Jaime Almaraz, bailarín asturiano: «De la danza sí se puede vivir pero, tristemente, fuera de España»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

LA VOZ DE OVIEDO

Con tan solo 22 años, el ovetense Jaime Almaraz forma ya parte de la prestigiosa compañía de ballet de la Ópera de París
Con tan solo 22 años, el ovetense Jaime Almaraz forma ya parte de la prestigiosa compañía de ballet de la Ópera de París

El joven ovetense forma parte de una de las compañías de ballet más prestigiosas del mundo. Con tan solo 22 años ha cumplido uno de sus mayores sueños, pero el camino hasta el éxito no ha sido fácil. Ha tenido que hacer importantes sacrificios para llegar a lo más alto

21 nov 2024 . Actualizado a las 09:06 h.

Ese amor que siente por la danza floreció en su cuerpo cuando tan solo tenía dos años. Cada vez que veía a su hermana mayor bailar, Jaime Almaraz se convertía inmediatamente en el niño más feliz del mundo. Podía perfectamente pasarse horas y horas observando cómo su alma gemela hacía cada una de las piruetas o giraba sobre sí con un pie en punta. En su mente mientras tanto se imaginaba haciendo lo mismo. Tal era la pasión que el ovetense sentía por el ballet que el momento que empezó el colegio sus padres le apuntaron a clases de baile. Poco a poco fue dominando la técnica y como realmente lo suyo es puro talento con tan solo 12 años pasó a formar parte del Conservatorio Profesional de Danza de Gijón.

De ahí dio el salto a Madrid que fue el trampolín que lo impulsó hasta llegar a la academia «más prestigiosa del mundo», la de Vaganova, en San Petersburgo. Tras graduarse y debido a la invasión rusa regresó a su tierra natal pero poco duró en Asturias. A los meses ya hizo la maleta para poner rumbo a Nápoles, Italia, donde trabajaría durante un año en el Teatro San Carlos. Luego se fue a Londres para danzar sobre las tablas del Teatro Nacional de Inglaterra hasta que consiguió el billete que le llevaría a formar parte de la afamada compañía nacional de ballet profesional en Finlandia. Desde hace tan solo tres meses ha sido reclutado por la escuela de danza más preeminente del planeta, la Ópera de París. «Es un sueño hecho realidad», asegura a sus 22 años, consciente de que ahora sí que podrá perfeccionar aún más si cabe su talento innato.

—¿Cómo te sientes al saber que formas parte de una de las instituciones de danza más importantes del mundo?

—Al principio no lo asimilas porque es algo en lo que llevas soñando toda tu vida. De repente lo consigues y hasta que no estás aquí, como que no te lo llegas a creer. Yo no me lo creía al principio porque el sueño de todo bailarín es entrar en la ópera de París. Fue increíble, no me lo esperaba para nada.

—A nivel personal y profesional, ¿qué significa para ti haber sido seleccionado para formar parte de la Ópera de París?

—A nivel personal es conseguir un sueño y al final es también una motivación para seguir trabajando. Porque vale, sí, lo he conseguido, pero ahora quiero llegar más alto aún. Toda mi carrera he trabajado para llegar hasta aquí pero ahora no quiero quedarme aquí, quiero ascender. Entonces es una batalla más. A mí me gusta mucho ponerme objetivos. A nivel profesional, desde mi punto de vista es lo mejor de todo el mundo. Es que, de hecho, es de las mejores compañías del mundo. El ballet francés es el mejor.

—¿Cómo fue el momento en el que recibiste la noticia de tu ingreso?

—Había ido una semana de vacaciones con mi mejor amigo a París. Aprovechando que estaba ahí decidí presentarme a la audición. Hice la prueba y nada más salir me llamaron por teléfono, era el director que quería hablar conmigo. Me preguntó si estaba interesado y dije: «claro que sí». Firmé entonces el contrato por dos años con el objetivo de alargarlo a un contrato de por vida.

«Es por lo que he soñado toda mi vida. No lo asimilé hasta que no llamé a mi familia y a mi profesora del Conservatorio Profesional de Música de Danza en Gijón»

—¿Qué sentiste cuando firmaste el contrato?

