Michael dejó Los Ángeles por Sanxenxo para vivir su «sueño europeo» de tener un restaurante americano antes de los 30 años
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Trabajó en locales de lujo de Galicia tras años buscando que los estrella Michelin le diesen una oportunidad laboral
21 abr 2023 . Actualizado a las 19:42 h.Hace unos años, cuando Michael Peloni trabajaba en un restaurante de Los Ángeles salió en un descanso a fumar un pitillo. En esa parte de atrás charlaba con el barman del local. Recuerda que este le preguntó cómo se veía en el futuro. Aquel chaval que rozaba la mayoría de edad, lo tenía claro: «Le dije que con 27 años me veía teniendo mi propio restaurante». Cumplió su sueño unos años después, pero lejos de la California en la que se crió. Tenía 30 años cuando abrió su negocio en Sanxenxo. El camino para conseguirlo no fue sencillo. Él quería trabajar en algún restaurante con Estrella Michelin de Europa. Envió mil y una cartas ofreciéndose, pero no obtuvo respuesta. El «no» era lo más habitual en una época en la que la crisis estaba sacudiendo el continente. Así que la única forma de conseguirlo fue a través de una beca de una universidad del País Vasco. «Nosotros tenemos el sueño europeo y aquí la vida pintaba bien», explica Michael.
Llegó a Europa y comenzó a trabajar en grandes cocinas y estando en el Hotel Augusta de Sanxenxo se ofreció para ir a Culler de Pau, de Javier Olleros, durante sus vacaciones. «Podía dedicarme a salir hasta altas horas de la mañana o estar todo el día aprendiendo y lo tuve claro», explica este chef norteamericano, que no dudó que tenía que escoger. En esta primera etapa descubrió las sombras de la hostelería y las diferencias entre ambos países, pero su pasión por la cocina no le hizo bajar los brazos. «Tienes que pasar por la disciplina, acostumbrarte a ella, te caen muchas lágrimas para aguantar en la cocina, pero el final es maravilloso», apunta Poloni. Calculó que para abrir su primer restaurante necesitaría cien mil euros. «Aquí nadie te enseña a emprender, trabajas en hostelería y no hay quien te dé el empujón para explicarte qué hace falta para poder montar un negocio, te echan siempre para atrás. Eso en mi país no pasa. Veo que no hay ambición, pero creo que es porque no se enseña», reconoce. A Michael no le hacía falta ningún empujón, él ya lo traía en su ADN.
Conoció a su mujer, Julia Pérez, en Sanxenxo y juntos trazaron un plan de vida que incluía muchos sacrificios. Él ya era cocinero en el restaurante Beiramar de O Grove. Ahorraban todo su sueldo y vivían con lo que ganaba Julia. Era la mejor fórmula que encontraron para no endeudarse demasiado en ese proyecto que rondaba en su cabeza desde que era un crío. Cuando tuvo todo el dinero echó a andar Michael's, un restaurante de comida norteamericana que «no es fast food».
Peloni busca sublimar la cocina de su país. «En Galicia gustan las verduras y la carne, nosotros solo nos encargamos de prepararla de otra forma y funciona. Todo el producto es de aquí, del entorno. Igual que los españoles no se alimentan solo de paella y jamón, los americanos no somos todos de comida rápida», explican Michael y Julia sentados en una de las mesas de un restaurante en el que todo está hecho con mimo y donde una docena de fotos familiares en la pared le recuerdan sus orígenes. A Michael lo lleva a su vida en Los Ángeles y a Julia, con su familia de Camariñas.
En su formación gallega, Peloni aprendió las técnicas de elaboración de la alta cocina para aplicarlas a los sabores norteamericanos. «Los americanos que vienen, nos dicen que es estar como en casa», apunta. Esos ánimos los necesita para demostrar que no se ha equivocado, que el camino de sacrificio que ha escogido es el correcto. Porque los dos coinciden en que no ha sido fácil llegar hasta aquí. Han tenido la sensanción de estar remando a contracorriente de las opiniones. Julia y Michael trabajan solos en el restaurante. Sin empleados. Ha sido una apuesta personal a la que se han ido adaptando a medida que la postpandemia aumentaba los aforos. «Lo más duro es la parte psicológica, la gente ve con recelo que dos personsa jóvenes monten un restaurante y lo trabajen solo ellos», lamentan. Entre las críticas que han escuchado y que le han hecho derramar más de una lágrima recuerdan las que más le dolieron. «Nos decían que un restaurante americano en Sanxenxo no iba a tener gente o que aquí solo se trabajaba en verano», recuerdan con dolor, pero sabiendo que han superado esos prejuicios. Con cinco años ya a sus espaldas, reconocen que hasta tienen clientes que bajan desde A Coruña a probar su comida. Ellos lo tienen claro: «Esto no va de ganar premios y mucho dinero, hay que hacer comunidad y que la gente del pueblo esté contenta».