Sednaya, el matadero humano de Al Asad

Rosa Paíno
Rosa Paíno REDACCIÓN / LA VOZ

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Mujeres buscan a sus familiares entre los cadáveres encontrados en la prisión de Sednaya.
Mujeres buscan a sus familiares entre los cadáveres encontrados en la prisión de Sednaya. Mohamed Azakir | REUTERS

En solo siete años, 30.000 presos fueron ejecutados o murieron por torturas o hambre

11 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hay un lugar que simbolice la brutal represión ejercida por Bachar al Asad esa es la prisión de Sednaya. El «matadero humano», como lo bautizaron los grupos de derechos, ya que allí miles de personas fueron detenidas, torturadas, ejecutadas o simplemente sepultadas en vida. Cuando la madrugada del domingo cayó Damasco, uno de los primeros lugares donde se dirigieron los sirios fue a ese centro de detención en busca de familiares de los que no sabían nada desde hace años o incluso décadas.

Es el caso del jordano Osama Hasan al Batayna, que desapareció cuando tenía 18 años y permaneció encarcelado sin acusación durante 38. O de Souhail Hamawi que está ya de regreso en su hogar en Chekka, una aldea libanesa, tras haber pasado 33 años en diferentes cárceles de Siria, entre ellas la infame Sednaya.

Esta prisión se construyó en la década de los ochenta, en tiempos de Hafez al Asad, a unos 30 kilómetros de Damasco. Las instalaciones ocupan 1,4 kilómetros cuadrados y se distribuyen en dos centros: el llamado edificio Blanco y el edificio Rojo. El primero estaba destinado a militares sospechosos de ser desleales al presidente. El segundo, a los opositores. Las instalaciones podían albergar entre 10.000 y 20.000 personas.

El uso de la tortura salió a la luz por primera vez tras un motín de presos en el 2008. Pero fue en el 2011 cuando se convirtió en la principal prisión donde iban a parar los participantes en la revuelta popular que trajo la Primavera Árabe. Fue el máximo horror en vida. Los métodos de tortura incluían palizas brutales, violaciones y negación del acceso a alimentos y medicinas. En un sótano del edificio Blanco estaba la sala de ejecución, donde los detenidos eran ahorcados.

Informes del horror

En el 2014, tres prestigiosos exfiscales internacionales acusaron al régimen de ejecutar y torturar a 11.000 presos solo entre marzo del 2011 y agosto del 2013. Su informe está basado en las pruebas aportadas por un desertor identificado con el nombre clave de Caesar. Era un policía militar encargado de fotografiar los cadáveres de los ejecutados en un macabro proceso para certificar las defunciones. Logró huir del país llevándose con él unas 55.000 fotos. Las imágenes mostraban cadáveres de hombres con marcas de estrangulamiento, signos de haber sido agredidos brutalmente, electrocutados o estrangulados. El desertor llegó a fotografiar «50 cuerpos al día».

En un informe posterior de Aministía Internacional ya se cifraban en 30.000 los ejecutados o muertos por torturas o hambre entre el 2011 y el 2018. Un campo de exterminio que contó con un crematorio, según desveló EE.UU. en el 2017.

Los cascos blancos, que durante la guerra civil fueron el grupo de rescatistas que sacó a miles de personas de los escombros que dejaban los bombardeos sirios y rusos, fueron de los primeros en llegar a Sednaya pocas horas después de la huida de Al Asad. Su objetivo era encontrar las «celdas subterráneas ocultas» donde se olvidaba a los presos. No lograron hallar ninguna.

Se han recuperado entre 40 y 50 cadáveres, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Uno de esos cuerpos es el del activista Mazen al Hamada, símbolo de la represión de Bachar al Asad y que estaba desaparecido desde el 2020.

Tras su visita este martes a Sednaya, el Comité Internacional de Cruz Roja pidió evitar la destrucción de documentos e historiales que faciliten el esclarecimiento del paradero de los más de 100.000 desaparecidos durante las últimas décadas.