—Me acuerdo de estar hablando con el director de la Ópera de París en su oficina del Teatro Garnier, mientras estaba viendo de fondo las vistas de París. Todo el rato estaba intentando asimilarlo porque no era consciente, era como: «¿Qué, qué acaba de pasar?» Era increíble porque es por lo que he soñado toda mi vida. No lo asimilé hasta que no llamé a mi familia y a mi profesora del Conservatorio Profesional de Música de Danza en Gijón porque yo para hacer esta prueba hice clases privadas con ella durante una semana en la Escuela de Danza Lia, en Oviedo. En ese momento estaba de vacaciones, el Teatro Nacional de Finlandia me había concedido dos meses, y no es que no estuviera en forma pero cuando estás de vacaciones pues aprovechas más bien para descansar. Pero rápidamente me puse en marcha, fui directamente a hacer la audición y me salió bien.

El bailarín asturiano Jaime Almaraz
El bailarín asturiano Jaime Almaraz

—Ahora, ¿cómo te preparas para hacer frente a un reto de esta magnitud?

—Lo que estoy haciendo es trabajar muchísimo para volver a recoger la base. Tú una vez que te gradúas, sales como estudiante y luego ya es cuando te conviertes en un profesional. Ahí te liberas un poco y es cuando buscas tu movimiento, tu personalidad, por así decirlo. Hay veces que eso está muy bien, pero es muy importante la base, es decir, la técnica. Entonces, lo que estoy haciendo ahora es con la profesionalidad, que he aprendido durante estos dos últimos años, equilibrarla con un poco más de técnica. Aquí, en Francia, la técnica es súper diferente a la rusa, que es la que yo tengo, por eso estoy también trabajando mucho en eso

—¿Cuánto tiempo dedicas al día a perfeccionar o a cambiar esa técnica?

—Por la mañana siempre tenemos dos horas donde trabajamos la técnica. Luego, en las cuatro restantes, las dedicamos a ensayar las diferentes coreografías. Ahora mismo, por ejemplo, estamos trabajando en el tour que vamos a hacer y que nos va a llevar a ciudades como Malasia, Madrid o Santander. Estamos haciendo muchísimas cosas súper guais y, sobre todo, diferentes. Estamos haciendo baile contemporáneo, neoclásico, ballet... de todo.

—En la danza clásica la técnica es esencial pero también lo es la expresión. ¿Cómo logras que ambas partes coexistan en tus interpretaciones?

—No es que sea difícil hacerlo pero depende mucho de la personalidad que tengas. Los españoles, por ejemplo, expresamos mucho por eso para mí es más fácil. Luego también depende de las piezas porque cada una tiene un tema. Por ejemplo, Romeo y Julieta todos sabemos que es una historia de amor, entonces es ponerle pasión y eso sale natural. Al bailar con una chica es un dueto en el que se transmite amor y es que lo siente. También he de decirte que los bailarines somos actores. De hecho en Rusia tenía una asignatura en la que nos enseñaban a expresar con la cara y con el cuerpo. Si, por ejemplo, pones el pecho más hacia arriba significa que estás más empoderado, mientras que si lo hundes es como que estás triste. Es un mundo bastante complejo. Tú una vez que entras en una compañía es algo básico que tienes que tener pero claro nadie te lo enseña pero bueno es algo natural que te sale.

«Cuando pierdes los nervios antes de salir al escenario, significa que ya perdiste la magia»

—¿Qué es lo más desafiante de interpretar a un personaje en el ballet?

—El saber expresarlo al público porque tú en verdad estás contando una historia mientras que estás bailando. Cuando sales al escenario, no piensas en la técnica porque es algo en lo que trabajas todos los días para que te salga natural. Por eso, cuando estás en el escenario, aparte de estar pendiente de que te salgan todos los pasos bien, estás pendiente de expresar bien la historia y eso es bastante desafiante, la verdad. Tú cuando te subes a un escenario, de repente te están viendo unas 200 o 300 personas que solo tienen ojos para ti, mientras que cuando estás en el aula solo ves el espejo, por eso tienes que calmar los nervios y disfrutar el momento.

