Ayer cometí un gravísimo error, tan grave que casi parece un pecado: en el programa de Televisión Española La cosas claras se me ocurrió no ser muy crítico con la Oficina del Español que Díaz Ayuso le puso a Toni Cantó en la consejería de Marta Rivera de la Cruz. Y, en vez de calificarlo como chiringuito, cosa que hace todo el mundo, me limité a decir que espero a ver qué sale de esa idea tan desconocida, que lo mismo surgen grandes cosas que la mayoría ni siquiera imaginamos. Me han puesto literalmente a parir.
Es evidente que Díaz Ayuso quiso compensar a Cantó por haber quedado descolgado -lo descolgó la Junta Electoral- de las listas de las últimas elecciones autonómicas. Es evidente que la fuga de Cantó de Ciudadanos sirvió para que Pablo Casado vea cumplido su objetivo de dejar sin militantes a Inés Arrimadas y eso se paga y con grandes precios en el mercado político. Pero quién sabe: desde que Ricardo de la Cierva calificó de «error, inmenso error» la llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del Gobierno español, los verdaderos errores pueden estar en las calificaciones previas.
Pienso esto después de conocer la reacción de la ciudad de Salamanca: como si le hubiesen pisado el honor, se levantó a proclamar sus méritos para ser «capital del idioma español» y basó ese título en su historia universitaria y en los miles de extranjeros que acuden cada año a la capital del Tormes a aprender nuestro idioma. El español es, por tanto, una fuente de riqueza perfectamente medible en términos económicos. Y esos estudiosos del idioma que vienen de China, Estados Unidos o Japón no solo resuelven la economía de los hosteleros, sino de los libreros y de multitud de actividades literarias.
Espero que Madrid, con todo su potencial financiero, no pretenda arrebatarle a la modesta Salamanca ese privilegio. No tiene la nobleza histórica de la cuna universitaria ni siquiera su vocación educativa. Pero está claro que, así como existe un turismo de compras y un turismo sanitario, también existe un turismo idiomático en constante crecimiento y con «clientes» de notable poder adquisitivo. A partir de esa evidencia, se abren infinitas posibilidades de todo tipo, incluso rozando las competencias del Instituto Cervantes o de multitud de fundaciones y organizaciones privadas. Yo creo que hasta podría ser vigilante del terreno cedido al inglés en la publicidad y, desde luego, en las nuevas tecnologías. Y vigilante del propio Gobierno central -sí, el de Pedro Sánchez- que, para impulsar y defender nuestras identidades culturales, ha creado oficialmente el Spain Audiovisual HUB Bureau, denominación castiza y en perfecto castellano.
Aunque solamente sea por esto último, yo creo que no es descabellado darle un margen a esa insólita Oficina del Español. Y, de paso, anotar una vez más cuánto cuesta abrir un hueco a la innovación en este país.
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