El atleta saltó, hace hoy dos décadas, 8,56 metros en Maebashi, una proeza sin precedentes
07 mar 2019 . Actualizado a las 12:56 h.Hace hoy 20 años que Yago Lamela pasó a la historia del deporte asturiano con mayúsculas. En 1999 nos despertamos un domingo con la noticia: había saltado 8,56 metros en la final del mundial de Maebashi. Había conseguido la medalla de plata porque un inmenso Iván Pedroso había volado por encima de los 8,60, pero el hito ya estaba ahí. El de un chaval de 21 años de Avilés que desde las pistas asturianas y los consejos de Juanjo Azpeitia, su entrenador, había conseguido una de las grandes proezas deportivas jamás alcanzadas por un asturiano. A la altura (posiblemente por encima) de las medallas de Herminio Menéndez, de las aventuras ciclistas del Tarangu, de los cinco pichichis de Quini. Una proeza quizá no suficientemente valorada en Asturias.
Dos décadas después recordamos aquel día mágico en Japón, cuando Lamela fue superándose hasta saltar 8,56 en su sexto salto, un ejemplo de libro de la excelencia atlética, con una técnica extraordinaria, un salto de dos y medio ejemplar. Recordamos así a Lamela, un atleta superdotado de técnica y potencia física, capaz de aunar velocidad, explosividad muscular y articular, que en su etapa infantil ya reunía una capacidad de salto y técnica impropia de su edad, que coqueteó con el triple salto pero que eligió finalmente la longitud. Recordamos también su derrota ante un imperial Pedroso, un atleta de otra dimensión que de alguna manera bloqueó la carrera de oro de Lamela: sucede cuando dos grandes atletas solapan su carrera. Los ejemplos en la historia del deporte son innumerables.
Aquel 1999 fue el año del despegue de Lamela y también el de su mayor gloria. Con solo 21 años, Azpeitia consiguió domar al potro y exprimir a un diamante en bruto, a un deportista excepcional, un buen competidor que mereció alguna medalla de oro más a lo largo de su carrera. En verano volvió a saltar en Turín los mismos 8,56 que le dieron durante varios años el récord de Europa, una hazaña. Fue de nuevo subcampeón mundial. Luego vendría el fracaso en los juegos olímpicos de Sydney y las dudas que le llevaron a Madrid a entrenar con Juan Carlos Álvarez. En 2003 fue líder mundial con 8,53. Pero en 2004 llegaron las lesiones, habituales en esfuerzos tan exigentes, que acabaron con finiquitar su carrera. Cinco años de fulgor. La luz de Lamela brilló y se extinguió, pero dejó como legado unas marcas rutilantes, que le habrían proporcionado la medalla de oro en las últimas cuatro citas olímpicas. Casi nada.
El salto no es un invento para el ocio, como lo puede ser el fútbol, el ciclismo o el hockey sobre hierba, sino una necesidad humana que nos lleva a los primeros pasos de los homínidos o del mismo Sapiens. El salto de longitud es un nexo de la humanidad, una actividad que el hombre y la mujer siempre han realizado durante miles de años, en la huida de depredadores o en la búsqueda de alimentos. Millones de humanos lo han realizado a lo largo de miles de años de historia. Muy pocos, casi nadie, lo han hecho como Lamela, el autor de una hazaña extraordinaria, canon de nuestro deporte.