La pandemia que se cebó con los asturianos más jóvenes hace 100 años
Con más de 7.000 muertes entre 1918 y 1919, obligó también a suprimir espectáculos públicos, a cerrar antes las tabernas y a celebrar entierros sin boato alguno en una Asturias pobre en la que la higiene era casi nula
Redactora
La mal llamada gripe española -España se llevó el triste honor por ser el único país que no se calló sus estragos en la población- se cebó de manera terrible en los asturianos más jóvenes. La pandemia de 1918, que llegó a Asturias en primavera, tuvo su mayor impacto en octubre y un rebrote entre marzo y abril de 1919, dejó 7.319 muertes en Asturias, en su mayoría jóvenes de entre 15 y 40 años. Sobre todo entre 20 y 40 años. Las edades de quienes tenían la responsabilidad de llevar los paupérrimos jornales de la época para alimentar a sus familias. Casi a partes iguales de ambos sexos, ligeramente superior en hombres, y, claro, de la clase trabajadora que siempre es la que se lleva la peor parte en cualquier crisis. De hace un siglo o de hoy.
Pero al contrario que la actual pandemia de coronavirus, la epidemia de la gripe de 1918 tuvo mucho menos impacto entre los mayores de 60 años en una Asturias en la que las medidas higiénicas eran prácticamente nulas. Como ahora, entonces la tasa de mortalidad fue inferior a la media de España (10,22 por mil habitantes frente a los 13,03 de España) y fue desigual en los 12 concejos que registraron muertos: Oviedo, Gijón, Avilés, Cangas del Narcea, Villaviciosa, Salas, Navia, Llanes y Cabrales. En los de la zona central, la tasa de mortalidad fue de 8,84 mientras que en Cangas del Narcea alcanzó 30,29 y, en el resto de Asturias, 9,70 fallecidos por mil habitantes.
Estos datos han sido recopilados en un interesante y prolijo estudio titulado La pandemia de gripe de 1918-1919 en territorio asturiano: de padecimiento histórico a enfermedad emergente cien años después, que se publicaba hace un año y que tiene como autores a los investigadores Luis Vicente Sánchez y Pedro Arcos, de la Universidad de Oviedo; Rolando Neri (Universidad Naval de México) y Elisa Hernández, de la Unidad de Reanimación del Hospital Universitario Gregorio Marañón.
Asturias tenía entonces algo más de 700.000 habitantes y, según se recoge en este estudio, «estaba considerada una provincia pobre, con mucha emigración y con un sistema sanitario defectuoso». A ello se sumaba que, en general, no existían las mínimas condiciones higiénicas. En Oviedo, con unos 52.000 habitantes, «el ambiente general resultaba insalubre por el hacinamiento, la deficiencia del alcantarillado, la falta de policía sanitaria o los malos hábitos higiénicos personales». Y, en Gijón, con 55.600 habitantes, se construían moradas para los obreros en las que, según las crónicas de la época, «la higiene brilla por su ausencia», mientras que las viviendas de labradores «resultaban inmundos refugios donde se amontonan las familias» sin baños y compartiendo espacio con animales y el estiércol a la puerta de casa.
También se puede decir que la asistencia médica brillaba por su ausencia. En toda la zona central, con sus 120.000 habitantes, había 11 médicos contratados. En el Hospital Provincial de Oviedo trabajaban cinco y, en Gijón, en el «anticuado y pequeño» hospital de Caridad, un médico, un cirujano y un practicante. Durante la epidemia, se sumarían otros 11, sin contrato municipal, que ejercían dentro del concejo. En Avilés, con 12.900 habitantes, había otro hospital de Caridad con otros tres médicos.
Cierre de colegios y entierros a las dos o tres horas de la muerte
En Oviedo la epidemia actuó con virulencia desde el 27 de septiembre hasta el 6 de noviembre de 1918, con un pico «brusco e intenso de 41 días» que afectó más a la periferia del concejo porque «el brote primaveral pasó desapercibido y no dejó inmunización» y, en Gijón, del 12 de octubre hasta la primera semana de noviembre. De Gijón, el estudio bucea en las crónicas de los periódicos de la época para añadir contexto. Así, se sabe que desde ese 12 de octubre se tomaron como primeras medidas suprimir los espectáculos públicos y las ferias, cerrar antes las tabernas y los cafés, cerrar los centros públicos de enseñanza, que los entierros tuvieran lugar dos o tres horas después de la defunción sin boato alguno y otras de carácter higiénico para desinfectar viviendas, sanear retretes y alcantarillas o derribar chabolas en las que se criaban cerdos.
Las esquelas abundaban en las pocas páginas de la prensa de entonces. «Aunque se han tomado algunas medidas contra la epidemia reinante, en general seguimos igual que en días anteriores. No vemos que las autoridades se rijan por ningún recurso extraordinario. En otra parte, a estas horas, estarían desinfectadas todas las viviendas, hubiera o no hubiera epidemias; se hubiesen establecido servicios de fumigación en las estaciones de ferrocarril y en los muelles; se hubiesen organizado numerosas brigadas para el saneamiento general de la población; se hubiesen habilitado hospitales provisionales en todos los distritos; se hubiese distribuido el personal médico de modo que la asistencia a los atacados fuese regular y rápida y se hubiese accedido a cuantos medios se estimasen necesarios para combatir la infecciosa enfermedad. Pero de todo lo mencionando aquí o se hace muy poco o no se ha hecho nada», recogía el periódico de Gijón El Noroeste, 15 días después de que la epidemia recalase en la ciudad y dejara un reguero de muertes.
