El Partido Popular afronta su reconstrucción con su poder territorial en mínimos históricos

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

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GABRIEL BOUYS

Solo conserva el Gobierno en cinco comunidades y apenas ostenta alcaldías en las grandes ciudades

10 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El PP inicia su travesía en el desierto con el poder territorial más bajo desde 1995, y muy inferior a la amplia presencia geográfica que tenían antes de las elecciones de mayo del 2015, cuando comenzaron a explicitarse en los ayuntamientos y las comunidades autónomas los cambios que se estaban produciendo en el tablero político español y que hasta ese momento solo eran subterráneos.

Ese déficit de representación que surgió de las municipales y autonómicas de hace tres años se compensaba con el poder clave del Gobierno central. Pero ahora, tras la moción de censura del PSOE, esta dosis de influencia en buena parte de las políticas del país tampoco existe. Así que el Partido Popular tendrá que reconstruirse desde la cuota de poder más baja de su historia -exceptuando los primeros tiempos tras la refundación-, sin visibilidad en las grandes ciudades, con solo cinco comunidades autónomas en sus manos (Galicia, Madrid, Castilla y León, Murcia y La Rioja) y tan solo una de ellas con mayoría absoluta: la comunidad gallega, el territorio que, además de ser una nacionalidad histórica, aparece con más fuerza política para liderar la reconstrucción de un partido con un líder, Mariano Rajoy, en retirada tras la moción de censura.

El Partido Popular llegó a gobernar en algún momento trece de las diecisiete comunidades autónomas, y casi siempre tuvo en su poder las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Lo hizo prácticamente sin fomentar alianzas con otros partidos, hasta que se vio en la necesidad de pactar con Ciudadanos las investiduras en comunidades clave como la madrileña, entre otras. 

Escasas alianzas

La capacidad combinatoria de los populares en el escenario territorial era muy limitada, y la pérdida de la mayoría absoluta a menudo significaba la pérdida del poder. Sus alianzas se limitan a los partidos regionalistas de centroderecha, como UPN, formación con la que gobernaron Navarra entre 1996 y el 2015 y que constituyó su verdadera marca electoral en el territorio foral salvo un lapsus en el que cada uno fue por su lado en el 2008. El PP también tejió relaciones con el Partido Aragonés Regionalista y con Foro Asturias, una escisión que sufrió el PP asturiano tras la marcha del exministro Francisco Álvarez Cascos y que, con el tiempo, ha regresado a su antigua familia política sin perder la independencia.

En este capítulo de las alianzas habría que destacar el Ejecutivo en minoría de José Antonio Monago en Extremadura (2011-15), que gobernó gracias a la abstención de los tres diputados de Izquierda Unida, en una prueba más de que la política hace a veces extraños compañeros de cama.

Pocos recuerdan que el PP llegó a gobernar desde 1995 a 1998 Asturias, una comunidad que siempre fue un icono de la izquierda, hasta que el presidente Sergio Marqués se rebeló contra el aparato del partido. En algunos territorios, como Castilla y León, gobiernan ininterrumpidamente desde 1987, aunque en esta última legislatura lo hacen sin mayoría absoluta. En el otro lado de la balanza están aquellas comunidades donde no solo nunca han gobernado, sino en las que su situación se ha convertido en irrelevante, sobre todo una vez perdido el poder en el Gobierno central.

El caso canónico en este punto es Cataluña y, en menor medida el País Vasco, donde al menos sí gobernó en algún momento la Diputación Foral de Álava y llegó, en una ocasión, a presidir el Parlamento vasco cuando el Gobierno lo presidía Patxi López. En Cataluña, el vendaval de Ciudadanos les arrebató siete de los 11 diputados que tenían, convirtiendo al PP en la fuerza del Parlamento catalán con menos votos.

No es en absoluto comparable esta situación a la de Andalucía, donde, a pesar de que el PP nunca tuvo el poder -siempre gobernaron los socialistas-, mantuvo a lo largo del tiempo relevantes porcentajes de apoyo electoral. Incluso fue la fuerza más votada en las elecciones autonómicas del 2012. 

Las ciudades

En las ciudades la situación es todavía peor, pues el PP corre el riesgo de quedarse fuera del poder en la España más urbana, manteniéndose fuerte en villas de tamaño medio y áreas rurales.

Tan solo conservan una gran ciudad en sus manos, Málaga. A este exiguo balance territorial hay que añadir las siguientes capitales de provincia, en muchos casos gobernadas gracias a la abstención de Ciudadanos: Ourense, Santander, León, Salamanca, Ávila, Palencia, Burgos, Logroño, Teruel, Murcia, Albacete, Cuenca, Guadalajara, Cáceres, Badajoz, Málaga, Jaén y Almería, así como las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Tan solo 18 plazas en sus manos frente a las 34 capitales de provincia que obtuvo en el 2011.

En las poblaciones de más de 75.000 habitantes el batacazo fue muy similar. A partir de las elecciones del 2011 alcanzaron las alcaldías en 33 ciudades, que se quedaron en 15 tras los comicios municipales del 2015. Se puede concluir por tanto que el poder municipal urbano de los populares se redujo a la mitad en solo cuatro años.

Los populares lo intentaron con cuatro mociones de censura

El PP ha sufrido mociones de censura en su contra, sin ir más lejos la que acaba de desalojar a Rajoy de la Moncloa o la que presentó Fernando González Laxe (PSOE) a Gerardo Fernández Albor en 1987. Pese a las críticas de los populares al movimiento de Pedro Sánchez, el PP también protagonizó cuatro mociones de censura para alcanzar el poder. Tres de ellas fueron rechazadas: la de Alberto Ruiz Gallardón contra Joaquín Leguina (PSOE) en 1989 en la Comunidad de Madrid; la de Ovidio Sánchez en 1999 contra el entonces presidente de Asturias, Sergio Marqués, que en su momento se rebeló contra la dirección del PP; y la que un año después planteó Carlos Iturgaiz a Ibarretxe (PNV). Josep Piqué amagó con presentar una a Maragall en el 2005, pero terminó retirándola.