Saltarse las normas, cuestionar al poder político y a la ciencia o buscar refugio en el campo son algunos de los comportamientos comunes de episodios anteriores a la actual pandemia, que han sido analizados por un grupo de investigadores de la Universidad de Oviedo

Elena G. Bandera
Redactora

Se limitaron los contactos familiares, los ritos funerarios tuvieron que modificarse y la opinión pública comenzó a poner en entredicho las decisiones tomadas por los políticos. Al cundir el desánimo, el miedo y la incertidumbre, también afloraron las supersticiones y el desprecio por las leyes. La enfermedad, que se transmitía con mucha facilidad, podía provocar la muerte pasados siete o nueve días de un primer cuadro de síntomas que incluían dolor de cabeza, malestar en la garganta y vómitos. Se vieron afectados todos los habitantes de la ciudad, que había cuadriplicado su población en un periodo relativamente corto de tiempo, pero sobre todo las personas más vulnerables.

Este podría ser el relato de lo ocurrido en cualquier ciudad en 2020, durante la actual pandemia de coronavirus, pero sucedía entre los años 430 y 426 antes de Cristo en Atenas, en plena guerra del Peloponeso, cuando una epidemia que causó la muerte de al menos un cuarto de la población irrumpía en la ciudad, probablemente a través del puerto de El Pireo. La llamada peste de Atenas es una de las epidemias históricas que han precedido al coronavirus y que han sido analizadas en su conjunto por un grupo de profesores de los departamentos de Historia y Medicina de la Universidad de Oviedo para contribuir a entender la actual crisis sanitaria a través de las que ya hubo en el pasado.

«Hemos visto que a lo largo de la historia se repiten bastantes comportamientos en las diferentes epidemias que han tenido lugar anteriormente y que parece que vuelven a darse en la actualidad», explica el coordinador del grupo de trabajo de esta investigación -denominado Grupo Epidemia-, Alejandro García Álvarez-Busto, que es profesor de departamento del departamento de Historia de la Universidad de Oviedo. La línea del tiempo de esta investigación se inicia en el Paleolítico, puesto que se ha venido demostrando que ciertas epidemias pudieron contribuir a la extinción neandertal, y finaliza en la época contemporánea con la primera pandemia postmoderna, el VIH/Sida. Entre medidas, aparecen devastadoras epidemias como las pestes antoninas (años 165-190), las pestes bubónicas del reinado de Justiniano (años 527-565), la lepra (años 1000-1350), la temida peste negra (1347-1352), el cólera (1821-1885) o la gripe de 1918.

 

«En la época romana eran conocidas como pestes pero no está muy claro cuál es el agente patógeno, aunque durante el reinado de Justiniano sí se tiene constancia de que se trató de una peste bubónica, que después se vuelve a repetir en la época medieval y es la conocida como la peste negra. También tuvieron mucha incidencia la tuberculosis y la lepra que, junto a la peste, fueron las más temidas y las que más incidencia tuvieron en el Medievo», indica García Álvarez-Busto, que explica que en la época moderna, la apertura del comercio marítimo amplió el radio de acción de las diferentes pestes a lo largo del Mediterráneo, el Atlántico e incluso el mar del Norte.

«Toda Europa sufría entonces las mismas epidemias e incluso se trasladaban a América. Muchas de ellas también estaban conectadas a África o Asia y en la época moderna también tiene mucha incidencia el paludismo, mientras que en los albores del siglo XIX el cólera fue devastador, sobre todo asociado a las condiciones insalubres de las viviendas y del acceso al agua. Ya en el siglo XIX, coincidiendo con la I Guerra Mundial, aparece la gripe de 1918», resume.

Con esta perspectiva de la larga duración, cada epidemia se ha analizado desde cinco ópticas: sus impactos en la sanidad y en la población, en la sociedad, en la economía, en la política y en las mentalidades. Bajo cada una de esas claves, aparecen los comportamientos, los aciertos y los errores que se han ido repitiendo a lo largo de los siglos. Por ejemplo, «siempre hay una mayor incidencia de las epidemias en el mundo urbano que en el rural. Esto no quiere decir que al mundo rural no lleguen, que sí lo han hecho, pero las incidencias mayores se dan en las ciudades e históricamente provocan una huida de manera que el refugio en el campo ya se daba en las épocas romana y medieval». Y ya entonces también, como ocurre ahora, «lo podía hacer quien podía, quien tenía por ejemplo su villa aristocrática, mientras el resto de la población se quedaba en las ciudades hacinadas y a expensas de la enfermedad».

