«Vivimos en un mundo crepuscular» es un santo y seña que, el ya oscarizado director de cine, Christopher Nolan, escribió para algunos personajes en el guión de su laberinto espacio-temporal, Tenet.
Una declaración acerca de cómo el progreso tecnológico (en esta ficción, una tecnología que invierte la entropía de las cosas y permite moverse hacia atrás en el tiempo) puede afectar a la progresión del abuso de poder; la aniquilación total del planeta en manos de una sola persona. Alguien que es capaz amenazar a todo el mundo desde la posteridad: si el mundo no es suyo, no será de nadie.
El abuso de poder mediado por la tecnología ha alcanzado una eficacia aterradora. Abuso de poder, y la violencia (no solo física) que implica, capaz de destruir la convivencia de una especie eminentemente social y racional como la nuestra, mediante el que algunos individuos anteponen sus intereses personales o de grupo a cualquier otra circunstancia, incluido el sufrimiento ajeno. La evolución tecnológica ha permitido multiplicar el alcance de la coerción; si en tiempos pasados solo se sentían concernidos por la amenaza física, psicológica o económica quienes tenían una relación más o menos directa con el abusador, a día de hoy, la tecnología puede llevar la amenaza a cualquier lugar. Te pueden desinformar para manipular tu conducta, jaquearte la cuenta bancaria, dispararte o bombardearte desde cualquier sitio del mundo.
En casa, cuando vemos una película en familia, no es raro hacer alguna pausa para debatir aspectos controvertidos del relato o contrastar hipótesis sobre motivaciones o intenciones de tal o cual personaje e, inevitablemente, siendo ambos progenitores psicólogos, acabamos horneando un milhojas con múltiples capas de referencias científicas, morales o filosóficas, suposiciones, vivencias y, admitámoslo, prejuicios. Un pastel que no siempre deja un buen sabor de boca. Debates presenciales que se extienden a otros momentos, que son constructivos en cualquier caso, y que promovemos como conjuro contra un entorno digital muy permeable a intereses perversos.
En este nuestro real mundo crepuscular, aún me refugio en vivencias entrañables como leer por la noche a mi hijo menor, que no pequeño. Estos días nos ha dado por leer las Historias extraordinarias de Edgar Allan Poe. En el relato El demonio de lo perverso, el autor trata de explicar los principios de la conducta: «Los prima mobilia del alma humana».
En el relato el autor denuncia una terrible omisión en la explicación de la conducta humana «por pura arrogancia de la razón» o «por falta de credibilidad». La omisión de una propensión tan extendida que, por más concepciones metafísicas que se pusieran al servicio de la explicación, no sería posible comprender el propósito de dicha conducta.
Ni siquiera la teoría pseudocientífica de moda en tiempos de Allan Poe, en la primera mitad del siglo XIX, la frenología y el sistema fisiognómico de los Dres. Gall y Spurzheim, daba una explicación convincente, aun admitiendo la disposición divina de conductas encaminadas a satisfacer necesidades primarias, como la «alimentividad».
Allan Poe cuestiona la fundamentación divina, en particular, de aquellas conductas que realizamos solo por la razón de que NO debemos hacerlo: el principio de la «perversidad». «[…] El mal o el error que entraña cualquier acto es con frecuencia la única fuerza invencible que nos impulsa, sí, que nos impulsa exclusivamente a proseguirlo».
Pues para que mi hijo no tenga en el demonio de la perversidad, ese mobile sin motivo allanpoeano, la excusa ilustrada para sus jaimitadas. Pero, sobre todo, en su siglo XXI, aparentemente mucho más «evolucionado» que los oscuros siglos de guerras y matanzas que ha estudiado en historia, el mal que nos aborda diariamente desde las noticias, entre las que se encuentran matanzas perpetradas por fanáticos y desquiciados armados, genocidios e invasiones, y que también comentamos de vez en cuando; para que no crea que todas esas atrocidades se explican por una necesidad humana de hacer el mal por el mal, aunque, efectivamente, parezcan guiadas por la perversidad. O que hay personas malas per se. Necesito darle una respuesta.
Pero una respuesta del s. XXI requiere otro milhojas, de muchas capas: de psicobiología, psicología, antropología, historia y geopolítica, entre otras, que expliquen, aunque no justifiquen, el nivel de enajenación necesario para hacer tanto daño, tanto más cuanto más poder se tiene. Esa respuesta está en el horno.
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