres siempre la apoyaron, pero hubo una época en la que no pudo salir al extranjero para dar conciertos porque decían que eras demasiado joven. ¿Cómo lo vivió?
—No fue tanto como no dejarme sino por circunstancias de la vida. Como decía al principio, es por la providencia que te va poniendo el camino. Por ejemplo, antes de hacer los 13 años yo era la única mujer, aparte de mi madre, que estaba en casa. La mayor de mis hermanas se había casado, dos eran religiosas y solo quedaban chicos. De aquella, mi madre estuvo tres años sin poder salir de casa, la mitad de ese tiempo estuvo en la cama por problemas de salud, entonces tenía que estar pendiente de ella. Cuando di el concierto en la Sociedad Filarmónica, había un señor de la Filarmónica de Vigo que estaba de paso y le dijo mi padre que el día que quisiese y en las condiciones que quisiese yo podía ir a tocar con ellos. Además, mediaría para que también tocase con el resto de Filarmónicas de Galicia, porque en aquel entonces si eras socio de una podías ir a otras, para que hiciese un gira. Pero como mi padre no podía abandonar el trabajo y mis hermanos estaban estudiando, no pude ir. Hubo un concurso internacional al que tampoco fui. Surgió algo que hizo que no fuera, no porque no estuviera preparada.
—No obstante, siguió creciendo personal y profesionalmente, ¿cómo fueron esos tiempos?
—Con 23 años entré en el conservatorio. En aquel entonces dieron un permiso para que se diesen aquí los tres últimos años a los que yo tuve que ir a Madrid. Era una plaza nueva. Lo otro era considerado grado medio y esto era superior. Lo saqué, hice también oposición y la gané. Ahí he estado 47 años y tengo que agradecer que he dado muchos conciertos en Asturias porque yo nunca he dado una gira, sino que he tocado en lugares puntuales. Estuve en ocho o nueve ciudades de España e incluso en Roma. Fue en la academia de Santa Cecilia. Había ido a una canonización con una de mis hermanas y allí en un salón de actos, donde cabían unas 2.000 personas y que ese día estaba lleno, había un piano. Me dijeron de tocar y toqué Jota: Viva Navarra. También llevé la música a pueblos de Asturias, una vez organizadas por la Caja de Ahorros, otras veces por la Consejería... Me acuerdo de una de la Caja de Ahorros que fue en 10 sitios de Asturias —entre los que estaban Oviedo, Gijón, Avilés, Mieres, Sama y Luarca—.
Luego en el conservatorio he procurado ayudar y a la vez disfrutar con la música que llamamos de cámara. He tocado a dúos una temporada con clarinete con Alberto Vientimilla; con la magnífica violinista eslovaca, Greta Hrdá; con violonchelo hice tríos, cuartetos, quintetos… Con orquesta he tocado 11 obras diferentes, que no significa 11 veces sino que 20 y tantas o incluso 30 veces porque hacíamos varias ciudades. Toqué también con la orquesta de León, a la que iban a reforzar músicos de aquí. Por lo tanto, trabajé con varios directores de orquesta diferentes.
«Mi vida ha sido muy completa, la música me lo ha dado todo»
—¿Qué porcentaje de su vida diría que se pasó ensayando?
—Si te soy sincera, nunca he necesitado demasiado tiempo para que las cosas salgan bien. Es otro don que tengo. Ahora se ha editado un libro mio y, cuando vi todo lo que había tocado, no daba crédito porque tuve mucha facilidad en poco tiempo. Además mi vida ha sido muy completa, la música me lo ha dado todo.
—¿Le quedó algo por probar en el ámbito del piano?
—No, porque incluso toqué con cantantes como Celia Alvarez Blanco o Begoña García Tamargo. Aunque es verdad que mi vocación la tuve que compaginar con mi vida familiar, no pude ir de un sitio a otro. Mi madre estuvo en casa y la tuve que atender hasta que murió con 87 años. Luego, la mayor de mis hermanos, cuando quedó viuda, estuvo conmigo 33 años hasta que murió con alzheimer. Yo además tuve otra vocación que no era andar por el mundo sino unirme a mis hermanas y ser religiosa. Pero bueno, por circustancias familiares no pudo ser, ya que mis padres eran mayores y no los iba a dejar solos.
—Todo este esfuerzo hizo que a largo de su vida haya recibido varios reconocimientos, ¿cuál ha sido el más importante?
—Tengo que estar agradecida porque me hicieron muchos, quizás más de los que merecía. Uno maravilloso fue en el Auditorio, el 29 de diciembre de 1999. Ese día estuvo el teatro lleno. Hizo la presentación Cristóbal Zamora, una buenísima persona, un gran músico y muy generoso porque siempre estaba buscando que la gente de su alrededor estuviese contenta. Luego, en la primera parte actuaron todos alumnos míos: Jorge Muñiz, José Ramón Menéndez, Manuel Antonio Rodríguez Bravo, Miguel Ángel Fernandez Vega, Ramón Sobrino, María Encinas y Luis Vázquez del Fresno. También la Sociedad Protectora de La Balesquida y la Cofradía de los Estudiantes me hicieron socia de honor.
