Alejo Stivel, excantante de Tequila: «Perdí más amigos por la dictadura de Argentina que por las drogas»
CULTURA
El también productor musical se desnuda en «Yo debería estar muerto», donde relata su infancia, cómo perdió a una hermana por la dictadura, y su amistad con Julio Cortázar, además de sus excesos y su flirteo con la muerte
a la que es capaz de mantener a raya
08 jul 2024 . Actualizado a las 09:28 h.
Alejo Stivel (Argentina, 1959) se considera un superviviente por muchos motivos. El destino, o quizás su intuición, le ha permitido «esquivar a la parca» en varias ocasiones. De ahí el título de la autobiografía Yo debería estar muerto. Afortunadamente no es así. «Pero no es un libro que solo habla de eso, sino que también habla mucho de la vida, de cosas divertidas y pasionales. Tiene algo de muerte y mucho de vida», dice. Pues allá vamos, aunque la piedra del hotel de Compostela en el que se hospeda nos boicotee la entrevista por la mala cobertura. Las cosas del directo. Y de eso, el que fue la voz de Tequila sabe mucho.
—Vaya infancia más especial que has tenido... Y todo gracias a tu madre...
—Sí, la verdad es que muy normal no fue. Mi madre era una tía increíble. Muy bohemia, muy creativa, muy fuerte, muy amorosa. Yo creo que todos decimos que hemos tenido a la mejor madre del mundo. Pero para mí sí lo fue. Me ha dejado una huella muy fuerte.
—El comienzo y el titular es brutal...
—Sí, la verdad es que te pones a escribir en tu habitación y no eres consciente de que después lo va a leer mucha gente. Entonces, te pones a contar cosas que luego, cuando las lees, dices: «Joder con todo esto...». Te da un poco de pudor. Pero, bueno, se trataba un poco de eso también. De contar todo.
—¿No te has dejado nada en el tintero?
—Quizás puede que alguna cosa me haya dejado, pero la verdad es que puse bastantes. Casi todo.
—¿Por qué deberías estar muerto?
—Por muchas y diferentes razones, he pasado cerca, varias veces, de coger el autobús al otro barrio. Pero, por suerte, pude esquivarlo. Cada vez que se me acercaba la parca, la pude evitar.
—También dices que estuviste varias veces al borde de la sobredosis, pero zafaste...
—Sí. Fui esquivando ese momento fatídico. Por eso, y por otras cosas: la dictadura en Argentina, una vez que me caí en una moto, una operación... Pero bueno, tampoco es un libro que solo habla de eso, sino que también habla mucho de la vida y de cosas muy divertidas y muy pasionales. Es un libro muy de extremos. Tiene algo de muerte y mucho de la vida.
—También cuentas que de niño te marcó mucho tu amistad con Julio Cortázar.
—Es una interpretación que hago de adulto, porque en la infancia él era un amigo más. Yo no sabía bien la dimensión que tenía. Con 10 años no era consciente de esa dimensión. Y la verdad es que teníamos una relación muy bonita, de amistad, aunque yo era muy niño y él era un tipo muy curioso, que se interesaba por todo. Y, por alguna razón, le divertía o le atraía charlar conmigo. Así que me invitaba a su casa a tomar el té.
—Pero en el colegio no te creían que eras su amigo.
—Sí. Un día nos dijeron que teníamos que leer un cuento de él, Casa Tomada, y yo dije que ya lo había leído. Todos me miraron extrañados y la profe me dijo: «¿Cómo que lo has leído?, ¿por qué?». Y le respondí: «Porque soy amigo de Julio». Pero no me creyeron. Me tomaron por fantasioso.
—Te viniste a España con 17 años huyendo de la dictadura. ¿Cómo recuerdas el Madrid que te encontraste?
—Era un Madrid bastante gris, bastante opaco y lineal. Aunque ya había muerto Franco, todavía estaba muy impregnada la dictadura, pero había ganas de expresarse. Y rápidamente empezó la cosa a ponerse divertida.
—Cuentas en el libro una escena en la que te caíste en el escenario y que estabas a punto de sufrir una sobredosis. ¿Cómo sales de ahí?
—En un momento dado me dije: «Esto ya no me aporta nada. Vamos a tirar por otro camino». Elegí la vida, en vez de la muerte. La luz, en vez de la oscuridad. Fue una decisión para la cual ni siquiera pedí ayuda, ni tampoco la tuve. Fue una decisión personal. Y di un volantazo en mi vida.
—¿Perdiste a muchos amigos de esa época?
—Perdí a más amigos por la dictadura de Argentina que han desaparecido o que han muerto asesinados por los militares que por las drogas. Pero sí, algún amigo he perdido por las drogas. Es decir, por varias razones.
—Una hermana tuya también desapareció por la dictadura. ¿Cómo se mastica emocionalmente eso? No sé si tienes sentimientos encontrados con Argentina...
