Es como si estas mujeres estuvieran dándose de bruces con la cruda realidad. Como para no quedarse boquiabiertas por los siglos de los siglos. Como si en lugar de estar ensayando a coro El mesías de Händel, ante sus ojos se hubiera instalado el rostro de hormigón de Putin, de «operación especial» en Ucrania. O, salvando las genocidas distancias, las gráficas del precio de la luz, gas y gasolina, envueltas en un precioso envoltorio. O un kilo de tomates y una docena de huevos, con sus respectivos precios. Es como si ante ellas estuviesen desfilando la puerta giratoria al Kremlin de Gerhard Schröder, las noches locas en Downing Street, o Marine Le Pen acariciando con las yemas de los dedos gatitos y El Elíseo. Como si a medio metro de sus ojos se apareciese Luis Medina y su cuenta bancaria con 247 euros, y la ristra de políticos que cogen el teléfono a la ristra de luises medinas. Si Edvard Munch volviera a nacer, se iba a volver loco para pintar El grito.
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