Qué tono el de Gabriel Rufián. El tempo de este hombre no lo reconoce ni la madre que lo trajo al mundo. En la rueda de prensa de ayer en la capital del Reino de la Opresión solo le faltó cantar un villancico. Algo en plan Mesa de paz, mesa de amor. Su método es el opuesto al método Stanislavski y al Kominsky juntos. Nada de improvisar rebuscando en las entrañas para echarlo todo afuera, nada de tuitear Judas ni monedas de plata. En esta imagen, previa a esa comparecencia, anda el hombre ensayando gesto contrito ante el congreso. El James Dean de los adoquines alecciona acto seguido: hay que hablar, casi susurrar, de tú a tú, como si Cataluña y España fueran dos enamorados con mariposas en el estómago. Pasando convenientemente por alto que Cataluña es, en realidad, España, y que ERC no es, en realidad, Cataluña. Qué pedazo de actor se están perdiendo el mundo y las series de pago. Ay, el día que caiga el telón.
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