Una princesa en las fronteras del siglo XXI

CULTURA

La princesa Leonor hace un recorrido por el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga -embrión del actual Parque de los Picos de Europa- con motivo de la celebración del primer centenario
La princesa Leonor hace un recorrido por el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga -embrión del actual Parque de los Picos de Europa- con motivo de la celebración del primer centenario Juan Carlos Hidalgo

15 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada siglo se arruga con sus palabras, que son sus líneas de expresión, las que van surcándole, labrándole el rostro. Si pensamos en las de esta centuria, salen solas: cambio climático, feminismo, migraciones, diversidad, globalidad. Esta edición de los Premios Princesa las reúne todas. Estos días de octubre, Asturias congrega a los nombres del siglo XXI y yo, presidente del Principado, tengo el honor de darles la bienvenida.

Ellos representan el futuro y en esta edición de los premios, el porvenir tiene nombre de mujer: Leonor. La princesa en cuyo honor se entregan estos galardones asiste por primera vez a la gala con trece años, la misma edad que tenía su padre cuando pronunció su primer discurso en el Teatro Campoamor. Su presencia en este acto, al que también acudirá la infanta Sofía, sirve para afianzar una tradición y, al mismo tiempo, para avanzar hacia lo mejor de nuestro futuro. En palabras del propio rey Felipe VI, la asistencia de la princesa simboliza «el hoy y el mañana de los premios».

Hace pocas semanas, un panel de científicos de la ONU alertaba sobre el aumento imparable del nivel de los mares. De inmediato, volvieron a sucederse las imágenes de lo que ocurriría en ese futuro hipotético, ya un porvenir cercano, casi a la vuelta de la esquina: ciudades inundadas, deshielo, desertización, desaparición de las estaciones. Un desastre a nuestras puertas; un desastre en nuestras manos.

Joanne Chory y Sandra Myrna Díaz, biólogas, reciben el Premio Princesa de Investigación Científica y Técnica. Entre sus trabajos sobresalen las investigaciones relacionadas con la capacidad de algunas plantas para almacenar dióxido de carbono o sobre la relevancia de la biodiversidad, que es la vida misma. Ante la emergencia climática, saber cómo se comportará la naturaleza y cuál es nuestra responsabilidad ?y nuestras posibilidades- como especie son cuestiones cruciales.

Ellas, Joanne y Sandra, son mujeres que destacan por su capacidad para buscar respuestas y que reciben un reconocimiento público por ello. No quedan en la cara silenciada de la historia, no están relegadas a la penumbra, ocultas por los brillos de algún colega varón. Esa es otra virtud importante del premio. Nadie cuestiona -¿o sí, o todavía queda alguien que lo ponga en duda y aún debemos insistir en la obviedad?- su altura científica, como nadie duda sobre la calidad deportiva ni la poderosa fuerza de voluntad para superar los reveses de Lindsey Vonn, la esquiadora más laureada de la historia y premio de los Deportes.

La trayectoria deportiva de Vonn es indiscutible. Como lo es ?y aquí vuelvo a otra de las señas de este siglo- la creciente potencia social del deporte femenino, otra faceta que antes, hace muy pocos años, apenas recibía atención. Aún hoy podemos comprobar cómo a los medios de comunicación les cuesta cambiar el norte, asimilar que los minutos o las páginas de información deportiva no son un club reservado para hombres.

En la literatura esas puertas empezaron a abrirse antes, empujadas de par en par por mujeres, hasta el punto de que hoy los escaparates de las librerías están repletos de obras con firma femenina. Y, sin embargo, la perspectiva de género aún escasea. En todo caso, a Siri Hustvedt no se le concede el Premio Princesa de las Letras por ser mujer, ni por aplicar una visión feminista. Resultaría frustrante justificarlo así. A la autora de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Elegía para un americano o Todo cuanto amé se le reconoce una categoría literaria ?esa música de sus novelas- e intelectual, la ambición de una obra que brota directamente de este instante. Su inquietud por las neurociencias, derivada de sus propias circunstancias, engarza a la perfección con la metáfora que intento desde el principio, el conocimiento de nuestra mente, de la mente que vacila en un mundo que tiembla, es otra frontera del siglo XXI.

