Dos vecinas del poblado minero que nunca habían participado en movilizaciones llevan la lucha conta los desahucios a otros puntos de conflicto social de España y hacen suyas las revindicaciones de otros colectivos
23 dic 2018 . Actualizado a las 17:56 h.Manuela Rodríguez Gallego tiene 74 años. Nair Ernestina Carvalhar, tres más. Viven desde hace medio siglo largo en La Camocha, y este año les ha cambiado la vida. En los últimos meses han viajado como nunca antes, y no precisamente a destinos subvencionados para pensionistas. Han conocido a más gente de la que nunca habían conocido, se han puesto ante micrófonos y cámaras, han conversado con líderes políticos o sindicales e incluso se han plantado frente a agentes antidisturbios dos veces más jóvenes y casi tres veces más grandes que ellas. Detrás de las pancartas o pancarta en mano, se las ha visto desfilar y corear consignas en las movilizaciones de los taxistas en Madrid, los trabajadores de los astilleros bilbaínos, las trabajadoras de Ayuda a Domicilio en Gijón, los pensionistas, las jóvenes estudiantes feministas o más recientemente, en las concentraciones de los trabajadores de Alcoa. Tampoco nunca antes de ahora habían recibido tantas visitas en casa ni tantos mensajes personales de gente que hasta hace bien poco no conocían más que a través de los medios. Han recibido el apoyo de políticos como Pablo Iglesias e Irene Montero, cuyos mellizos tienen en el ajuar «unas chaquetinas» tejidas por Manolita y pronto tendrán «unos trajecitos» regalo de Nair. ¿Qué ha sucedido para que la vida les cambie así a estas dos vecinas de La Camocha?
No ha sucedido por gusto. Es probable que las dos vecinas del poblado minero gijonés hubieran preferido quedarse tranquilamente en casa, como siempre hasta ahora. Pero ha sido precisamente el temor a no poder volver a ella, el no sentirse ya seguras bajo su techo, lo que las ha hecho abandonar sus cuatro paredes y, por primera vez en su vida, convertirse en algo muy parecido a unas activistas sociales de vocación tardía. El desahucio que amenaza a 37 familias de La Camocha les ha puesto las pilas y las ha convertido en un modesto pero decidido icono de resistencia. Y también les ha abierto otro mundo.
«Hemos descubierto que hay humanidad en todas partes. Yo no sabía que existía todo esto», dice Manolita Rodríguez con un asomo de lágrima y la voz un poco quebrada, un tono que no es el predominante en una mujer que se ve a la legua que va sobrada de carácter. Ella y Nair Ernestina Carvalhar se conocen bien, con la cercanía que da una vecindad de más de medio siglo. Nair lleva 55 años viviendo en una de las casas que Mina La Camocha alquilaba a sus trabajadores, y que compartió con su marido hasta que se divorciaron y la vivienda le fue asignada por el juez. Entre sus muros ha vivido también una dura experiencia de violencia de género que ha apretado aún más los lazos con algunos de sus vecinos. Manolita comparte otra de la viviendas con sus dos hijas, que trabajan en un súper. En su caso, son 53 los años en La Camocha, casi todos ellos en la misma casa que las tres mujeres habitan en la actualidad.
Como a más de treinta de sus vecinos, la vida les ha cambiado después de que sus casas se convirtieran de un día para otro en moneda de cambio durante el proceso concursal que pretende restañar las deudas de la extinta empresa minera que les arrendaba las viviendas. Aunque legalmente sean inquilinas, viven esas casas como suyas y han pagado mejoras de sus bolsillos y arreglado averías que la propiedad no siempre asumió. El fantasma del desahucio rondando el poblado les decidió a agarrar la pancarta y echarse a la calle. Jamás habían hecho algo parecido, a pesar de haber convivido mucho más de media vida en el micromundo social que fue semillero de la contestación sindical contra el franquismo. Su experiencia en cualquier lucha se agotaba en las batallas no pequeñas, pero sí privadas del día a día doméstico entre las cuatro paredes de su casa. Pero se niegan a irse. No quieren otra casa porque no quieren otra vida. Nada de 'soluciones habitacionales': «Ellos quieren el terreno y yo no quiero otra casa si no es como la que tengo», dice Nair. Y lo mismo repite Manolita: «Una casa como la que tenemos. Aquello no lo cambio por nada. Vivo con la puerta de mi casa abierta todo el día y quiero seguir viviendo así. Me peleo por eso con quien sea».
