Conviene planificar las tareas extensas con fechas y estimación de tiempos, y no solo por organizarse. Cuando ponemos una tarea en el tiempo, ganamos dos cosas, además de la organización. Una es que disolvemos la ansiedad, que normalmente consiste en sentir las obligaciones colapsadas aquí y ahora. Desplegar las preocupaciones en el tiempo es a la mente lo que unos vahos de eucalipto a los pulmones. La otra es que da ánimos, porque un trabajo puesto en el tiempo se ve abarcable y factible. Incluso una planificación desastrosa nos alivia la ansiedad y nos mejora el ánimo. Cuando vamos angustiados al médico y nos explica lo que nos pasa y le da nombre, también sentimos consuelo en dos cosas: en que el médico nos entienda y en que sepa más que nosotros de lo que nos pasa.
Se lo pedimos siempre a los gobernantes, que nos entiendan y que sepan más que nosotros. Lo segundo no sirve sin lo primero. Las circunstancias pueden influir mucho en cómo afecta a la conducta colectiva que nos sintamos entendidos o ignorados. Las circunstancias son, desde hace un par de años, desquiciantes. Pasó sobre nosotros como una apisonadora una pandemia devastadora, que no solo se llevó vidas y riqueza, sino también certezas, orientación y brújula moral. Ahora estamos en guerra, con precios de guerra, con prioridades de guerra (lean lo que va a gastar Europa en defensa), con urgencias e incertidumbre de guerra y con pillaje de guerra. Los de la «cultura del esfuerzo» bendicen y protegen los beneficios caídos del cielo de las eléctricas y petroleras. Lo de beneficios caídos del cielo es figurado, quiere decir que son riquezas obtenidas sin dar un palo al agua. En sentido literal, no caen del cielo sino del saqueo a la nación de estos oligopolios que actúan como cárteles delincuentes. La cultura del odio y la exclusión de la ultraderecha, bien diseñada y financiada internacionalmente, es parte de la perturbación general. Para que no hagan caja los que solo se nutren de alaridos y para que no afecten a la conducta colectiva sus patrañas, se requieren los alivios que rebajan la ansiedad y los bálsamos que mejoran el ánimo. Con ansiedad y desmoralización no cabe el sentido común.
En momentos de tanta incertidumbre y desconfianza, la primera obligación de quien está al frente es que la gente se sienta entendida, la dichosa empatía, que depende en no poca medida del gesto. Salvador Illa tuvo un subidón de popularidad durante lo peor de la pandemia. No fue ni más ni menos eficaz que los demás. Pero el suyo era el gesto de la nación: desbordado, con la camisa remangada, pidiendo rigor, angustiado y tenaz. Parte del éxito de Díaz Ayuso se basó en eso. El momento era distinto y el gesto en el que la gente se reconocía era el de dejar atrás la amargura, abrir las ventanas y tomar una caña. Una cosa es el abracadabra del márquetin y los mercaderes y otra cosa es que cuando vamos al médico o vivimos una calamidad, el sentirnos entendidos afecta a nuestro buen juicio. Es notable que nadie parezca entenderlo en la Casa Real, porque ese debería ser el trabajo de un Rey en democracia, ser el gesto del país. Convencimientos republicanos aparte, no hubo un solo momento en que la monarquía fuera útil en la emergencia. La monarquía y el emérito, no hacen más que lo que Sánchez predica del PP: estorbar, estorbar y estorbar.
Y ahí Feijoo afinó mejor que Pedro Sánchez en su primer rifirrafe. De Feijoo no cabe esperar un chiste. Él quiere parecer circunspecto, serio, responsable y con el estado encima de la mesa. Y preocupado, muy preocupado. Sánchez parecía venir de la playa y estar en una terraza. Nada es casual ni en su vestimenta ni en su gesto. Iba con traje claro, alegre, confiado, sonriente y buscando risas en su bancada. Quería parecer seguro, optimista y al mando. El Gobierno, como no puede ser menos, estuvo y está en las emergencias del país, con aciertos y fallos. Sus demonizados socios parlamentarios, incluidos Bildu y ERC, estuvieron más en los temas de estado que el PP, que hizo cosas peores que estorbar, estorbar y estorbar. Pero estamos en guerra, los precios se desbocan y el invierno va a ser un desastre económico para Europa. La primera obligación del gobernante es tener un tono en el que se reconozca la gente, ser el gesto del país. Y el país se siente más como se mostró Feijoo que con el bronceado y sonrisa de Sánchez. No es la monserga emocional de discursos perroflautas. Si sucede algo amenazante, imprevisto y desconocido, nos miramos unos a otros buscando apoyo. Por eso el tono del gobernante tiene que enlazar con el país.