He escrito frontera, y deberíamos preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de fronteras. Para las redes no existen, para los mercados bursátiles, tampoco. Es verdad que aún podemos imaginar y edificar muros, sin darnos cuenta de que el mundo será abierto o no será. Hemos de pensar cómo nos arreglamos para encauzar uno de los movimientos tectónicos de esta época, las grandes oleadas migratorias. A ello precisamente ha dedicado su vigor intelectual Alejandro Portes, Premio Princesa de Ciencias Sociales y uno de los sociólogos y demógrafos más reputados.

Los trabajos de Portes enseñan, por ejemplo, que las políticas de asimilación de los inmigrantes basadas en su aculturación pueden resultar contraproducentes. Tal vez sea mejor, más adecuado y más productivo, acostumbrarnos a la diversidad. La ciudad de Gdansk, Premio de la Concordia, puede darnos muchos ejemplos. Gdansk, donde se data la primera batalla de la invasión nazi de Polonia; Gdansk, donde nació el sindicato Solidaridad, es una referencia de tolerancia, apertura, integración y respeto a los derechos humanos. A las orillas del Báltico, es ejemplo de los mejores valores de Europa. Cuando tengamos dudas de qué significa Europa, volvamos los ojos a Gdansk.

Esa capacidad de integración impregna la trayectoria profesional de Peter Brook, Premio Princesa de las Artes. La audacia de sus representaciones -desde clásicos de Shakespeare, como La tempestad o El Rey Lear hasta el Mahabharata-, su decidida apuesta por la simplicidad, por despojar de artificio los montajes, suponen toda una referencia en la evolución del teatro contemporáneo, al igual que su disposición a asimilar planteamientos culturales de otros continentes, como Asia o África.

La superación de las fronteras es también evidente en la Khan Academy, promovida por Salman Kahn, Premio de Cooperación Internacional. La comunidad global capilarizada por la red es otra instantánea del siglo XXI, y la Khan Academy una de las mejores muestras imaginables de las posibilidades que ofrece. Cuando el lenguaje habitual para referirse a la red está agujereado de palabrejas extrañas y sospechosas como bot, trol o fake, reconforta toparse con una vieja conocida como educación, siempre tan necesaria. A eso se dedica la Khan Academy, al aprendizaje, a ofrecer educación gratuita a través de Internet. Sus 60 millones de usuarios registrados, su extensión por 190 países, los 30 idiomas en los que se encuentran sus vídeos y enseñanzas, son un ejemplo de buen uso de Internet.

Otra institución cultural merece el Premio Princesa de Comunicación y Humanidades. Una mucho más clásica, con una historia de 200 años: en 1819, el Museo Nacional del Prado abrió por primera vez al público. Sobre los tesoros del museo está todo escrito. No tiene nada de extraño que grandes autores se hayan inspirado en su vasta colección. Nadie con una mínima fibra sensible sale del Prado sin haber notado el abrazo del arte, ese pellizco directo a algún rincón del cerebro que nos hace entender, siquiera sea por un instante, cuál es la capacidad creadora del genio.

Asiegu,  Pueblo Ejemplar

La Fundación Princesa de Asturias ha reconocido en la 30 edición del Premio al Pueblo Ejemplar la labor de los 98 vecinos de Asiegu, una aldea de Cabrales a la que le sobran motivos para atraer al visitante: no sólo cuenta con un paisaje natural que deslumbra a cuantos lo descubren, sino también alberga unos yacimientos arqueológicos, alguno de ellos incluido en la declaración de Patrimonio Mundial por la Unesco como parte del arte rupestre paleolítico del norte de España, dignos de ser conocidos. El compromiso de sus habitantes recibe ahora un justo reconocimiento por haber puesto en marcha un modelo de desarrollo local basado en el aprovechamiento de los recursos naturales y culturales, y que favorece la actividad económica necesaria para mantener el tejido social. Asiegu recupera así no sólo su patrimonio, sino que también planta cara a la pérdida de población del campo y conserva un entorno natural cuya riqueza nos beneficia a todos.