Otro homenaje muy bonito fue el que recibí en el Congreso Internacional de pedagogía e investigación performativa y creatividad música celebrado en 2019 en el Teatro de la Filarmónica de Oviedo. Ahí toqué a cuatro manos con Antonio Soria obras que hicieron Jorge Diego Fernández Valera y Gabriel Ordás. También fue muy bonito cuando en el conservatorio instalaron una placa en un aula que daba clase o cuando en Luarca pusieron un aula con mi nombre. Por supuesto, fue un honor para mi cuando pusieron a una calle de Oviedo mi nombre. También agradezco el libro que escribió Fernando Agüeria, director del Conservatorio Superior de Música de Oviedo, sobre mi vida. Es una maravilla.
—Ha dado muchos conciertos, ¿alguna experiencia o anécdota que le venga a la memoria que tenga que ver con el piano?
—El primero lo tengo como si fuera reciente. Éste del auditorio también porque luego toqué con orquesta el concierto número 3 de Beethoven. Otro que fue muy emocionante fue el concierto que di con la orquesta que dirigía don Vicente San Timoteo. Hubo una época, que fue cuando murió mi padre, que dejé de dar conciertos y, como la gente quería seguir escuchándome, me organizaron este concierto y tocamos a Felix Mendelssohn. Fue fantástico.
—¿Tenía algún ritual durante los conciertos?
—Siempre me santiguaba. Yo siempre he tenido mucha fe, entonces la ayuda del Señor siempre la pido. A veces a algunas niñas a las que les daba clase les decía que rezasen por mi si tenía concierto al día siguiente. Algunas lo entendían, otras decían que qué falta hacía si ya tocaba muy bien. Además, antes de los conciertos siempre tenemos algo por ahí, pero lo superas. Con aquella edad salía al escenario y tocaba como si estuviera en casa. Pero a medida que cumples años, te vas dando cuenta de que hay alguna responsabilidad y, a día de hoy, todavía me sigo poniendo nerviosa. Es sobre todo al principio, luego lo superas.
—¿Cuándo fue la última vez que tocó el piano?
—La última vez que toqué en la Sociedad Filarmónica fue a los 70 años de mi primer concierto, aunque mi último concierto fue el 17 de diciembre de 2021. Fue dentro de un congreso y aprovecharon para hacer la segunda edición del librero porque la primera se había agotado. Toqué con un programa.
—¿Aún le quedan ganas para seguir haciéndolo?
—En casa sigo tocando, pero los conciertos ya no. Aunque me lo propusieron, lo más prudente es no hacerlo. Los médicos temen que me emocione y como llevo marcapasos no es bueno. Además yo creo que ya estuvo bien.
—A parte de ser concertista, ha hecho una gran labor por la difusión de la música asturiana para piano.
—Desde el primer concierto con la Filarmónica, a través de don Saturnino, ya toqué una rapsodia asturiana de González del Valle. También al año siguiente toqué otra obra que compuso él sobre el Vals de la ópera Fausto. Eran cosas que decía que se iban a perder porque de aquella no había grabaciones y encima lo dificultaban bastante todo lo que podían. Recuerdo en una ocasión que había un concurso nacional de preguntas a gente culta, a nivel de universidad o más, y pidieron de cada región pusiera algo musical, bien fuera canto, un instrumento, un grupo o lo que fuese. A Modesto González Covas, que trabajaba por aquel entonces en RNE en Oviedo, y a otro que era profesor en el conservatorio se les ocurrió que yo tocase una versión asturiana. La toqué en un piano. Se entusiasmó tanto con el tema que quería darlo a conocer. Habló con la familia y le dieron más música de la que yo tenía. Con esa se hizo un disco y toqué en el Centro Asturiano de Madrid dos veces. Luego en algunos sitios toqué solo canciones de González del Valle, pero en otros toqué normal e introducía alguna. Pero bueno, no solo toqué canción asturiana de González del Valle sino también de otros autores como Enrique Truan, Julián Orbón, Leoncio Diéguez o Facundo de la Viña, pero tuve menos oportunidad de hacerlo ya que no tenían una obra tan extensa. También di a conocer algo de Martínez Torner.
—¿Cuáles son sus músicos favoritos?
—Me gusta mucho González del Valle porque sino no lo hubiese tocado. Pero hablar de músicos favoritos es como poner a un goloso en el escaparate de una confitería llena de pasteles. Yo tengo Johann Sebastian Bach, Ludwing Van Beethoven, Amadeus Mozart, Robert Schumann, Franz Schubert, Fréderic Chopin, Franz Liszt… también depende de cómo estés de ánimo, te apetecen unos u otros. Españoles me gustan Granados, Manuel de Falla y Joaquín Turina. De lo de ahora, muy moderno, me gusta, pero es muy distinto. Cuesta un poco más, es muy disonante muchas veces.
—¿Cuál es la obra más difícil de tocar?