La respuesta ciudadana: de especuladores a redes solidarias
La gripe, en Gijón, había entrado por el puerto, registrándose los primeros casos en Jove, de donde pasaría al centro y, por último, a las parroquias rurales. Los investigadores mencionan también, aprovechando las largas crónicas periodísticas de la época, que en la repuesta ciudadana ante la pandemia hubo de todo. Como hoy. Desde quienes la aprovecharon para ponerle precios desorbitados a artículos de primera necesidad como huevos y leche -lo que obligó al decomiso y posterior venta a un coste normal- hasta las redes solidarias que también se han gestado frente al coronavirus. O la denuncia por falta de medicamentos y el alto coste de los que había.
El estudio también se centra en lo ocurrido en el concejo de Cangas del Narcea, considerado entonces como uno de los ambientes rurales más pobres de Asturias y a donde la gripe llegó de forma tardía aunque se mantuvo activa durante cinco meses y alcanzó la mayor tasa de mortalidad, muy por encima de la media española. ¿Por qué? «Hacinamiento, mala higiene, baja educación sanitaria y escaso acceso al médico; incluso nos consta que muchos enfermos fallecieron en el más absoluto abandono por simple inanición. Asimismo, apreciamos una importante mortalidad femenina probablemente debida a que en el mundo rural las mujeres llevaban la peor parte al recaer sobre ellas las tareas fundamentales de la asistencia familiar y del cuidado a los enfermos», explican los investigadores.
«Moría mucha gente por abandono y de sed»
Recogen, además, el testimonio de un testigo de la epidemia, José Ríos Pérez: «Vino una enfermedad como un cólera, que moría mucha gente por abandono y de sed, ya que hubo casas que morían dos o más en cada familia y allí estaban varios días allí, por no haber quien los llevara. También los que estaban en cama hacían sus necesidades un día y otro en la cama, sin tener quien los limpiara, y en la aldea hubo muchos pueblos que los nenos abrieron las cuadras y soltaron el ganado para que no muriera de hambre atado. Muchas casas quedaron vacías; el mal de la moda llevaba con sus fiebres la gente al cementerio. Mis padres cayeron en cama y yo tuve que bajar [de Villar de Adralés] para Cangas para atenderlos y limpiarlos, y a las once [de la mañana] iba al Ayuntamiento a buscar la leche que bajaban de la Casona de Bimeda en un coche de caballos».
La enfermedad, que al parecer provocó una situación parecida en Ibias y Degaña, dejó 700 muertos en un municipio que tenia algo más de 23.000 habitantes. Por supuesto, tras la epidemia llegó más miseria y hambre por «la creciente y continua carestía de las subsistencias, la mezquindad en los jornales y la falta de trabajo, y de las que son víctimas la mayor parte de las familias proletarias», según una de las crónicas recogidas en el estudio, que no pasa por alto ni la previa «desigualdad social existente» con esas «nefastas» condiciones higiénico-urbanísticas y asistenciales ni que, a pesar de que se enmendó la situación sanitaria en Asturias como se pudo, «no hubo declaración oficial» de la epidemia. «Creemos que esta actitud tuvo un sesgo marcadamente político al estar más preocupados de la opinión pública y la posibilidad de conflictos sociales que de la atención real a los problemas de la población enferma», dicen los investigadores en las conclusiones del estudio.
Los bulos de la época: fórmulas mágicas para la gripe
También destacan las opiniones realizadas por el gobernador provincial de entonces, que consideró que la auténtica medicina preventiva comenzaba, lógicamente, por una buena educación. O que «los comentarios radicales y acríticos de la prensa tuvieron que producir mucha angustia y desolación entre la población asturiana». E incluso que la ciencia del momento ignoraba muchos de los conceptos claves de la enfermedad. Y que también se publicaban bulos, entonces más bien ocurrencias de cualquier iluminado con espacio en las páginas de la prensa de la época que daba fórmulas mágicas con aceites, jerez y jarabe de azúcar para no caer enfermo.
El estudio, aparte de ayudar a reflexionar sobre esas desigualdades y errores del pasado que hacen a las poblaciones más vulnerables como está ocurriendo con el coronavirus, recuerda con ejemplos recientes que las epidemias de la gripe siguen hoy siendo impredecibles. «El mismo virus que provocó la pandemia de 1918-1919 sigue activo y, como estamos en un mundo globalizado, existe un peligro potencial de ataque a poblaciones nacidas después de 1957». Y que una vez desencadenada la epidemia, es imposible pararla pero que sus consecuencias se pueden atenuar realizando una buena medicina preventiva con vacunaciones, «especialmente en los países en vías de desarrollo donde existen poblaciones más susceptibles al contagio al vivir en familias numerosas inmersas en una pobreza crónica con bajas defensas ante las enfermedades infecciosas».