—Sí, es muy duro. Pero aquí también pasó algo parecido. El exilio, la muerte de familiares... no sé si hay algo peor que todo eso.
—¿Qué te pasó con la letra de «Salta»?
—La tuve que reescribir porque perdí la letra en un cine. Me fui a ver una película y la llevaba en el bolsillo. Se me cayó. Cuando llegué al estudio para grabarla, la tuve que volver a escribir porque no recordaba qué decía la letra original.
—Pues casi fue mejor porque fue todo un exitazo. Sigue siéndolo.
—Bueno, no sabemos si con la letra original hubiese sido más éxito todavía. Nunca lo sabremos ya.
—Le has producido a Sabina el que quizás es su mejor disco. ¿Recuerdas cómo lo conociste?
—Pues lo conocí en la noche madrileña. Cuando él todavía salía y yo también. Cuando éramos unos animales. Precisamente, acabo de sacar con él la canción Yo era un animal. Pasamos muchas noches juntos. Un día le comenté que por qué no cantaba en los discos como cantaba en su casa a las cuatro de la mañana. Un día me llamó y me dijo: «Oye, eso que me dijiste... si quieres lo hacemos». Y fue ahí cuando le produje el disco. Fue un trabajo maravilloso durante un año, una experiencia inolvidable.
—¿Cómo es el Sabina amigo?
—Aún estuve la semana pasada con él. Es un gran tipo. Con una cultura impresionante. Es una de las personas más cultas que conozco. Se lee un libro y cuatro periódicos al día. Está totalmente actualizado de todo. Y además es gracioso, ocurrente, talentoso, cariñoso y muy agradable. Es un persona realmente grande.
—¿Y un punto canalla?
—Eso es un tópico de su personaje. Yo le valoro muchas cualidades.
—Siempre has tenido olfato para ver el talento. Le has producido discos al Canto del Loco, La Oreja de Van Gogh...
—Sigo produciendo. Ahora he descubierto a una nueva artista que se llama Rosa León, que lleva 30 años sin grabar nada. Así que la veo como una nueva artista. Y hemos terminado un disco maravilloso, que va a salir en unos meses. Me gusta producir y me gusta subirme a un escenario. Me gustan mucho las dos cosas.
—¿Volverá Tequila?
—No lo sé. No tengo la bola de cristal. Así que lo que diga hoy, poco valor tendrá mañana. Nunca se ha de decir que de esta agua no beberé.
—¿Qué ha sido Tequila para ti?
—Mi universidad de la vida donde aprendí muchísimas cosas, profesionales y personales. Fue una experiencia maravillosa que me ha dejado marcado de por vida. Y vivir todo eso para un chavalín fue fantástico.
—¿Alguna vez llegaste a perder el norte con tanta fama?
—No, nunca. Siempre tuve muy claro quién era yo. Considero que la fama es algo completamente volátil, que un día está y otro no. Nunca me creí más de lo que podía ser. A veces, se le da demasiada importancia a la gente famosa. Y realmente lo importante son los neurocirujanos. Yo puedo alegrarle un rato a alguien, pero no puedo salvarlo de la muerte. Y los neurocirujanos, sí.
—Da la impresión de que has sabido siempre rodearte de buenos amigos.
—Va por épocas. Algunas amistades han sido fantásticas. Otras, no tanto. Ha habido de todo. Uno se equivoca, a veces, cuando elige a la gente.
—¿Qué buscas al contar tantas cosas íntimas con este libro?
—Pues lo mismo que cuando hago canciones, saco discos o doy un concierto, que la gente pase un buen rato, que le aporte algo, no sé... compartir un poco con la gente, que le haga sentir cosas, que le transmita emociones.
—¿Qué tal te tratamos en Galicia?
—Fatal. Se come muy mal, el pulpo y las zamburiñas están horribles, la gente es muy antipática, por eso no vengo nunca [se ríe]. No, me parece maravillosa. Amo Galicia. Todos los argentinos, aunque no tengamos un origen gallego, somos un poco gallegos. Porque allí la cultura gallega está muy impregnada en la sociedad. La verdad es que es uno de los lugares donde más me gusta ir. Procuro venir todos los años, a comer, a socializar con los amigos que tengo... Así que este año no va a ser una excepción.
—¿Por dónde te dejas caer?
—Suelo ir todos los años al Náutico de San Vicente, también a Vigo, en playa América siempre hago algún acústico en algún bar. Santiago, A Coruña... a final de año tendré una gira y tocaré en varias salas.
—En el libro cuentas que no has encontrado a tu primer amigo, a pesar de buscarlo. Tenía raíces asturianas.
—No, quizás murió. Nunca lo encontré. Lo busqué por Facebook, y encontré a un tipo que se llamaba igual y tenía una edad parecida, pero no era él. Así que si desde La Voz lo podemos encontrar, te prometo que haremos una entrevista los tres del reencuentro.