Confinamientos y cuarentenas

Otro de los comportamientos que se repiten en las diferentes epidemias históricas, que se consiguieron superar aunque algunas se prolongaron durante siglos, son las medidas de protección o de combate que se establecían en cada territorio y que se basaban fundamentalmente en los confinamientos urbanos, las cuarentenas y los cordones sanitarios. «También había problemas entre vecinos de diferentes concejos, dándose enfrentamientos, y era habitual el incumplimiento de las normativas sanitarias. De hecho, el ejército tenía que estar vigilando los cordones sanitarios», apunta García Álvarez-Busto.

Las altas mortalidades que se dieron en buena parte de las epidemias de antaño provocaban también que los cementerios comunes acabasen desbordados, con lo que se tenían que abrir fosas comunes para practicar enterramientos masivos. Y, por supuesto, todas estas enfermedades, que en buena parte también fueron zoonosis pandémicas -por ejemplo, la peste negra la provocaba una bacteria transmitida por las pulgas de las ratas negras-, afectaban más a los más pobres, que siempre han sido mayoría en las poblaciones.

«Había un tratamiento diferenciado de la enfermedad según el nivel adquisitivo, que hoy no está tan marcado. Antes, en la Edad Media o en la época moderna, no era lo mismo si enfermabas y eras aristócrata que si eras un campesino de la plebe. Las epidemias siempre tuvieron mucha mayor incidencia en las clases más pobres y más marginales», señala el coordinador del Grupo Epidemia, que indica también que se daba una estigmatización muy importante entre los contagiados que crecía cuanto más pobre se era.

Otro comportamiento común en las epidemias históricas es el incremento de la nupcialidad. «Todavía tenemos que seguir comprobándolo, pero se da un incremento en el número de matrimonios que, al menos en la época moderna, se debe a que muchas personas se quedaban viudas y, para volver a crear ese vínculo familiar y tener hijos, había muchas bodas entre viudos y viudas», explica García Álvarez-Busto.

Los investigadores también han observado que, ante el miedo a morir y la incertidumbre que se generaba en estos episodios en los que entonces la luz al final del túnel no acababa de verse, la población optaba por vivir la vida al máximo: «Como un carpe diem, casi como una huida hacia adelante. Si está todo perdido vamos a disfrutar en los últimos días».

Conflictos entre los gobiernos central y periféricos

Y, por supuesto, se dieron crisis de subsistencia en las que se acaparaban productos y los mercados se desabastecían. «Hoy en día eso está más asegurado, pero históricamente eran muy habituales el desabastecimiento de alimentos y las hambrunas», indica García Álvarez-Busto. En Asturias, durante la epidemia del cólera del siglo XIX que provocó la muerte de casi 4.000 personas, consta que en 1833 en Noreña se alcanza tal escasez de víveres que el hambre provoca graves disturbios entre la población. También durante la gripe de 1918, muchos de los más de 7.000 muertos que se contaron en Asturias fallecieron por inanición, ante el encarecimiento de los alimentos básicos y la acusada crisis de subsistencia causada por la muerte de quien ganaba el único jornal en las familias de la época.

El impacto económico de las epidemias afectaba a todos los sectores productivos, pero siempre mucho más al comercio. Sobre todo al comercio marítimo: «Los barcos son las grandes vías de transporte y siempre es el que sale más perjudicado».

Uno de los comportamientos que ha tenido su claro reflejo en la actual crisis sanitaria es la resistencia al mando único que, por ejemplo, se daba en España en el inicio de la pandemia de coronavirus. En la historia ya está todo inventado. «En las épocas medieval y moderna se daba una falta de coordinación importante entre el poder central y el periférico y local que acabó en una conflictividad entre los gobiernos central y periféricos. También se dio una confrontación entre los estados que provocó tensiones en las fronteras», explica García Álvarez-Busto, que menciona además que, en muchas ocasiones, la incertidumbre que provocaban las epidemias eran aprovechadas para descentralizar el poder.

Negación y respuesta débil al inicio

E incluso, como aparecían abruptamente -porque así es como aparecían todas-, en un principio las autoridades o los gobiernos las negaban y, precisamente debido a ello, la reacción inicial para combatirlas era lenta. «Esto se ha repetido a lo largo de la historia, primero son negacionistas y la respuesta inicial es lenta y débil», dice el historiador, que menciona como ejemplo lo ocurrido en 1918, en plena guerra mundial, con la epidemia de la gripe que acabó llamándose española porque España, al no participar en el conflicto, fue el único país que dio datos de la incidencia y de la mortalidad.

«Siempre hay una manipulación de la información y eso a veces provoca que haya una crisis y una decadencia de los poderes públicos. También se repiten los intentos de incrementar el control social de las situaciones e incluso algunas epidemias se utilizaron para tratar de legitimar algunos regímenes dictatoriales», expone García Álvarez-Busto, que menciona como ejemplos los episodios sucedidos en América sobre todo en los siglos XIX y XX o durante la guerra civil, la posguerra y la dictadura franquista en España. «El gobierno era el que tenía los medios para hacer frente a las enfermedades y forzaba ese papel de estado dictatorial como el único que podía salvar o vacunar a la población. Se utilizaba esa propaganda para tratar de legitimar el régimen dictatorial».