—Aunque me gusta Franz Liszt y toqué casi todo lo de él, su Rapsodia Húngara número 12 tiene tela. La Campanella también es difícil y peligrosa porque tiene muchos saltos. Esta última la toqué una vez con 12 años y hablamos don Saturnino y yo, bueno casi que le convencí, de que en lugar de meterla en programa fuese propina porque en una propina, después de un programazo largo, si te sale algún fallo no pasa nada. En cambio un programa tiene que salir perfecto. También una vez di una propina que era una jota de zarzuela puesta para el piano perfectamente, pero que también es difícil de tocar.
—¿Y la qué más le gusta?
—Es muy complicado escoger entre tanto, pero me gusta mucho Preludio, Coral y Fuga de César Franck. Me llega muy al alma. Una sonata son tiempos y los lentos son los que llegan al alma, me gustan mucho. Luego también me han gustado mucho las obras de Claude Debussy. Por ejemplo, Clair de Lune es muy bonita. Una que me recuerda mucho a mi madre es la que dice 'No la puedo olvidar porque la tengo amor' que es La lancha marinera de González del Valle. Yo en general he tenido suerte en que casi nadie nunca me ha impuesto el qué tocar, salvo don Saturnino, que preparaba los programas.
—También se dedicó a la docencia. ¿Cómo fue esa etapa en su vida?
—Aunque tuve que compaginar tocar con la enseñanza, a parte de cuidar a mi madre, fue una experiencia muy buena porque tuve la suerte de tener grandes alumnos, salvo una persona o dos que les dije que empleasen las horas en otra cosa. No era porque no estudiasen, pero aquello no progresaba. El resto han sido magníficos. Aparte de los que participaron en el concierto del Auditorio para darme un homenaje, también di clase a Jesús Ángel Arévalo, que aunque no tocó ese día fue un gran alumno y ahora es un gran músico. Sacó temas asturianos. El otro día todavía me trajo unos preludios compuestos por él. Además, mi sobrina Covadonga de la Riva es una gran pianista. Tiene las mismas cualidades que mi bisabuelo y estas las han heredado también sus hijos Fernando y Antonio, y su nieta Lucía.
—¿Qué opina de la situación actual de la enseñanza del piano y de la música?
—Hace 20 años que estoy jubilada. Lo hice a los 70 cuando podría haberlo hecho a los 65 como todos, pero quise seguir. Últimamente no estoy muy informada porque siempre te desligas. El Conservatorio sé que ha menguado el número de alumnos de piano y puede ser porque han menguado los nacimientos. También dicen que es porque en las casas pequeñas no entran pianos o molestan a los vecinos. Pero bueno, ahí están el grado medio y superior. Lo elemental está en la Escuela de Música del Ayuntamiento, que hasta hace poco supe que había bastante gente.
«Oviedo es una ciudad muy musical»
—¿Cree que la sociedad asturiana valora realmente la cultura?
—Ya dije cuando pusieron una calle con mi nombre que Oviedo, aparte de los títulos que tiene, era una ciudad muy limpia y muy musical. Creo que en la música somos unos privilegiados. En pocos sitios hay dos buenas orquestas, óperas, zarzuelas, ballet, muchas escuelas de música y conservatorios, coros… En general, no se puede decir que Asturias carece de música, al contrario, porque hay bandas también. La Filarmónica ha hecho base de mucha buena música durante muchos años, aunque es verdad que ha bajado el número de personas. Por eso animo a la gente a que vuelva a hacerse socio porque en estas sociedades tienen que saber con lo que cuentan para contratar a artistas de categoría. Pero bueno, el ideal que yo siempre he tenido y que he intentado hacer es traer la juventud a la buena música. Recuerdo con mucho cariño conciertos que di de joven, en el paraninfo de la universidad, que estaba aquello que hasta me daba miedo que se fueran a caer. Todos los alumnos que tuve eran juventud, pero es verdad que a los conciertos no van mucho. Y eso que a los alumnos del conservatorio les hacen un precio muy reducido para mi gusto.
«La música es un idioma universal»
—Por último, ¿qué consejo le daría a aquellas personas que comienzan a tocar el piano?
—Pues que tienen que tocar con gusto y con corazón. Es algo esencial en la música. No es solo correr mucho o tocar sin ninguna mentira, sino que es transmitir, pero para transmitir hay que sentirlo. Si a ti no te está emocionando, cómo vas a emocionar a nadie. Es lo grandioso que tiene la música, que puede valer para una nana como para una marcha fúnebre como para una jarana. Si estás contento, ese día tienes que tocar cosas más grandes. Además, otra cosa buenísima que tiene es que es un idioma universal. Recuerdo una vez que fuimos a un hotel en Segovia, llegó un autobús de turistas y, como llovía muchísimo, se acomodaron en el hotel. La dueña me dijo que ya nos conocía y que si podía tocar un poco para entretenerlos. Fui a un piano y toqué algo. Entonces empezaron a llegar unos y otros. Entre ellos había una persona que también era música y, aunque no nos entendíamos porque hablábamos dos lenguas diferentes, tocamos a cuatro manos porque la partitura es la que es para todos.
«Muchas gracias a La Voz de Asturias, a los de 90 años nos gusta mucho»