Unas elecciones sin emoción no solo son aburridas, también pueden ser un mal síntoma para una democracia. Mucho nos tememos que este es el caso de los comicios de este domingo en México. No se esperan sorpresas: ganará el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) de López Obrador. Y no se esperan tampoco cambios: su nueva líder, Claudia Sheinbaum, seguirá la senda trazada por su mentor, cuya herencia presenta aspectos positivos (economía, programas sociales), pero que no puede considerarse un éxito. La violencia y la corrupción, los principales problemas del país, han incluso empeorado. Y aun así la popularidad de López Obrador sigue por las nubes y su partido se encamina a una victoria arrolladora.
No parece muy lógico, pero tiene una explicación. López Obrador, simplemente, ha reconstruido el esquema del poder que estableció durante décadas el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y que con tanta dificultad se había desmontado en la década de 1990. Poco ha durado ese paréntesis de alternancia. El Morena ha mimetizado al viejo PRI con los mismos viejos mecanismos: usar las ayudas sociales para crear un electorado cautivo, forjar una red clientelar y toquetear el sistema electoral para garantizarse una ventaja insuperable en cualquier elección. De hecho, casi toda la oposición se presenta unida, izquierda y derecha, señal característica de una democracia disfuncional. A esto se suma que, con el argumento real de la corrupción de la policía, López Obrador ha dado un papel inquietante y opaco al Ejército, que cada vez controla más sectores del Estado. La última barrera a la «institucionalización» de Morena es el Poder Judicial, cuyo control espera conseguir ahora con una mayoría parlamentaria que le permita someter a los jueces.
Tocará a Claudia Sheinbaum decidir si quiere seguir por ese camino. De momento, hereda una economía en crecimiento gracias a la deslocalización de las empresas norteamericanas que evitan China. De México, a Trump le interesaba únicamente esto y el control de la inmigración. López Obrador fue cumplidor en ambas cosas, y luego Biden ha seguido la política de Trump. Pero la economía mexicana tiene su talón de Aquiles en la deuda pública, agravada por los ruinosos esfuerzos de López Obrador para reflotar la petrolera estatal Pemex. De Sheinbaum se espera que siga alimentando a este monstruo a pesar de problemas de conciencia (es ingeniera medioambiental) y de que esta política energética antiverde dificulta la inversión extranjera. Podría dar la sorpresa y desligarse de López Obrador, pero su margen de maniobra es escaso, en esto como en la militarización, la corrupción o la ineficacia de los servicios sociales, porque lo que hereda no es un Gobierno sino una maquinaria que aspira a la continuidad. Ya fuese el PRI el que crease esa pauta de la ocupación del poder o sea esto algo más profundo en la cultura política mexicana, el hecho es que Morena es ya el nuevo PRI y, salvo sorpresa, Claudia Sheinbaum la nueva «tapada», como se decía antes; porque hasta en esto han vuelto los viejos hábitos.
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