«Jesús también se enfrentó a la injusticia que sufrimos ahora»

Pablo Medina AIDA / ENVIADO ESPECIAL

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Una llave gigantesca adorna la entrada del campo de refugiados de Aida.
Una llave gigantesca adorna la entrada del campo de refugiados de Aida. PABLO MEDINA

En el campo de refugiados de Aida, en Cisjordania, unas 9.000 personas viven sin apenas agua, luz, educación o servicios médicos

03 nov 2023 . Actualizado a las 21:33 h.

Una llave gigantesca adorna la entrada del campo de refugiados de Aida, ubicado en la periferia de Belén (Cisjordania). Recuerda la promesa que se hicieron los 750.000 palestinos expulsados de sus tierras por Israel en 1948: conservar las llaves de sus casas como símbolo del deseo de retorno. Aunque un muro de 60 kilómetros de largo separa el sueño de sus gentes y obligan a estas a llevar una vida encadenada a su condición. Y Ahmad lo tiene muy presente: «¿Para qué vamos a formar una familia si no hay ningún futuro bueno para nosotros?», expresa somnoliento.

Las casas de Aida son esqueletos de cemento gigantes que alojan entre sus costillas a 9.000 personas. Las autoridades no permiten que se construya más allá de sus lindes, así que proyectan plantas sobre las residencias existentes de forma muy rudimentaria a base de bloques de hormigón. La insalubridad devora el campo, nadie retira la basura de los patios interiores y los animales viven en jaulas adyacentes con pequeñas aberturas que dejan escapar un hedor fecal que inunda las calles. «Tenemos agua una vez a la semana y aprovechamos para llenar los tanques del tejado. La luz es gratis, pero no cubre la demanda del campo y muchas veces falla», subraya Ahmad.

Un muro de 60 kilómetros de largo rodea el campo de refugiados de Aida.
Un muro de 60 kilómetros de largo rodea el campo de refugiados de Aida. PABLO MEDINA

Recursos limitados

Este trabajador de la construcción señala una calle cercana donde hay unos niños jugando. «Ellos solo tienen una guardería y un centro de educación primaria y superior, pero como ves, ni siquiera tienen espacios en los que jugar, salvo que encuentren un coche destartalado sobre el que saltar», aclara. Tanto estas instalaciones como el único centro de atención primaria, que sirve para todos los campos de Belén, están gestionados por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), pero los recursos son limitados. Para ir a un hospital o a una universidad hay que salir de Aida, y pocos pueden permitírselo.

Mohamed está sentado en un sofá situado en una acera. Pocos metros a la derecha, se alzan los 60 kilómetros del muro de separación levantado por Israel tras la segunda intifada, en el año 2000. «Este muro nos ha privado de nuestra vida. Antes íbamos a Jerusalén a trabajar, nos podíamos mover, pero ahora ha cambiado. Esta guerra nos ha empeorado», señala.

Centros de resistencia pacífica

Marwan espera cerca de la basílica de la Natividad. Es refugiado y acaba de salir de la mezquita cercana. Veterano de las intifadas, recuerda los días de ocupación de antaño con una mezcla de nostalgia heroica y esperanza. «Tenías que haber visto Aida hace años. En la primera intifada lideré un movimiento de resistencia pacífico con palestinos, extranjeros y algunos israelíes que se oponían a la ocupación», rememora. Sus días de resistencia le llevaron a pasar ocho arrestos por parte de Israel.

El recuerdo de la resistencia no es patrimonio exclusivo de Marwan. En el campo, un vasto mural ofrece un paseo en el tiempo desde que los palestinos poblaban la región del Mediterráneo Oriental hasta la conocida como revuelta de las piedras, la primera resistencia en la que algunos campesinos y labriegos se enfrentaron a tanques y fusiles con hondas. Todo un David contra Goliat. «Creemos en nuestra causa porque lo que queremos es que se nos trate como a seres humanos y estamos en contra del odio. Israel debe mirar por el futuro de nuestros hijos. Deben ser mejor que nosotros», proclama el refugiado.

Ahmad, Mohamed y Marwan creen que las declaraciones del ministro de Defensa israelí, Yoav Galant, les ha deshumanizado. Y por ello, esta guerra no ha sacado al Ejército del país vecino de sus puertas. «Nos ven como “animales humanos”, como dijo [el ministro]. El martes detuvieron a mi hermano y mira lo que le hicieron», cuenta Ahmad mientras muestra un vídeo en el que un palestino con los ojos vendados recibe golpes, burlas e insultos de un soldado. No es un caso aislado. En TikTok se ha iniciado una tendencia entre soldados, ultraortodoxos y policías que consiste en secuestrar palestinos, vendarles los ojos y ponerles en las manos o sobre las piernas banderas israelíes mientras suena la canción Manny Mantela.

Marwan no pierde la esperanza en que un día se reconozca «la realidad palestina» por la que combaten musulmanes y cristianos. «Jesús también fue capaz de enfrentarse a la injusticia hasta la muerte. Y si nosotros no acabamos con esto, Dios lo hará», declara convencido. Y lanza un último mensaje: «Cristianos, judíos y musulmanes nos desharemos de los líderes que han provocado esta mierda». Ahmad, Mohamed y Marwan no quieren ser fotografiados, temen represalias.