—¿Tienes algún ritual o hábito antes de subir al escenario?

—Sí, siempre pongo música, intento evadirme y no pensar en la coreografía. Si me pongo a pensar en la coreografía, hay algo que se me olvida, entonces ya es cuando entro en pánico. Lo que hago también para calmarme es pensar en mi familia y amigos. Respiro también hondo y me lo tomo como algo natural porque siempre antes de salir al escenario me pongo nervioso y es algo normal porque eso no te hace ni menos ni más profesional. De hecho, cuando pierdes los nervios antes de salir al escenario, eso significa que ya perdiste la magia. La magia está en esos nervios de antes, en el prepararte, en el maquillaje, el ponerte el traje…. La actuación está muy guay, pero también está muy guay todo lo que hay detrás.

—Dices que siempre que subes al escenario piensas en tu familia y amigos, eso será porque siempre contaste con el apoyo de ellos

—Sí, sí, totalmente, son mi pilar fundamental. Obviando ya que mis padres se han tomado como algo natural que yo sea bailarín, nunca les tuve que preguntar si les parecía bien o mal porque siempre lo vieron como algo normal. Tampoco nunca tuve que decidir si ser bailarín o ir a la Universidad porque siempre tuve claro que quería ser bailarín y tanto mis padres, como mi hermana y el resto de la familia me han apoyado en todo. Tuve mucha suerte en comparación con otros bailarines o niños que no fueron bailarines por culpa de sus padres. Hay muchísimas historias así que no son aceptadas.

El ovetense Jaime Almaraz es una de las jovenes promesas mundiales de la danza clásica
El ovetense Jaime Almaraz es una de las jovenes promesas mundiales de la danza clásica

—La danza clásica es todavía considerada una disciplina femenina. ¿Qué le dirías a quienes creen que el ballet es solo para mujeres?

—Que vean ballet porque quien dice eso es que no ve ballet. El problema está en que en Asturias, por ejemplo, cuando tú vas por la calle no ves en las paradas de buses anunciado ballet. En cambio, en Madrid sí e incluso ves que aparece un hombre. Entonces, creo que el problema viene de ahí, de que no hay cultura del ballet, la gente no sabe lo que es. Debería por tanto de darse charlas en los colegios e institutos sobre qué es el ballet y cómo se enseña.

«Cuando de pequeño iba a clase de ballet no me sentía diferente por ser el único hombre»

—¿Alguna vez sentiste algún tipo de discriminación por ser hombre y bailar?

—No, tuve muchísima suerte. En mi colegio siempre fui súper bien aceptado de hecho a mi se conocía por ser bailarín, era Jaime el bailarín. Nunca tuve ningún tipo de problema porque es algo que se normalizó desde el principio.También estaba muy seguro de lo que hacía y no lo veía como estuviera haciendo algo de mujeres. Cuando de pequeño iba a clase de ballet no me sentía diferente por ser el único hombre, las mujeres además no hacían tampoco que me sintiese así. Al fin y al cabo tuve mucha suerte porque tengo muchos amigos que en el colegio sufrieron bullying porque los profesores no se han parado a enseñar lo que es el ballet. Creo que ahí es dónde está el problema. Tú a un niño de cinco o seis años le puedes decir que un hombre también baila ballet pero no se lo cree hasta que ve a un hombre de verdad, a una persona de 25 años que dice que es bailarín. Se piensan que el niño que hace ballet se pone tutú y para nada es así. Me acuerdo de hacer galas en los colegios delante de los alumnos y como a mi me veían en mallas nunca me han dicho nada, lo han normalizado, pero porque lo han visto.

«En las escuelas de danza entienden que para estar delgado no hay que comer pero esa no es la solución»

—El mundo del ballet está también lleno de estereotipos sobre el cuerpo ideal ¿qué piensas sobre eso? ¿Cómo manejas también la presión física y mental que puede traer esta idea?

