Ningún país está obligado a repetir su historia, pero lo que ocurre en Ucrania es familiar
26 feb 2022 . Actualizado a las 09:35 h.Querido Dios, ¡calamidad otra vez! / Estaba todo tan tranquilo, tan sereno / Habíamos empezado a romper las cadenas / que ataban a los nuestros en la esclavitud / Cuando ¡alto! Otra vez la sangre de la gente /
Está corriendo.
El nombre del poema es Calamidad otra vez. La versión original fue escrita en ucraniano, en 1859, y el autor, Taras Shevchenko, no estaba hablando metafóricamente cuando escribió sobre la esclavitud. Shevchenko nació en una familia de siervos, esclavos, en un Estado que ahora es Ucrania, que entonces era el Imperio ruso. Alejado de su familia cuando era un niño, siguió a su amo a San Petersburgo, donde se formó como pintor y comenzó a escribir poesía. Impresionados por su talento, un grupo de artistas y escritores lo ayudaron a comprar su libertad.
Cuando Shevchenko escribió Calamidad otra vez, era el poeta más destacado de Ucrania. Lo conocían como Kobzar o el juglar, el nombre de su primera colección de poemas publicada en 1840, y sus palabras definieron las emociones y recuerdos que ahora describiríamos como la identidad nacional de Ucrania. Su estilo y lenguaje no eran contemporáneos. Sin embargo, de repente parece importante presentar a este poeta del siglo XIX a los lectores de fuera de Ucrania. Mucho se ha escrito sobre la visión rusa de Ucrania, mucho se ha especulado sobre los objetivos rusos en Ucrania. El presidente de Rusia incluso aseguró el lunes que Ucrania no debería existir. ¿Pero qué significa Ucrania para los ucranianos?
Los ucranianos surgieron del estado medieval de Kyivan Rus —el mismo del que surgieron rusos y bielorrusos— y se convirtieron, como los irlandeses o los eslovacos, en una colonia de otros imperios. En los siglos XVI y XVII, la nobleza ucraniana aprendió a hablar polaco. Tiempo después, algunos ucranianos se esforzaron en formar parte del mundo rusohablante.
Pero durante esos mismos siglos, también se desarrolló un sentimiento de ucranismo, vinculado a los campesinos y siervos. El idioma ucraniano, como la música y el arte ucraniano, se conservó en el campo, y en las ciudades se hablaba polaco o ruso. Decir «soy ucraniano» fue, en su momento, una declaración sobre el estatus y la posición social. «Soy ucraniano» significaba que te definías contra la nobleza, contra la clase dominante, contra los urbanitas. Más tarde, pudo significar que te definías como contrario a la Unión Soviética: los guerrilleros ucranianos lucharon en contra del Ejército Rojo en 1918 y también en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría. La identidad ucraniana era antielitista antes de que nadie utilizara la expresión antielitista, a menudo enfadada y anárquica, y ocasionalmente violenta. Parte de la poesía de Shevchenko muestra enfado y es violenta.
El sentimiento de identidad sobrevivió en las aldeas y creció entre intelectuales y escritores, manteniéndose lo suficientemente fuerte como para convencer a los ucranianos de convertirse en Estado coincidiendo con la Revolución rusa en 1917. Pese a que perdieron la oportunidad en la guerra civil que vino después, los bolcheviques se dieron cuenta de que Ucrania debería tener su propia república dentro de la Unión Soviética, dirigida por los comunistas ucranianos. Cuando Stalin comenzó la colectivización en 1929, una serie de revueltas estallaron en Ucrania. Stalin, como la aristocracia del Imperio ruso antes que él, empezó a temer que podría perder Ucrania. Poco después, la policía secreta soviética organizó equipos de activistas para que fueran de casa en casa en las zonas rurales de Ucrania confiscando comida. Cuatro millones de ucranianos murieron en la hambruna que siguió, además de los arrestos a intelectuales, escritores, poetas y pintores.
