La mitología griega se convierte en un instrumento útil para contar las increibles aventuras que sufre el dicrocelio, un parásito que afecta a especies herbívoras como las vacas que pastan en Asturias
30 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.En La Odisea, Homero, el más grande poeta de la Grecia clásica, narra las peripecias vividas por Ulises durante el viaje de regreso a su reino en la isla de Ítaca, tras su participación en la guerra de Troya. Algunos pasajes de La Odisea bien pudieran ser una versión novelada de la vida de un parásito del que hoy trataremos.
Dicrocelium dendriticum es el nombre científico del parásito protagonista y su nombre común, mucho más pronunciable, dicrocelio. Es visible a simple vista, apenas un centímetro de longitud, y tiene forma lanceolada, a modo de pica de lanza. Experimenta un proceso de metamorfosis, es decir, cambios constantes de morfología hasta alcanzar la madurez sexual, pero lo realmente curioso son los escenarios en que tienen lugar y como, finalmente, consigue regresar, como el héroe griego Ulises, al lugar de donde partió: el hígado de animales como la oveja, la vaca o el ciervo.
La aventura da comienzo cuando sus huevos abandonan el hígado, suspendidos en la bilis, y viajan a través de los conductos biliares hasta el intestino, y desde aquí, junto con las heces, se depositan allí donde el animal parasitado pasa sus días pastando.
Aquí los huevos no eclosionan. El único lugar donde encontrarán condiciones adecuadas para liberar la larva que llevan en su interior es un caracol. No sirve ningún otro animal, ni siquiera un caracol cualquiera. Ha de ser una especie concreta de caracol, cuyo nombre obviamos en aras de la claridad, que hará las veces de incubadora de los huevos del parásito.
La incubadora adecuada
Así pues, el protagonista de esta historia esperará la aparición del caracol-incubadora adecuado y lo suficientemente hambriento para que, junto con hierbas u otros vegetales que componen su dieta habitual, ingiera también los huevos del parásito.
Una vez en el interior del caracol, y liberadas las larvas, estas pasan por diferentes estadíos hasta que llegan a una fase en que las condiciones que el caracol ofrece ya no son suficientes para continuar el desarrollo. Ha llegado el momento de abandonar el caracol y continuar el viaje, como Ulises abandonó la isla de la maga Circe.
La mucosidad con que el caracol alfombra su movimiento es el lecho donde millares de larvas del parásito van quedando adheridas a hierbas, troncos o piedras.
Llegado a este punto, solo hay un sitio en el planeta donde estas larvas puedan continuar su desarrollo. Y ese lugar no es otro que…¡El interior del cuerpo de una hormiga! Así de caprichosa es a veces la naturaleza. De nuevo, espera paciente a que los hados hagan presente una hormiga que ingiera junto con su alimento las larvas.
Si los huevos eliminados por el herbívoro hubiesen sido ingeridos por una especie distinta de caracol, o las fases larvarias eliminadas por este lo fuesen por una especie distinta a la hormiga, la aventura vital del dicrocelio habría concluido. Es decir, cada fase larvaria ha de ser ingerida por una especie concreta -caracol u hormiga-, y sólo por esa.
Dosis de ingenio
Estamos en la etapa más interesante del viaje, la que se resuelve con mayores dosis de ingenio.
Si la vaca, o cualquiera de los otros herbívoros, tuviese los hábitos alimenticios del oso hormiguero la probabilidad de que la hormiga fuese deglutida sería alta pero, hete aquí, no los tiene. Y una hormiga guarecida en su hormiguero habría convertido el peregrinar del dicrocelio en completamente inútil, pues sería inaccesible al herbívoro, que jamás podría ingerirla. Dicrocelio tiene que llegar a su Ítaca particular, el hígado del herbívoro, y esto no será fácil.
La evolución ha diseñado una solución ciertamente ingeniosa para que la hormiga no se vaya a su hormiguero, sino que se quede en la hierba con la larva del parásito en su interior. Ingerida la larva por la hormiga, esta continúa su desarrollo y emigra a los ganglios subesofágicos del insecto, donde producen una contracción permanente del aparato masticador.
El resultado es que cuando la hormiga se alimenta de hierba o plantas del campo, el mordisco se convierte en una especie de cepo que atrapa a la hormiga y la fija a la hierba, de tal suerte que la hormiga ya no puede liberarse de la hierba de la que se intentaba alimentar.
Ahora, solo queda esperar, confiar en el tiempo, «que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades», que decía don Quijote, el de la triste figura. El tiempo y una pizca de fortuna harán que el herbívoro ingiera finalmente la hierba aderezada con hormigas, que ocultan en su interior el parásito a modo de caballo de Troya.
El viaje infinito
Una vez en el intestino del herbívoro, se libera la larva del dicrocelio que, a contracorriente, a través del conducto colédoco, llega a los conductos biliares y finalmente al hígado, donde producen su acción patógena, completando así su ciclo vital: partió del hígado y regresa a él.
Nuestro diminuto Ulises, tras múltiples avatares y apariencias cambiantes, ha regresado al fin a la isla de Ítaca. Al igual que le sucedió al héroe de la Odisea, el dicrocelio tampoco será bien recibido y sufrirá todo tipo de hostilidades por parte de las defensas del hospedador.
Si sale victorioso de esa lucha, cosa que no siempre sucede, tras unas cuantas semanas en el hígado, el parásito habrá alcanzado la madurez sexual, se habrá hecho mayor, por así decir; y volverá a empezar la eliminación de huevos. Un nuevo viaje está a punto de comenzar.
Regresemos a la guerra de Troya.
Si Ulises es el héroe de La Odisea, Aquiles lo es de La Iliada. Junto a él, combatieron los mirmidones, que la mitología griega considera descendientes de las hormigas. Tal vez fueron ellos los que idearon la estratagema del caballo de Troya conocedores, por sus ascendientes, del ciclo del parásito Dicrocelio.