—Este es un tema bastante complicado porque sí que es verdad que en el mundo del ballet hay una estética y la estética es la que es. Como en cualquier otro deporte, hay que controlar la comida pero hay que saber controlarla bien. En las escuelas de danza entienden que para estar delgado no hay que comer pero esa no es la solución. Tú si no comes no tienes energía y ya no bailas. Aquí en la Ópera de París y también en Finlandia me dieron alguna que otra charla de cómo comer, mientras que en el conservatorio nunca he tenido ninguna. Creo es muy importante que se de una charla tanto a los alumnos como a los padres, cuando eres pequeño no eres tú el que cocina en casa, porque no sabes qué tipo de comida te puede dar más energía a la hora de bailar o cómo puedes hacer para controlar la comida. No es restringir la comida sino saber comer.

Lo que hay por tanto es desinformación. Fuera de España en las escuelas hablan de comida pero aquí no. Todavía hay profesores que dicen burradas a sus alumnos, yo he llegado a escuchar cosas que me han puesto los pelos de punta. Por suerte, siempre he controlado bien la comida y tuve buena relación con ella, pero hay gente que no tiene buena relación y en un mes pierden cinco kilos y el profesor le dice que muy bien. Actualmente los profesores que hay tienen mentalidad antigua porque antes no había charlas de esto pero cuando los de mi generación sean profesores van a saber qué decir a un alumno que está teniendo problemas con la comida. Además no hace falta decir si tienes que adelgazar o no porque tú te ves en el espejo todos los días, siempre estamos delante de uno con mallas apretadas.

«De la danza sí se puede vivir, eso sí, tristemente, se puede vivir bien fuera de España»

—Aparte del estereotipo sobre el cuerpo ideal y la falsa creencia de que la danza clásica es solo para mujer, ¿qué otro mito en torno al ballet te gustaría desmentir?

—La sexualidad de los hombres. Se da por obvio que al hombre que danza le gustan los hombres, pero para nada. Aquí hay bailarines en el teatro que tienen mujer y hay muchísimas familias así, muchísimas más de lo que pensamos. Luego está el mito de que utilizamos tutús y puntas cuando no es así. Los hombres tenemos además que ser fuertes. Yo tengo que ir al gimnasio todos los días porque sí todos los días trabajo las piernas pero también tengo que trabajar los brazos porque tengo que coger y subir a la mujer. También está el mito que de la danza no se puede vivir pero de la danza sí se puede vivir, eso sí, tristemente, se puede vivir bien fuera de España. Lo que más pena me da es que en nuestro propio país no sabemos apreciar la danza española. Cuando sales de España la danza española llena teatros. Entonces, ¿cómo es posible que se aprecie más fuera que en nuestro país? El problema es que fuera de España no puedes vivir de la danza española, lógicamente. Yo dentro de lo que cabe tengo suerte de poder haberme ido de mi país y poder trabajar de ello. Tengo muchos amigos de danza española en Madrid que han trabajado lo mismo que yo, que han estado horas y horas en el Conservatorio, y se han tenido que ir a la Universidad porque no han encontrado trabajo. Estamos hablando de que una clase de 20 igual solo han encontrado trabajo tres y ya es mucho ya. A mi eso me da rabia porque la danza española es un arte y además único. No se apuesta por ello.

—En resumidas cuentas, ¿qué es lo que más te gusta de la danza clásica y lo que menos?

—Lo que menos me gusta es que no tenga la opción de poder trabajar en mi país. Sí que podría trabajar pero solo hay una compañía en toda España. Esa es la única contra porque yo siento que no trabajo. Hace un año estaba estudiándolo y ahora sigo haciendo lo mismo pero me pagan por ello. Es como si tienes un hobby y te pagan por hacerlo.

