Un cierre más en Oviedo, la Joyería Vetusta se despide de la ciudad: «Nos costó tomar la decisión»
LA VOZ DE OVIEDO
Los hermanos Álvarez de Benito han decidido poner punto y final a sus respectivas carreras laborales después de casi cuatro décadas al frente de este emblemático negocio familiar. Esta joyería ha sido todo un referente en el sector. Ha tenido clientes de todas las partes del mundo e incluso han recibido encargos de la Casa Real dada la calidad y la exclusividad de las piezas
26 feb 2024 . Actualizado a las 09:33 h.La historia de la Joyería Vetusta llega a su fin. Los hermanos Álvarez de Benito han decidido poner punto y final a sus respectivas carreras laborales después de casi cuatro décadas al frente de este emblemático negocio familiar de Oviedo. «Son muchos años ya trabajando», aseguran. Será este jueves, 29 de febrero, cuando José María y Guadalupe, más conocida como Popa, se despidan por última vez de esa clientela que les ha acompañado en todo este tiempo.
Tomar la decisión de cerrar la tienda que les ha visto crecer personal y profesionalmente no les ha resultado nada fácil: «Nos costó hacerlo». Sin embargo, no les ha quedado más remedio. José María desde hace un tiempo lidia con una enfermedad que desgraciadamente no le permite estar al pie de cañón. Popa aunque «se las apaña de maravilla» y le «encanta» trabajar en la joyería no quiere seguir sola en esta aventura. «Mi hermano es el alma de la tienda y sin él ya no es lo mismo», confiesa orgullosa.
La noticia de que las persianas de la Joyería Vetusta iban a bajar para siempre cayó como un jarro de agua fría entre sus clientes. En el momento que colgaron en el escaparate el cartel de «cierre por cese de negocio», Popa y José no han parado de recibir llamadas. Tampoco han cesado de atender a gente que quiere hacerse con las últimas joyas o que simplemente se pasan por la tienda para despedirse de ellos y desearles todo lo mejor en esta nueva etapa.
El cariño que están recibiendo les permite en cierta manera apaciguar el dolor de tener que poner, en parte, fin a la tradición joyera familiar. «Es muy duro», asegura Popa, quien todavía no sabe qué va a hacer con su vida cuando bajen la trapa de la tienda y no la vuelvan a subir más. «No pienso ni siquiera en ello», confiesa. En cambio, su hermano, sí que tiene bien claro que va a aprovechar el tiempo para estar con los suyos y para seguir dando rienda suelta a su imaginación, pero sin tener la presión de estar cara al público. «Para mi esto es un recreo absoluto», reconoce.
Para conocer la historia de la Joyería Vetusta hay que remontarse al siglo XIX. Fue el abuelo paterno de estos dos hermanos, Pedro Álvarez del Río, quien en 1885 habilitó un bajo de la calle Magdalena de Oviedo para vender todo tipo de joyas. Tras un tiempo en este local, el empresario decidió trasladarse al número 4 de la calle Uría, donde comenzó a contar con la ayuda de su hijo Pedro, el padre de José María y Popa. Les iba tan bien el negocio que llegaron a abrir una joyería en la calle Príncipe de Madrid.
A mediados del siglo XX, la joyería de Oviedo pasó a manos del padre de José María y Popa. Una joven Guadalupe empezó a emplearse en la tienda, mientras que su hermano dedicaba el tiempo a estudiar. Este al darse cuenta que lo de hincar los codos no era lo suyo decidió montar por su propia cuenta un taller en la calle del Rosal. De manera autodidacta aprendió a soldar, a esmaltar al fuego, a trabajar la plata… para crear sus diseños.
No fue hasta finales de la década de los 80 cuando José María y Popa decidieron unir sus experiencias para abrir las puertas de una joyería en la avenida de Galicia de Oviedo. En un primer momento lo hicieron en un local cercano a la ubicación actual, pero como este se les quedaba pequeño decidieron habilitar el bajo número 9 que hace esquina con la calle Alférez Provisional.
Desde entonces los dos hermanos no han dejado de trabajar juntos. Forman el tándem perfecto. Durante estos 36 años, Popa se dedicó en cuerpo y alma a atender a aquellas personas que ponían un pie en la joyería. «Con muchos clientes no tiene ya un trato profesional, sino que es más bien de amistad. Es más, conoce perfectamente sus gustos», reconoce orgulloso José María. «El mérito absoluto lo tiene ella», apunta.
Y mientras que su hermana asesoraba a los clientes y daba salida a cada una de las piezas de la Joyería Vetusta, José María se pasaba horas y horas en el taller dando rienda suelta a su imaginación para crear auténticas piezas de alta joyería. Desde collares de lo más extravagantes hasta los más discretos pendientes, pasando por pulseras y brazaletes con piedras preciosas. No faltan tampoco los inusuales modelos de imperdibles que acaparan buena parte de las miradas. Unos diseños que incluso han llamado la atención de la Casa Real. «Dos veces nos encargaron un collar», aseguran los hermanos.
Con paciencia y mucho talento, José María creó cada una de estas llamativas joyas sin ni siquiera inspirarse en algo. «Me baso únicamente en toda la evolución que tenemos. Esto es prácticamente instintivo. Yo cojo el material y trato de sacarle el mayor provecho posible», confiesa. Realmente heredó la creatividad de su padre, quien «fue un verdadero genio en la joyería». «Se le daba muy bien y además tenía clientes de todo el mundo», apunta Popa.
