La oficialista Claudia Sheinbaum parte como favorita a convertirse en la primera presidenta del país
02 jun 2024 . Actualizado a las 10:22 h.Que México está en período electoral se muestra como obvio al recorrer las calles de la capital. Cientos de miles de lonas publicitarias cubren las farolas, los pasos de viandantes que se alzan sobre las autopistas y los muros de las casas. Los jefes de campaña, eso sí, han puesto toda la carne en el asador para la promoción de candidatos a legisladores y alcaldes. Más escasa es la publicidad de quienes aspiran a la presidencia y a llenar el vacío que va a suponer la salida del poder de una personalidad tan apabullante como la del actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador.
Deja el poder una figura polémica, polarizadora, amado por unos y odiado por otros, pero que ha condicionado la vida política de México durante los últimos 25 años y cuya salida supone un cambio de paradigma al que se tendrán que adaptar todos los partidos. La carrera presidencial, a tenor de los datos de las encuestas, parece decantada y por ende la publicidad electoral se centra en los candidatos locales.
Claudia Sheinbaum, la abanderada del oficialismo, lidera todas las encuestas en la carrera por convertirse en las elecciones de este domingo en la primera mujer presidenta de la historia de México. Cuenta con alrededor del 55 % de intención de voto, superando en más de 20 puntos a su inmediata rival, la empresaria Xochitl Gálvez, candidata de la coalición opositora sui géneris formada por la antigua formación hegemónica mexicana, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó durante décadas, el conservador Partido Acción Nacional (PAN) y el progresista Partido de la Revolución Democrática (PRD), la antigua formación de López Obrador.
«La izquierda no puede andar en coalición con la derecha, eso no está bien», le comentaba esta semana, furtivamente, un hombre a su hijo, ya en edad de votar, mientras compraban unos tacos al pastor en uno de los centenares de puestos callejeros de Ciudad de México. La opositora es una coalición que no todos entienden.
La campaña de Sheinbaum ha ido a rebufo de la popularidad del presidente, que mantiene un apoyo superior al 60 %. «Me comprometo a guardar el legado de López Obrador», prometió la candidata en el cierre de campaña, destacando, especialmente, los resultados económicos de la actual Administración, en la que cinco millones de mexicanos han salido de la pobreza, la mayor disminución en tres lustros, los salarios mínimos han aumentado un 120 % y el país ha entrado en un ritmo de crecimiento sostenido mayor al 2,5 % subiéndose en la ola del nearshoring (externalización de la producción) de EE.UU.
No parecen afectar a su candidatura las críticas contra el obradorismo por las cifras de violencia. El de López Obrador es el sexenio más violento de la historia de México, con alrededor de 180.000 asesinatos, a pesar de una leve pero continua disminución en los últimos cinco años.
«La no disminución de la aceptación de López Obrador está delimitado por su mercadotecnia política, muy creativa. Aunado a esto, como sucede en la mayoría de las izquierdas latinoamericanas, más de 20 millones de personas están recibiendo hoy en día algo de dinero o de ayuda por parte del Gobierno», comenta a La Voz Arturo González, analista de la consultora González de Araujo, destacando, como otros politólogos, la capacidad de López Obrador para marcar agenda en un país que apunta hacia el continuismo.
El presidente dice que se retirará al campo pero muy pocos le creen
H. E.
Andrés Manuel López Obrador asegura que, tras dejar la presidencia, se retirará al rancho de La Chingada, la finca rural de 13.341 metros cuadrados situada en Palenque que heredó él y a sus hermanos. Allí planea aislarse, disfrutando del clima tropical.
Sin embargo, la presencia y la relevancia del presidente es tal que, obviamente, muchos mexicanos dudan que vaya a optar por el retiro total de la política y creen que López Obrador seguirá influyendo de forma decisiva en la opinión pública tras dejar el cargo.
No sería, por supuesto, la primera vez que ocurre, menos en caso de presidencias tan personalistas. Bien lo saben en Colombia, donde la figura de Álvaro Uribe sigue siendo clave catorce años después de que el líder derechista dejase el poder. Rompió muy pronto con su sucesor, Juan Manuel Santos, y desde el Senado fue un feroz crítico tanto de su pupilo como de la izquierda colombiana.
Algo parecido ha sucedido en Ecuador, donde Rafael Correa rompió pronto con su antiguo delfín, Lenín Moreno, y continúa siendo la figura clave en torno a la cual se polariza la política, incluso mayor que el actual presidente, Daniel Noboa. También en Bolivia toda la política continua girando en torno a Evo Morales, que recientemente ha roto con su sucesor, el presidente Luis Arce, a quien ha llegado a acusar de «dictador».
La sucesión en el oficialismo mexicano podría ser también problemática, tras el fin de una era. Claudia Sheinbaum se abrazó y se besó en el mitin del cierre de campaña con quienes fueron sus rivales en las primarias por la candidatura oficialista, pero algunos analistas piensan que, tras la sucesión, podría generarse una guerra dentro de su Movimiento Regeneración Nacional (Morena), especialmente si no se obtiene la mayoría en el Congreso, algo que no es descartable.