—Estás todavía asimilando todo

—Sí, sí. Lo asimilas cuando sales del trabajo y te juntas con amigos que no son de danza. Les escuchas cómo se quejan de sus trabajos pero yo no porque al final estoy haciendo lo que quiero. Mis padres me lo dicen siempre, que soy un afortunado. Yo claro que me quejo, me quejo de que estoy cansado porque al final estoy haciendo deporte durante seis horas al día pero luego recapacitas y te das cuenta de que merece la pena. También te digo, te lo estoy diciendo con 22 años que tengo, que cuando tenga 35 años igual el discurso cambia pero de momento es lo que estoy viviendo ahora. Lo que hago mucho es diferencia el trabajo con fuera del trabajo porque esto es un problema que tienen muchos bailarines. El mundo del ballet al ser tan cerrado sales del trabajo hablando del trabajo y eso a veces agobia. Entonces yo estoy aprendiendo a separar porque es algo muy importante sino acabas odiándolo y esto es algo que pasa mucho. Recuerdo en una charla que nos dijeron que no hiciésemos de nuestros sueños una pesadilla. Cuando se trabaja hay que hacerlo bien y después ya es cuando descansar, principalmente mentalmente.

—Ya ha cumplido uno de sus sueños, ¿qué te queda por hacer?

—Yo nunca paro de soñar. Ahora mi objetivo es llegar a un buen puesto, a tener un buen cargo aquí dentro. Soy bailarín pero el día de mañana quiero ser profesor de Conservatorio y además quiero volver a España. La carrera de un bailarín suele terminar a los 35 años, a partir de ahí puedes trabajar en la danza pero empiezas a ir hacia abajo. Por eso, en el momento que vea que no pueda más, pasaré a ser profesor. Todos los conocimientos que tengo me gustaría llevarlos a España y también mis experiencias. Quiero compartir todo lo que aprendí en Rusia y en París.

—¿Hay algún papel que aún no hayas interpretado pero que te encantaría hacerlo?

—Mi sueño es hacer el ballet de Gisselle e interpretar al protagonista, a Albrecht. Me gustaría además poder invitar a mis profesores de Asturias y también de Rusia, además de tener en el público a mi familia y amigos cercanos. Eso me llenaría de orgullo.

—¿Alguna anécdota sobre los escenarios que nos puedas compartir?

Para mi lo más top de mi vida fue bailar Cascanueces en el Teatro Mariinski con la escuela Vaganova. La primera vez que bailé en ese escenario fue de solista directamente. Hacía de un muñeco, que era uno de los regalos del Cascanueces, y me acuerdo que entré como en una caja, me pusieron en el centro del escenario y la abrieron para que yo saliera a bailar. Recuerdo ese perfectamente ese momento, abrieron la caja, vi ahí a todo el público y dije: «Wow, ahora toca bailar delante de toda esta gente». Fue una sensación increíble. Tenía 17 años y flipé.

—¿Cuál es el consejo más valioso que te han dado en tu carrera y que sigues aplicando?

—Que lo disfrute y que sea consciente de lo que estoy haciendo y de donde estoy. Que nunca me crea más que nadie porque el que me está maquillando para que salga al escenario es igual de valioso que la persona de luces o el director de orquesta. Si un ballet está funcionando bien es gracias a todos, y no a la persona principal que está bailando.

«En este mundo de la danza hay mucha gente mala, muchos profesores malos que te van a hacer sentir inferior y tienes que hacer oídos sordos y solo escuchar a la gente de tu alrededor»

—¿Y qué consejo le darías a los jóvenes que sueñan con una carrera en la danza clásica?

—Que no tengan miedo a apuntarse a un cursillo fuera de España, de irse a otro país. Que se arriesguen y que nunca se crean inferior a nadie. Nadie es mejor que tú. En este mundo de la danza hay mucha gente mala, muchos profesores malos que te van a hacer sentir inferior y tienes que hacer oídos sordos y solo escuchar a la gente de tu alrededor. Tampoco puedes sentir que estás en el lugar equivocado porque ese es tu lugar y si estás ahí es porque te lo mereces. Yo por ejemplo cuando llegué a Rusia me sentía inferior a todos y mi profesor me decía: «Jaime, tú estás aquí porque te lo mereces y te lo mereces al igual que todos». Y es verdad, si estás en un sitio es porque lo has conseguido porque sino no estarías ahí, hay muchas personas afuera esperando ese puesto y si te lo han dado es por algo.