El español arrasa al noruego para lograr su decimocuarto título en París y su vigésimo segundo grand slam, con lo que amplía su ventaja en el récord que lo convierte en el más laureado de la historia del tenis
05 jun 2022 . Actualizado a las 18:00 h.¿Se puede conseguir lo nunca visto desde la invención del tenis con una superioridad insultante? ¿Es posible abrazar un par de hitos de la más grande historia del deporte sin recurrir a la épica? ¿Alguien puede lograr su decimocuarto título de Roland Garros y su vigésimo segundo de un grand slam sin ver peligrar en ningún momento la victoria? Rafa Nadal, sí.
Tan endiablado fue su camino hasta la final, que Nadal había visto cómo por su lado del cuadro iban cayendo las principales piezas sobre el tablero de Roland Garros. Necesitó cinco sets para frenar a Felix Auger Aliassime en octavos de final. En uno de los pulsos de cuartos más bonitos que se recuerdan, aplacó a Novak Djokovic. Luego llevó hasta el límite a Sascha Zverev —que se había ocupado de Carlitos Alcaraz, el niño maravilla— durante tres horas que no bastaron para consumir dos sets antes de la lesión del alemán. Otros fenómenos se habían ido despidiendo por diferentes motivos ya antes de la segunda semana: Medvedev, Tsitsipas, Rublev... Así que esta vez, en el domingo definitivo en París, le esperaba un rival nuevo, Casper Ruud, un noruego formado en la propia academia de la que es propietario en Manacor, un deportista que creció disfrutando las victorias del español desde la grada y por la televisión. Otra constatación de una evidencia. El paso del tiempo. Dos días después de cumplir los 36 años, Rafa Nadal morderá la Copa de Mosqueteros transformando la épica que se exige en las grandes plazas del deporte en la rutina de quien está acostumbrado a levantar el mismo trofeo, uno de los más inaccesibles del tenis, 14 veces. Sus 22 majors le elevan en la clasificación de todos los tiempos, con dos más que otros dos maestros contemporáneos, Roger Federer y Novak Djokovic.
Después de dos horas y 18 minutos sobre la pista, Nadal gana por 6-3, 6-3 y 6-0 a Ruud. Y el partido tiene poca historia. En realidad, responde a una lógica. Un tenista se encuentra a años luz del otro. Cuesta creer que durante las dos semanas de campeonato, analistas y entrenadores razonaron si este podría ser el último Roland Garros del gigante, o si incluso podría elegir la pista sobre la que levantó un imperio para anunciar su retirada. Porque la lesión crónica en su pie izquierdo, carcomido por el esfuerzo, el foco de dolor permanente que amarga sus días y le sumerge en mil y una dudas sobre qué hacer con su futuro, alimenta ese debate.
Nadal manda en el marcador desde el primer juego, gana por 6-3 y solo concede un respiro a Ruud en la segunda manga. El noruego logra un break de ventaja y se sitúa 3-1 a su favor. Un espejismo. El español encadena once juegos seguidos para lacrar el partido.
Un extraterrestre. Nadal mató suavemente a Rudd. Con su habitual juego de porcentajes. Tanto ritmo como sea capaz de imprimir para que sus golpes ganadores superen a sus errores no forzados. Tan sencillo de pensar, tan difícil de realizar.
Su conmovedor rendimiento en París, después de la gira de tierra más complicada que se le recuerda, solo deja una duda. ¿Cuándo volverá a competir? Cuanto antes, por el bien del deporte.