Como las epidemias siempre han sido momentos de mucha inestabilidad, la tensión social crece y a veces explota. «En las epidemias desde la época romana aumenta la conflictividad en el seno del ejército e incluso la sociedad se militariza como se ha visto por ejemplo en Estados Unidos en la actualidad», apunta García Álvarez-Busto.

Supersticiones e histeria colectiva

Y si en la actual pandemia de coronavirus todavía hay quien niega la existencia o la gravedad del SARS-CoV-2, que ha puesto patas arriba la vida habitual en todos los países del planeta, también había ocurrido en el pasado: «En el mundo de las mentalidades, en las epidemias históricas siempre hay una falta de explicaciones racionales y, por el contrario, aumentan las supersticiones. No se escucha al erudito o al científico y sí a las supersticiones populares, y eso lleva a que proliferen remedios populares frente a los tratamientos médicos».

Además, en las epidemias en las que las religiones ya formaban parte de las sociedades, al darse estos episodios que incrementaban la histeria colectiva, crecía el fervor religioso ante el apocalipis que tenían encima. O se culpaba a las minorías religiosas. «También se dan manipulaciones de la moral social. Siempre hay un discurso moralizador frente a los datos o a la evidencia científica», indica García Álvarez-Busto, que no pasa por alto los aciertos y los cambios que precedieron a cada epidemia del pasado.

«Al fin y al cabo las diferentes sociedades consiguieron controlar y superar los episodios epidémicos. Así como hay muchas escuelas históricas que consideran las epidemias desde un punto de vista catastrofista por haber influido, por ejemplo, en la caída del Imperio romano o en movimientos migratorios, nosotros no caemos en esa tendencia. Para que haya un cambio histórico en procesos en los que se modifican las estructuras sociales, económicas, sociales o económicas siempre hay muchas causas en juego. No depende de un solo factor», sostiene, explicando que, en ese sentido, el propósito del grupo de investigadores que coordina se ha centrado por ello en tratar de entender qué impacto tuvieron las epidemias a lo largo de la historia, «sin menospreciarlas pero sin darles tampoco un valor más allá del que realmente tuvieron».

Avances en medicina y en la higiene urbana

Y ahí es donde han constatado que las epidemias que precedieron al coronavirus sí supusieron avances en el conocimiento científico y en la medicina «a pasos forzados», como ha ocurrido ahora con la búsqueda a contrarreloj de una vacuna, o también en las legislaciones en cuestiones que no se habían abordado hasta que aparecieron como la mejora del urbanismo o de las medidas higienizantes en las ciudades. 

«Nuestro propósito es tratar de emplear el conocimiento histórico para entender qué sucedió en episodios similares o parecidos a la actual crisis sanitaria y, con ese referente de lo que sucedió en el pasado que estamos viendo que tiene su reflejo en lo que está ocurriendo en la actualidad, aprender de los aciertos y de los errores», apostilla García Álvarez-Busto, que explica que ahora la investigación tiene varias líneas de trabajo abiertas y que una de ellas pasa por profundizar en esos cinco impactos -sanitario/poblacional, social, económico, político y de las mentalidades- en cada una de las pandemias históricas.

Otra línea de trabajo es la divulgación, elaborando recursos docentes para el alumnado o introduciendo nuevos contenidos en el portal del Grupo Epidemia, al que se accede desde este enlace (https://www.unioviedo.es/epidemia/) y en el que ya se han colgado diferentes contenidos como una tabla de estudio de las 19 principales epidemias infectocontagiosas de la historia. Otro de los contenidos es una línea del tiempo que resume y ordena las diferentes epidemias, con enlaces también a una galería de fotografías y a una selección bibliográfica de 300 títulos.

Este grupo de trabajo, bajo la coordinación de Álvarez-Busto, está integrado, por parte del departamento de Historia, por Álvaro Solano Fernández-Sordo, Carla Rubiera Cancelas, Elías Carrocera Fernández, Fernando Manzano Ledesma, Fernando Rodríguez del Cueto, Guillermo Fernández Ortiz, José Avelino Gutiérrez González, José Ignacio San Vicente González de Aspuru, Juan Díaz Álvarez, Luis Benito García Álvarez, Marco de la Rasilla Vives, María Álvarez Fernández y Marta González Herrero. El grupo de investigadores se completa con los profesores del Departamento de Medicina Juan Carlos Cobo Barquín y Luis Vicente Sánchez Fernández.