José María era además el responsable de hacer acopio de los materiales necesarios para convertir en realidad sus diseños. Acudía a mercados internacionales como el de Hong Kong, Birmania o Tailandia para comprar perlas y piedras preciosas. De todos los estados que visitaba su favorito era Italia, a donde solía acudir «unas cinco veces al año». En el país de la bota el asturiano mantenía una estrecha relación con grandes grupos empresariales, entre los que se encontraba el más que conocido Damiani.
Joyas con premios internacionales
Con algunas de las joyas que diseñó participó en concursos nacionales e internacionales. Con un collar hecho con perlas australianas que van todas encasquilladas una a una en oro y lleva además zafiro rosa y diamantes consiguió un premio en París. El mismísimo diseñador Jean Paul Gautier le entregó dicho reconocimiento. También con un brazalete de oro y piedras preciosas obtuvo un galardón en un certamen de Nueva York. De igual modo, con dos espectaculares imperdibles fue condecorado en Shangai y en Venecia.
Y por si fuera poco, aparece mencionado en un libro sobre joyería «vista por grandes joyeros». «Estoy al lado de figuras como Cartier, Damiani, Mikimoto o Chanel», resalta orgulloso, antes de señalar que en alguna otra ocasión la revista española líder en el sector de la joyería y relojería, Duplex Creativo, se hizo eco de sus trabajos. Llegó incluso a exponer sus joyas en las mejores ferias del mundo como la de Oporto, Múnich o Basilea.
Ese buen hacer ha permitido a José María codearse con los diseñadores «que marcaban tendencia en todo el mundo», además de conseguir que sus joyas traspasasen fronteras. No solo tienen clientes de Asturias sino también de León, Valladolid e incluso Madrid. También venden a individuos de Puerto Rico y México, entre otros muchos países. Así, dada la calidad y la exclusividad de las piezas, la Joyería Vetusta fue ampliando y afianzando la clientela. Pero que los clientes volviesen una y otra vez al negocio familiar también tenía en parte que ver con la forma con la que les atendía Popa. Ella era quien personalmente dedicaba el tiempo «que hiciese falta» para asesorar y explicar los materiales que llevaba cada una de las joyas.
Gracias a esa fiel clientela, la emblemática tienda ovetense pudo sortear todas las crisis venideras. «Vivimos una época muy buena, desde el año 1995 hasta el 2008. A partir de ahí hubo un cambio de concepto en la gente y la alta joyería —estábamos especializados en eso— pasó a un segundo plano. Como la gente no tenía reuniones sociales, ya no iba a grandes eventos y la mujer además trabajaba, empezó a dejar de venderse lo que era joyería de verdad», asegura José.
Ante esta situación, los hermanos comenzaron a centrarse en la venta de joyería de diseños únicos pero con piezas «más bien montadas en plata o utilizando materiales que no eran nobles». Unas joyas que al fin y al cabo «favorecen mucho, que es lo queremos las mujeres», tal y como apunta Popa. Pero aún así, debido al cambio de modelo de consumo, las ventas ya no son lo que eran. «La mayoría de nuestros clientes son personas mayores y claro, por desgracia, muchos ya se han muerto o debido a su estado de salud no salen de casa y ese relevo generacional no se produce. Las nuevas generaciones prefieren comprar en tiendas que venden collares que son todos iguales o que cuestan muy poco dinero», lamenta José.
Han sido testigos de la evolución del sector y también han presenciado momentos que guardarán a fuego en sus memorias. Después de tantos años al frente de este negocio, los hermanos tienen anécdotas a porrón. José María recuerda que una vez acudió a una mina de zafiros en Birmania. En medio de la selva, «con 50 grados de temperatura y 90 de humedad», había una nave «como si fuese un gallinero» en la que trabajaban «alrededor de 200 personas» puliendo y tallando las piedras con la «única luz de sus casquillos».
Dicha imagen le llamó mucho la atención pero se quedó más sorprendido aún cuando fue a comprar las piedras. Estaban todas puestas en una mesa grande, en la que había trabajadores cribando las mismas. «Tú podías cogerlas y mirarlas tranquilamente porque los guardias de seguridad que había solo estaban pendientes de que los trabajadores no se las comiesen», cuenta.
Rememora también cuando acudió a una feria de Basilea, en la que había grandes vendedores de piedras preciosas además de tasadores de diamantes. En dicho certamen se organizó una fiesta, en la que evidentemente el ovetense participó. «De repente llegó la Policía y nos desalojaron sin saber por qué. A los dos días nos enteramos que había habido un robo millonario», cuenta antes de señalar que en una ocasión fue víctima de un engaño.
«Me engañaron unos indios con zafiros y rubíes. Como cuando vas a comprar no puedes llevar las herramientas con las que compruebas la calidad de las piedras, pues no supe que esas piedras estaban sometidas a tratamiento térmico. Me confié y eso que cuando dicen que no se dan duros a cuatro pesetas es por algo. El género era más barato de lo que estaba acostumbrado a comprar y al final me salió más caro porque no me valió para nada», lamenta.
Unas anécdotas que ni José ni Popa olvidarán nunca. Y aunque la Joyería Vetusta pasará a partir de ahora a formar parte de la historia de la ciudad, la tradición joyera de la familia perdurará. Serán sus sobrinos quienes sigan escribiendo capítulos gracias al negocio similar que tienen en la plaza de San Miguel. «Por lo menos queda otra generación más», asegura el joyero, para el que todos estos años han sido vida. «Podemos decir que yo no trabajé nunca porque disfrutaba mucho haciendo esto. Hice lo que quise y eso es algo que muy poca gente puede decir», confiesa.