Nada fáciles de intimidar
Durante el año que acaba han dado muestras de que esta última frase va en serio. El contacto con el sector de Podemos vinculado a la secretaría de Relación con la Sociedad Civil y Movimientos Sociales, que se interesó por el caso de los vecinos de La Camocha, ha sido decisivo a la hora de que haya dado el salto para llevar sus peticiones por toda España y para que descubran que hay más personas defendiendo las suyas organizadas y en la calle. El ejemplo ha reforzado a mujeres que eran ya fuertes, y ahora no es fácil intimidar ya a Manolita y Nair. La pasada semana se concentraban en la oficina central de Correos para enviar una carta certificada a la administación concursal para que se les vuelva a permitir pagar sus rentas, que se les están devolviendo desde enero. No dieron un paso atrás, bien agarradas a sus pancartas, cuando varias dotaciones policiales se personaron en las instalaciones, avisadas por la seguridad del centro. No sucedió nada, al final, pero en otras ocasiones la tensión ha sido mayor. Manolita recuerda una manifestación frente a las oficinas de la concursal, en Oviedo, frente a frente con un efectivo antidisturbios. «No acostumbro a desbarrar y ese día desbarré, dije de todo, de todo. Pero dejóme en paz. Entendió que estaba luchando por mi casa y por mis hijas, que no se pueden quedar en la calle».
Pero por lo general, todo es «muy tranquilo», algo que sorprendió a Manolita: «Quedé muy asustada. Yo veo otras manifestaciones con palos y carreras, pero las nuestras fueron maravillosas, aunque las primeras veces delante de la prensa quedé bloqueada y ya no sabía ni qué decía», confiesa. Y añade: «Está siendo una experiencia muy bonita, muy humana. Allí donde fui me encontré con apoyos, con el cariño», asegura la vecina de La Camocha, que recuerda con especial afecto la «acogida maravillosa» que se les dio en Bilbao, donde se sintío «tan arropada como en casa»: «Dimos todas las voces que quisimos y más. Nos dieron la mano, nos besaron, nos animaron a que siguiéramos luchando, y yo sigo luchando también por mí y por esa gente. Aquel que tenga un problema allí me tendrá. Hay mucha gente pasándolo mal, gente con problemas, eso duele muchísimo», asegura.
Pero también han recibido a quienes han venido de Bilbao o de los sectores de Murcia movilizados contra los planes ferroviarios para la ciudad, de estudiantes de Trabajo Social con las que hablaron de su experiencia. A cambio, todos ellos cantan gloria bendita de las fabadas que la veterana luchadora de La Camocha les puso sobre la mesa. Es su forma de dar las gracias ante gente que «no nos conocía ni conocía La Camocha, pero ha dado la cara, no como otros que aquí mismo se han lavado las manos», reprocha Manolita, especialmente crítica «con el PSOE y con Javier Fernández, que miró para otro lado». «Estábamos en un callejón sin salida. Cinco años peleando con abogados, sin saber dónde ir ni dónde preguntar, hasta que se nos abrió esta puerta... Han estado con nosotros en lo bueno y en lo malo. Nos hemos sentido solas hasta que dimos con ellos», apunta Nair, convencida de que «siempre hay una esperanza».
Por el momento, su lucha y las de otros amenazados de desahucio en La Camocha está teniendo algún resultado visible. Primero, el apoyo explícito del ayuntamiento a través de la concejalía de Servicios Sociales recibido esta semana, y también la marcha atrás de la concursal, que ha accedido a cobrar los recibos a la mayor parte de los vecinos, tal y como demandaban. El resto sigue en el aire, y tienen claro que no va a venir por ahí mismo, por el aire, para entrar por la ventana en sus casas: «Estamos dispuestas a seguir hasta el final», aseguran ambas. Ya tienen previsto acudir a León, donde 170 limpiadoras del hospital están en huelga con unos servicios mínimos del cien por cien. Y solo la resolución del conflicto laboral en los supermercados asturiamos impidió que Manolita y Nair hayan pasado parte de su Navidad en los piquetes.