La vida en Masafer Yatta: «Es fácil que nos maten porque es lo que quieren hacer»

Pablo Medina TWANI / ENVIADO ESPECIAL

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PABLO MEDINA

Los colonos israelíes no cesan de acosar a los palestinos de Cisjordania

31 ago 2024 . Actualizado a las 21:34 h.

A Zakaria lo asaltaron el 13 de agosto a su salida del rezo del viernes en la mezquita de la aldea de Twani, en la cada vez más conflictiva Masafer Yatta, una población que acoge a 1.200 palestinos. Al abandonar el templo, vio cómo un colono israelí, armado con un fusil de asalto, se les acercaba. Tras instarle varias veces a que abandonara la zona, el asaltante abrió fuego sobre el granjero. «Le quitaron medio colon, medio páncreas, tiene dos agujeros en el estómago y necesita otra cirugía, pero los médicos no saben si podrán hacérsela porque no tienen los medios», asegura Shoog, su esposa.

No se puede visitar al herido. Sobrevivió a dos cirugías antes de acabar en la uci del hospital de Hebrón, al sur de Cisjordania. Pero su destino es el de tantos. Médicos Sin Fronteras ha alertado del desplazamiento forzado de 84 palestinos de Masafer Yatta por culpa de los colonos que, cada vez, son más violentos. «Antes venían con pistolas. Ahora vienen con uniformes del Ejército, con fusiles y escoltados por militares», afirma la joven Qamar. Son militares radicales que aprovechan la connivencia del Tribunal Supremo israelí para matar, confiscar tierras y establecer colonias sobre las tierras que los palestinos tienen allí desde 1948. Algunos, incluso desde la época del Imperio otomano.

Con los Acuerdos de Oslo, Cisjordania se dividió en tres zonas: la A, cuya seguridad corresponde plenamente a la Autoridad Palestina; la B, que es compartida; y la C, que está en manos de Israel. Aunque, bajo ese paraguas, los colonos aprovechan para decir que es propiedad de Israel y, por tanto, construyen en las tres. No es legítimo ni legal, puesto que los pactos solo giran en torno a la seguridad y la legislación internacional prohíbe tanto poblar territorios ocupados como forzar a su gente a marcharse. Y los palestinos sufren por ambas. En tan solo siete meses, de enero a julio, Israel había construido 12.855 casas, según Peace Now.

«Hace unos días envenenaron a unas ovejas. También envenenaron pozos de agua. Han puesto una bandera israelí en mis tierras para delimitar lo que ellos consideran su propiedad. Quieren hacer nuestra vida imposible y forzarnos a marcharnos», comenta Hafez, el tío político de Zakaria.

Apego a la tierra

El modus operandi de los colonos se basa en el desalojo exprés. Cuando llegan a una tierra, destruyen una propiedad con excavadoras. Luego con casas prefabricadas crean una pequeña comunidad y establecen un perímetro de seguridad. En días, ya hay una aldea construida con edificaciones que serán sustituidas por otras más estables para convertirse en pueblos con bloques de pisos. Pero no solo destruyen casas, también colegios y clínicas, obligando a la población local a tener que viajar kilómetros para llevar a los niños al colegio o ser atendidos en caso de enfermedad.

Y las necesidades médicas son serias, puesto que muchos hombres son heridos de gravedad. «Recuerdo que un día me encerré en casa porque unos colonos vinieron a por nosotros. Mi padre se quedó fuera y le rompieron un brazo y una costilla golpeándole con el fusil», cuenta Qamar, la hija de Hafez. Hace dos días también quemaron una casa en un pueblo vecino. Y así, han establecido una red de violencia sin control en la zona C de Cisjordania. «Me intentaron disparar cuando fui a hablar con ellos. Solo a hablar. Es fácil que nos maten porque es exactamente lo que quieren hacer», comenta Hafez.

La tierra tiene un gran peso en Palestina. El sentimiento de pertenencia es inquebrantable y la resistencia no es armada. «Yo entiendo la resistencia como algo pacífico. Nos quedamos, decimos que no nos iremos y ya está. Llevamos desde 1948 aquí, ¿a dónde íbamos a ir? Prefiero que me maten antes que irme», comenta Hafez. Shoog, la esposa de Zakaria, comparte esa misma visión, al igual que Qamar. «Nos golpean por existir, y defenderemos nuestro derecho a existir. Llevamos aquí toda la vida, aun siendo pobres, y no nos vamos a ir», defiende Shoog.

Los labriegos palestinos no se irán ni los colonos detendrán su violencia sobre ellos. Ni con las condenas de la ONU ni con las de Estados Unidos. Y los residentes de Masafer Yatta no temen apenas una segunda Nakba, nombre con el que se conoce al éxodo de 750.000 palestinos tras la fundación del Estado israelí en 1948. Aquí miran a la muerte a los ojos. Esta zona, declarada zona de tiro 918 por Israel, es exactamente eso: un matadero en el que las presas son palestinos que no moverán un dedo por salvar sus vidas. Porque no les pertenecen a los colonos, les pertenecen al hogar y a la tierra.