La respuesta de Israel a los atentados del 7 de octubre del año pasado deja 45.000 árabes civiles muertos en tres frentes: Líbano, Cisjordania y una Franja de Gaza completamente asolada
06 oct 2024 . Actualizado a las 23:37 h.«Devolveremos el fuego con una magnitud que el enemigo no conoce. Pagará un precio sin precedentes. Estamos en guerra, y la ganaremos». Con esas palabras respondió el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, al ataque masivo que perpetró Hamás desde la Franja de Gaza sobre el Nova Festival y los kibutz cercanos un día como hoy del año pasado. El atentado, que dejó 1.200 muertos y centenares de rehenes que aún no han vuelto a sus casas, fue el preludio de una guerra que se ha extendido ya a todo el territorio Palestino, Siria, Yemen y el Líbano —zonas donde ya hay casi 45.000 muertos— sin que se hayan alcanzado los objetivos bélicos y que supone una amenaza a la seguridad de Oriente Medio.
A estas alturas de la guerra, Gaza es un reguero de escombros y cadáveres y, con diferencia, el territorio más dañado. Los bombardeos israelíes y las operaciones para acabar con Hamás dejan en la costa palestina 41.870 muertos y 97.166 heridos según las autoridades sanitarias locales, sin contar con los desaparecidos y los cadáveres bajo las ruinas de toda la Franja. El 69 % de los asesinados son mujeres y niños. El castigo colectivo no ha cesado. Naciones Unidas estima que 85.000 toneladas de explosivos han sido lanzados sobre la Franja. Dos tercios de los edificios de todo el territorio son ahora ruinas. Y los bombardeos se producen a diario.
Como resultado, el 90 % de la población civil se ha visto forzada a desplazarse a «zonas humanitarias» determinadas por Israel que han sido igualmente atacadas. No hay un lugar seguro. Además, Médicos sin Fronteras determinó un millón de casos de enfermedades infecciosas por las condiciones de insalubridad en el terreno. La última evaluación del Comité de Revisión de la Hambruna de la Clasificación Integrada de Fases (IPC) especificaba además que el 96 % de los 2,2 millones de habitantes del territorio se encuentra en riesgo de hambre extrema con el acceso a ayuda humanitaria bloqueado por Israel.
En Cisjordania, la fotografía también es dramática. La violencia de los colonos y las operaciones del Ejército israelí, que se han desarrollado incluso en zonas en las que no tiene competencias de seguridad según los Acuerdos de Oslo, dejan también más de 700 muertos y 5.000 nuevos asentamientos ilegales.
Las acciones de Israel han tenido un alto precio para el país: pérdida de credibilidad internacional, órdenes de detención y acusación de genocidio de sus líderes políticos, el reconocimiento de Palestina como Estado por otros países... pero sobre todo, la implicación directa en la guerra de otros actores alineados con Irán, que para Netanyahu es la peor amenaza para los habitantes de Oriente Medio.
Un contagio regional
Hezbolá fue el primero en apuntarse a apoyar a Hamás y Yihad Islámica cuando Tel Aviv decidió declarar la guerra al Movimiento de Resistencia Islámica. Sin cúpula, enfrenta ahora a las fuerzas israelíes en el sur de un Líbano invadido y bombardeado a diario que cuenta más de 2.000 muertos y millones de desplazados, muchos de ellos a la vecina Siria. En las tierras de Bachar al Asad, también se cuentan muertos por cientos, si bien los objetivos señalados en este país son militares y responden a la necesidad de cortar los suministros para Hezbolá. Los hutíes de Yemen continúan lanzando drones hacia Israel y atacando buques en el mar Rojo.
El conglomerado de milicias chiíes, no obstante, ha revelado las debilidades del régimen de los ayatolás. La falta de una respuesta conjunta a la invasión libanesa y la «decapitación» de la cúpula de Hezbolá, la ausencia de ataques contundentes por parte de Irán y los agujeros de seguridad en Teherán y en el seno de los grupos afiliados a la capital persa denotan que su capacidad de respuesta es limitada.
Más guerra, más Netanyahu
Los ataques del 7 de octubre provocaron una herida en Israel que aún no ha sanado. La división política, militar y social en el país es absoluta. Si bien Netanyahu se hundía en las encuestas porque la sociedad le responsabilizó por los fallos de seguridad de hace un año, el último sondeo del Canal 12 israelí le posiciona favorito a la reelección (38 % de apoyos) frente al líder de la oposición, Yair Lapid (27 %), favorable a un alto el fuego en vez de darle la continuidad a la guerra que muchos expertos y analistas veían como la estrategia de «Mr. Security» para permanecer en el poder. Acabar con el líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, fue un catalizador.
Netanyahu, no obstante, depende también de sus socios ultras, que por la defensa que ejercen de ciertos crímenes de guerra contra presos palestinos o sus actuaciones para irrumpir en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén han provocado graves problemas de seguridad en Israel que no gustan a un Ejército que se ve desacreditado por las bases sociales que apoyan a dichos partidos ultranacionalistas.
Pero quienes más se cansan de ella son las familias de los rehenes que aún permanecen en manos de Hamás. Los actos conmemorativos de las víctimas del 7 de octubre que organizará el Gobierno se realizarán en paralelo con los que tiene planeado el Foro de las Familias de los Rehenes, que consideran que el Ejecutivo les ha abandonado en su empeño por recuperar a sus seres queridos al evitar acordar un alto el fuego. A día de hoy, Israel reconoce que aún quedan 97 cautivos en manos de Hamás de los 257 que se llevó el grupo a Gaza el 7 de octubre. Algunos de ellos incluso han sido asesinados por las Fuerzas de Israel.
Tel Aviv también ha matado a 179 periodistas y cortado la emisión de Al Yazira en la zona. Y un posible alto el fuego es a estas alturas casi imposible. Un año después, la guerra ha ganado.