La lógica oculta de los nombramientos de Trump

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Tulsi Gabbard, nominada a directora de Inteligencia Nacional, abraza a Trump en un mitin en Georgia.
Tulsi Gabbard, nominada a directora de Inteligencia Nacional, abraza a Trump en un mitin en Georgia. ERIK S. LESSER | EFE

16 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Se publican, más como sobresaltos que como noticias, los nombramientos que va haciendo Donald Trump. Algunos son ciertamente extravagantes, como el de Elon Musk y Vivek Ramaswamy (los dos) para una nueva agencia encargada de «adelgazar» la elefantiásica administración norteamericana (se diría que no empieza bien la cosa, con dos personas ocupando un mismo puesto). Otros candidatos sorprenden por su falta de experiencia, como Tulsi Gabbard al frente de la Dirección de Inteligencia Nacional. Otros son decididamente escandalosos, como Matt Gaetz para fiscal general (a él no se le puede negar experiencia en cuestiones legales porque ha sido objeto de varias investigaciones criminales). Pero nombres como los de Marco Rubio (secretario de Estado), Michael Waltz (consejero de Seguridad Nacional) o John Ratcliffe (CIA) son sólidos y respetados, independientemente de lo que se piense de su orientación política. De hecho, en lo que en principio parece un elenco contradictorio, empieza a observarse una cierta pauta.

En líneas generales, esa pauta consiste en situar figuras cualificadas en los organismos esenciales, pero ponerles al lado, en los órganos supervisores, a individuos elegidos por su falta de contacto con la «nomenclatura» de Washington, su heterodoxia y su fidelidad probada al propio Trump. Así, mientras Rubio y Waltz llevan el día a día de la política exterior y de defensa, el exmilitar reconvertido en periodista Pete Hegseth se encargará de purgar el Pentágono de los llamados «generales woke» (ultraprogresistas). De Gabbard se espera que haga algo parecido con los servicios de inteligencia mientras el más fiable Ratcliffe dirige el día a día de la CIA. Las cuestiones de inmigración, prioridad para Trump, dependen del Departamento de Seguridad Nacional (DSN), a cuyo frente quiere colocar a una figura menor, Kristi Noem. Pero lo hace para que reforme los organismos que controla el DSN, entre los que está el servicio de seguridad presidencial, al que Trump culpa de no haber podido (o querido) evitar sus dos atentados. En cambio, el control de la frontera propiamente dicho, y el programa de deportaciones masivas de ilegales, lo deja en manos de Tom Homan, un expolicía halcón con experiencia directa en la patrulla fronteriza. Incluso a Matt Gaetz, el muy afín candidato a nuevo fiscal general, le va a poner como número dos a Todd Blanche, por si acaso. Blanche es uno de los abogados de Trump. 

Estos nombramientos requerirán de la aprobación del Senado, donde los republicanos tienen mayoría. Cabe suponer que casi todos serán refrendados, aunque Trump ha jugado fuerte con algunos nombres. Kristi Noem es impopular en la cúpula del partido, de Tulsi Gabbard se desconfía por su tibieza respecto a Rusia (el Senado tiene mayoría proucraniana), y Matt Gaetz arrastra una investigación del Comité de Ética. Pero el hecho de que Trump se haya atrevido a proponerlos es también significativo: revela que quiere disponer, desde el primer momento, no solo de una Casa Blanca dócil, sino también de un partido dócil.