La segunda obligación del Gobierno es transmitir una agenda. Las previsiones y propósitos pueden cambiar en una situación tan inestable, pero la gente debe percibir un rumbo, una tendencia clara. Como cuando planificamos, puestas las cosas buenas y malas en el tiempo, se modera la ansiedad y se contienen odios y tendencias disgregadoras. Siempre hay una forma sencilla de poner en el tiempo lo que se pretende. En el invierno habrá problema de energía y precios y habrá crisis alimentaria en sitios muy sensibles. El Gobierno tiene que anticipar ese declive antes de que ocurra, en una agenda que marque sus límites también temporales, que los tiene. Los fondos europeos no son como el chollo de las eléctricas, riqueza que cayó del cielo al país sin dar un palo al agua. Los fondos son ayudas que tiene que devolver un país muy endeudado, y el Gobierno tiene que poner esa circunstancia en la agenda que la gente debe tener en su ánimo. El Gobierno no está transmitiendo rumbo y la ansiedad y desorientación solo alimentarán los peores contrabandos.
Aunque la melodía de Feijoo fue mejor que la de Sánchez, la letra sigue en el monte. Hay cinco gestiones del Gobierno a las que el PP se opuso con ferocidad o en las que creó confusión: ingreso mínimo vital, subida del salario mínimo, los ERTE, la reforma laboral y la subida de las pensiones. En vez de zascas y aplausos, Sánchez tiene que contrastarse con el PP y reafirmarse. Y hay que hacer algo más que exigir la renovación de los órganos judiciales. La dictadura que nos afecta no es Venezuela, sino Hungría. Nos afecta porque esa dictadura es una infección dentro de la UE y porque, en el contexto de guerra, es una quinta columna de Putin. Pero sobre todo nos afecta porque sí hay fuerzas políticas que buscan esa autocracia en España, bien financiadas, y sí tiene penetración en la derecha tradicional esos propósitos de eliminación de libertades. El bloqueo del CGPJ y la carga ideológica con la que están contaminando la justicia es uno de los pasos hacia ese autoritarismo. El ingreso mínimo vital no es un paso hacia Venezuela, pero la desvergüenza de la derecha política y judicial sí es un paso hacia Hungría. Esto tiene que decirlo Sánchez.
Y en esa agenda en la que está una deuda que caerá sobre nosotros cuando la UE dé por terminada la protección por la pandemia, tiene que estar muy claro sobre quién va a caer. La banca hundió al país con sus malas prácticas en la crisis de 2008, se llevó decenas de miles de millones de euros que salieron de nuestro bienestar y protección y, a diferencia de otros países, no se le pidió que los devolvieran. No se les pidió nada. ¿Se empobrecerá más a la población o se exigirá a las grandes fortunas que sean menos grandes? ¿Se van a intervenir las ganancias ilícitas de los oligopolios saqueadores o se adelgazará más la atención sanitaria? Las desigualdades se dispararon con las crisis. La deuda está ahí y el invierno en guerra también. O se integra socialmente el país o se desintegra. La izquierda exige lo primero. La derecha y ultraderecha exigen lo segundo y la fuerte financiación de la segunda indica que las oligarquías lo exigen a cara de perro. El PSOE siempre fue ambiguo en su discurso, pero muy claro en su conducta. Tendrá presiones para seguir con esa conducta en una gran coalición con el PP. En la izquierda tiene que dejar de haber tanta lumbrera por metro cuadrado. La guerra cultural no es una expresión vacía, va en serio. Se necesita claridad y movilización. Hungría no es un cuento de miedo.
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