No hay líneas simples que trazar entre el pasado y el presente. No hay analogías directas, ningún país está obligado a repetir su pasado. Pero la experiencia de nuestros padres y abuelos, los hábitos y las lecciones que nos enseñaron, dan forma a la manera en que vemos el mundo, y puede que no sea un accidente que a finales del siglo XX el mayor miedo de Stalin se hiciera realidad y los ucranianos se organizaran de nuevo, esta vez con éxito, y consiguieran la independencia de la Unión Soviética en 1991. Tampoco es un accidente que muchos ucranianos continuaran desconfiando del Estado, incluso del suyo propio, en los siguientes años. Porque el Estado —el Gobierno, el poder— siempre habían sido «ellos», no «nosotros».
Siguiendo la tradición de sus padres y abuelos, millones de ucranianos continuaron resistiendo a la corrupción y la autocracia. Y precisamente porque se oponían a la cleptocracia postsoviética, el ucranismo en el siglo XXI se unió a aspiraciones a la democracia, a la libertad y a la integración en Europa. A principios de este siglo, los ucranianos comenzaron a rechazar el establishment postsoviético, vinculado a intereses financieros de Rusia, y comenzaron otra vez a exigir algo más justo.
En el 2005 y en el 2014, movimientos ucranianos hicieron que cayesen líderes autocráticos que, apoyados por Rusia, intentaron robar las elecciones ucranianas. En el 2005, Rusia respondió con un nuevo esfuerzo por intervenir en la política ucraniana. En el 2014, Rusia respondió con la invasión de Crimea y múltiples ataques a ciudades del este de Ucrania. Los únicos ataques que tuvieron éxito fueron los del Dombás.
Pero el carácter de Ucrania permaneció igual. En el 2019, el 70 % de los ucranianos votaron de nuevo en contra del establishment. Un extraño se convirtió en presidente, un actor judío nacido en el este de Ucrania sin experiencia política pero con un largo historial de burlarse de quienes están en el poder. Volodimir Zelenski era famoso por interpretar a un profesor que cargaba contra la corrupción y un alumno lo grababa. El vídeo se hacía viral, el profesor ganaba accidentalmente la presidencia y todo el mundo le hacía, de repente, la pelota. Zelenski, el actor, se burlaba de ellos. Los ucranianos querían que el Zelenski presidente en la vida real hiciera lo mismo.
Arriesgar sus vidas por un país más justo, para ser libres
Ucrania está ahora bajo un ataque brutal, con decenas de miles de tropas rusas moviéndose por las provincias del este, a lo largo de su frontera del norte y su costa del sur. Porque del mismo modo que los zares rusos antes que él, como Stalin, como Lenin, Putin también percibe el ucranismo como una amenaza. No militar, sino ideológica. La decisión de Ucrania de convertirse en una democracia es un desafío al proyecto político imperial nostálgico de Putin: la creación de una cleptocracia autocrática, en la que él tiene todo el poder, dentro de algo parecido al Imperio soviético. Ucrania echa abajo este proyecto simplemente por existir como un Estado independiente. Al luchar por algo mejor, por libertad, Ucrania se convierte en un rival peligroso.
No soy una romántica de Zelenski, ni me hago ilusiones con Ucrania, un país de 40 millones de personas, entre las que hay el mismo porcentaje de buenas y malas personas, cobardes y valientes, como en cualquier otro lugar. Pero en este momento en la historia, algo raro está pasando ahí. Entre esos 40 millones, un número significativo aspira a crear un país más justo y más libre que cualquiera que haya habitado en el pasado. Entre ellos hay gente que está dispuesta a arriesgar sus vidas para luchar contra la corrupción, para ser libres. Algunos de ellos están dispuestos a morir por esas ideas.
El conflicto que viene será importante para todos, en maneras que todavía no podemos entender. En la lucha durante siglos entre autocracia y democracia, entre dictadura y libertad, Ucrania es ahora la primera línea, y la nuestra también.
Anne Applebaum es una periodista e historiadora estadounidense. © 2022. The Atlantic. Distribuido por Tribune Content. Traducido por S. P.