El 6 de abril de 1974 empezó el reinado de los suecos que le dieron la vuelta al festival con una pieza eufórica y luminosa
06 abr 2024 . Actualizado a las 10:46 h.Es uno de los momentos definitivos de la historia de la música pop. El 6 de abril de 1974 se celebró en Brighton la 18.ª edición del Festival de Eurovisión. Una de las favoritas, la francesa Dani, con el tema La vie à vingt-cinq ans, no acudió a la gala por la muerte del presidente Georges Pompidou. El Reino Unido, país anfitrión, presentó a una superestrella Olivia Newton John, con Long Live Love, mientras que España competía con Peret y su Canta y sé feliz. Pero ese día hubo un grupo que iba a deslumbrar a toda Europa sobre el escenario.
Abba, cuarteto sueco creado en Estocolmo dos años antes, representaba a su nación con Waterloo, una radiante y pegadiza pieza que rompía con la línea tradicional del festival. Interpretada en inglés, tras permitirse por primera vez que los artistas cantasen en un idioma que no fuese el oficial de sus territorios, desplegó su encanto de tal modo que logró la victoria sin contestación alguna. Siempre quedará, eso sí, el interrogante de lo que habría podido pasar de haber participado Francia. Pero de lo que no queda duda es de que ese día empezó el mito de Abba.
El primer impacto lo causó el director de orquesta Sven-Olof Walldoff. Entró disfrazado como Napoleón Bonaparte, en alusión al símbolo del tema. La batalla de Waterloo en 1815, donde Napoleón encontró su destino, resonaba en los versos de la canción, donde una amante se rinde al amor con una entrega similar. «Fui derrotada, tú ganaste la guerra / Waterloo, promesa de amarte para siempre», dice. El fogonazo visual del director se sumaba al del propio grupo. Agnetha Fältskog, Björn Ulvaeus, Benny Andersson y Frida Lyngstad buscaron fascinar desde el primer momento. Su atuendo, diseñado por Inger Svvenke, combinaba brillo, color y fantasía. Plataformas plateadas, cadenas colgando por todas partes y recargadas camisas con puños de encaje. Todo tan glam que Benny Andersson, con su estrambótica guitarra de estrella, bien podía pasar por uno de los componentes de Kiss o los Spider From Mars de David Bowie.
Tras entrar por los ojos, el grupo empezó a tocar. La canción, que ya había ganado el Melodifestivalen de la televisión sueca, enamoró también por los oídos. Sonó yendo a por todas. Arrancó con sus luminosos rayos melódicos. Caminó hacia un estribillo perfecto. Y, empujado por metales y pianos trotones, mantuvo la suave y placentera euforia hasta volver a empezar.
Con sonriente seguridad, aquel día, Abba generó calor en las mejillas y pechos en suspensión. Igual que la protagonista de la letra, el público sintió la flecha en el corazón y se rindió, cual Napoleón, a su efervescente propuesta. Logró el primer puesto. De este modo, el entonces exótico cuarteto sueco abría la puerta al estrellato global. Viajaron por Europa y actuaron en los programas punteros de la televisión de diferentes países, como Top Of The Pops, Domino, Starparade, Toppop y el español ¡Señoras y señores! En cuestión de días lograron el número uno en el Reino Unido. La era Abba había empezado.
El Waterloo de Eurovisión se convirtió en el trampolín definitivo del grupo que, estaría surtiendo de hits a la industria durante varios años. Piezas como Dancing Queen, Mamma Mia, Take A Chance On Me, Gimme! Gimme! Gimme! (A Man After Midnight), SOS, The Winner Takes It All y Fernando, entre muchas otras, son clásicos eternos, que sonarán toda la vida. Pero, además, aquel triunfo descubrió al mundo un nuevo e insólito manantial musical, que miraba de tú a tú a los mercados americano e inglés: Suecia. Tras Abba, artistas como Europe, Roxette, Ace Of Base, The Cardigans, Robyn, Max Martin, Swedish House Mafia y The Hives, entre muchos otros, colocaron al país nórdico como una referencia internacional de peso. Cantando en inglés, se colaron en las listas de todo el mundo. Tal y como habían hecho los pioneros Abba 50 años antes.