El Vasco, la confitería de Trubia que se ha convertido en el templo de peregrinación de los amantes del dulce
LA VOZ DE OVIEDO
Este salón de té se ha convertido en todo un icono de esta localidad ovetense. Abrió sus puertas hace ya más de 90 años y desde entonces no ha dejado de endulzar el paladar de los asturianos. A día de hoy es la tercera generación de la familia la encargada de llevar las riendas de este negocio en el que los animales también son bienvenidos
07 ene 2024 . Actualizado a las 09:13 h.Que un pueblo se mantenga con vida depende de que haya empleo. También de que existan negocios donde uno pueda comprar el pan, tomarse un café o disfrutar de un buen trozo de empanada o, en su defecto, de un delicioso pastel, mientras que se echa una risas con los vecinos. Hacer todo esto es posible en la Confitería El Vasco. Este salón de té que debe su nombre a la antigua estación de tren no solo forma parte de la historia de Trubia, sino que entre sus cuatro paredes también se escribe la misma. Lleva más de 90 años siendo el punto de encuentro de muchos trubiecos y el lugar a donde peregrinan los amantes del dulce. A día de hoy es la tercera generación de la familia la encargada de llevar las riendas de un negocio que se ha convertido en todo un icono de esta localidad ovetense.
Para conocer la historia de la Confitería El Vasco hay que remontarse al siglo pasado. Corrían los años 30 cuando un cubano decidió abrir las puertas del bajo número 26 de la calle Suárez Inclán, de Trubia, para elaborar algún que otro pastel en el horno de leña que instaló en este pequeño rincón. Tras 15 años preparando y vendiendo dulces traspasó el negocio a la familia García. En ese momento, un joven Pepe dejó a un lado los trabajos de carpintería y comenzó a emplearse con su hermano, quien estaba al frente de dicho comercio.
Aprendió el oficio y una vez dominada la técnica, a finales de los 50, empezó a llevar las riendas de la confitería. Lo hizo junto con su mujer Aurelia González, más conocida como Lelita, ya que por aquel entonces esta poseía una pequeña mercería y se le daba de maravilla despachar a los clientes. Aunque lo suyo era comercializar materiales para confeccionar ropa, en el momento que se puso detrás de la portería que conformaba El Vasco no dejaba de vender aquellos dulces que su marido, Pepe García, preparaba con sumo cuidado en la parte destinada a obrador.
Con el paso del tiempo, como ya contaban con una pequeña pero afianzada clientela, el matrimonio decidió reformar el local, convirtiendo en bar una parte del obrador. No fue hasta los años 80 cuando su hijo José Manuel y la esposa de este, Begoña, tomaron el relevo generacional y apostaron por complementar el servicio de pastelería con una cafetería. Aunque Pepe y Lelita ponían así fin a su carrera laboral, siguieron echando una mano hasta que la salud se lo permitió.
«Mi abuela hasta los 80 años andaba siempre por aquí. Hacía algún recado, jugaba al parchís o se sentaba fuera y hablaba con todo aquel que pasase. Le gustaba mucho que la gente la saludase porque quería mantener ese protagonismo que tenía merecido», recuerda su nieto Gabriel, quien al igual que sus antepasados se crió en la confitería. Pero, a diferencia de su padre y de su abuelo, hacer pasteles no le llamaba para nada la atención. «En casa del herrero, cuchillo de palo», asevera.
Tras finalizar el bachillerato decidió estudiar Trabajo Social, consiguiendo además emplearse en el sector. Sin embargo, cuando a su padre le diagnosticaron fibromialgia en el año 2013, «dadas las circunstancias» decidió dejar su puesto de trabajo para empezar a formarse como confitero bajo la tutela de su progenitor. «Quería que me enseñase lo que en su momento aprendió de mi abuelo para seguir haciendo lo mismo», asegura Gabriel, quien a partir de entonces comenzó a regentar el negocio con la ayuda de su madre Begoña.
Madre e hijo dieron, en ese momento, un buen lavado de cara a la confitería. «Realizamos una reforma integral, cambiamos totalmente la distribución y decoramos todas las paredes con fotografías nostálgicas de Trubia», asegura, mientras que el tren que incorporaron por aquel entonces en el centro del salón echa a andar y da una vuelta para indicar que ya es en punto. Incorporaron además una terraza donde los peludos de cuatro patas son bienvenidos.
Aunque, estéticamente hablando, transformaron por completo el negocio, para elaborar cada uno de los dulces, empanadas e, incluso, el pan utilizan la misma receta de siempre. «Sobre todo, para hacer el hojaldre y la bollería seguimos haciendo los mismos procedimientos», confiesa Gabriel García, quien al igual que sus antepasados utiliza materias primas «de calidad». Renuncia además a todos aquellos «mejorantes y conservantes» ya que considera que «un buen producto tiene que ser para pronto consumo». De igual modo, no utiliza «ningún tipo de preparado», ni siquiera la crema pastelera que ya está elaborada, porque a su juicio «resta calidad» al producto y es «engañar a la clientela».
Por este motivo, con la ayuda de otro maestro confitero, amasa y hornea a diario para que todos y cada uno de los dulces que elabora sean lo más frescos posibles. Desde los mugis y los cruasanes hasta las elaboraciones con hojaldre, entre las que no faltan el lazo, la tartaleta de manzana, las casadielles o las palmeras. También prepara semifríos, algunos de ellos incluso llevan pipetas o van rellenos para darle así «un punch de sabor» y en la época navideña no faltan los turrones, polvorones ni los roscones de reyes. De igual modo, hacen pan, empanadas y hasta bollos de chorizo.
De la amplia y variada oferta de dulces sin duda alguna el producto estrella es la tarta de Trubia. Creada hace más de 40 años por Pepe García, se compone de hojaldre fresco «que según sale del horno va remojado con almíbar». Paralelamente, «elaboramos una crema de almendra para juntar el hojaldre que ha salido del horno con otras capas de hojaldre». Así, de esta manera, es como se prepara este «crujiente y tierno» pastel «que no necesita refrigeración».
Para que todo aquel pueda probar este manjar sin necesidad de comprar la tarta, Gabriel García ha conseguido versionar la misma, creando un formato individual. «Llevábamos tiempo intentándolo pero no lográbabamos un resultado óptimo. Un pastel cuando lo adaptas tiene que ser igual o mejor que el original», asegura el confitero, quien destina los domingos a preparar este dulce a partir una tartaleta de volovan -masa de hojaldre horneada- , rellenada con almendra, decorada con merengue tostado y con praliné de almendra a su alrededor.
Gracias a ese buen hacer, adaptándose siempre a la demanda, y ofreciendo un trato «exquisito», la Confitería El Vasco cuenta con una amplia cartera de clientes. «Ya no solo viene gente de Trubia, Grado o Quirós sino que vecinos de Oviedo, Gijón y de otros puntos de Asturias se pasan por aquí para probar nuestras cosas», asegura orgulloso Gabriel García, quien seguirá trabajando «en la misma línea» para mantener con vida el negocio familiar y que este siga haciendo historia.