Artículo de opinión
08 oct 2019 . Actualizado a las 16:34 h.Comenzado el tercer proyecto de Miguel Torrecilla en el Real Sporting de Gijón, se puede dar por cerrada su etapa en tierras asturianas, una vez acabe su contrato al final de la presente temporada. Un aspecto que por cierto, se debería cambiar, ya que si realmente se empiezan a preparar los nuevos proyectos en febrero, como se pregona, por más que se hagan informes y se gestione personal, carece de total sentido y es un gasto absurdo, especialmente ante el caché del que estamos hablando.
Desde su llegada a El Molinón - Enrique Castro "Quini", el club rojiblanco ha vivido una constante crisis deportiva que a día de hoy se mantiene, salvo por el oasis que supuso el regreso de Jony a la banda izquierda gijonesa. Sus dos primeros equipos se tuvieron que rehacer en el mercado invernal ante las notables carencias estructurales, así como también se tuvo que cambiar a todo el cuerpo técnico, por lo que no está destacando ni como fichador, ni como gestor de recursos humanos. De hecho, mucho tendrán que cambiar las cosas para que no se efectúen más fichajes en enero y la incorporación de un nuevo cuerpo técnico, que en el caso del preparador físico, podría tratarse del quinto en tres años, lo que unido a la herencia anterior elevaría la cifra hasta los siete en cuatro años, de récord. Unos cambios de entrenador curiosos, ya que resulta complicado encontrar parecidos entre Paco Herrera y Rubén Baraja. El criterio es variable y poco claro, como ocurre con la elección de futbolistas. Tres años después, no se sabe qué Sporting quiere Torrecilla.
Además, la intervención de la propiedad en la última elección del técnico y en la planificación de la presente temporada, también se debe interpretar como una falta de confianza en un hombre que llegó a Mareo con poderes absolutos.
También resulta sorprendente su falta de comunicación en ciertos momentos de crisis. Por ejemplo en el actual, con solo dos victorias en pleno mes de octubre, el director deportivo debería haber salido a defender, explicar y aportar una dosis de confianza sobre su proyecto, no ante los periodistas, que somos meros mensajeros de sus palabras, sino ante sus clientes, los aficionados, que merecen media hora de su tiempo, como mínimo. Un respeto que también merecían Alberto Lora o Roberto Canella a la hora de gestionar su futuro.
A nivel de estructura, al menos desde fuera, y desde la ignorancia de no ser un experto en la materia, no se aprecian grandes cambios. No se ha revolucionado la preparación física, ni la captación de talento, ni la formación de la cantera, ni los métodos de entrenamiento, ni se está a la vanguardia del big data. Se han cambiado nombres, pero el estado de la SAD no es diferente al heredado desde Nico Rodríguez.