Una Berlinale con un liberador relato de amor contado por Isabel Coixet

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

El rodaje de la película tuvo como escenario varias localidades gallegas, Celanova entre ellas
El rodaje de la película tuvo como escenario varias localidades gallegas, Celanova entre ellas Santi M. Amil

La cineasta catalana compite por el Oso de Oro con «Elisa y Marcela»

07 feb 2019 . Actualizado a las 08:17 h.

Esta 69.ª Berlinale, que mañana abre sus puertas con The Kindness of Strangers de la danesa Lone Scherfig, va a tener singular protagonismo galaico. La historia real de los amores difíciles de Elisa y Marcela, las dos maestras que lograron casarse en 1901 en A Coruña al hacerse pasar una de ellas por hombre, va a disputar el Oso de Oro con otros 16 filmes. Tiene muchísimo que ver en este visado para la posible gloria la firma de Isabel Coixet, muy apreciada en este festival. En él ha competido en tres ocasiones, con Mi vida sin míElegy y Nadie quiere la noche, sin obtener nunca premio y, en el caso de la última de las citadas, como película inaugural en el 2015, con un inocultable estropicio.

Elisa y Marcela se proyecta el día 13 -no sean supersticiosos quienes confíen en el cine de Coixet- con Natalia de Molina y Greta Fernández en los roles de estas dos mujeres que desafiaron de manera titánica a las leyes mordaza sobre el derecho a amar y un reparto que incluye a Tamar Novas, María Pujalte, Sara Casasnovas y Lluís Homar.

Ese oro al que aspira Coixet, y que decidirá un jurado presidido por Juliette Binoche, se las verá con algunos de los pesos pesados del cine europeo como François Ozon -quien también acude por cuarta vez a la Berlinale y que presenta otra obra con conciencia de denuncia, en su caso la de los abusos sexuales en la Iglesia católica-, el turco alemán Fatih Akin, ganador ya de un oso de Oro en el 2004 con Contra la pared, y la polaca Agnieszka Holland, quien abordará en Mr. Jones la hambruna cuasi genocida que Stalin impuso a Ucrania a comienzo de los años treinta del pasado siglo.

En esa disputa por entrar en el palmarés reaparece el venido a menos Zhang Yimou, otrora gran esperanza de la quinta generación del cine chino, que floreció de manera abrupta precisamente en la Berlinale con el Oso de Oro para la opera prima de Yimou, Sorgo Rojo, hace ahora 30 años. Y despiertan las mejores expectativas dos nombres en pleno fervor creativo: el israelí Navad Lapid, que ha rodado en Francia el filme sobre el extrañamiento Synonymes, y el canadiense Denis Cote que vuelve a ese Quebec espectral y perturbador que lo caracteriza con Ghost Town Anthology.

Año de transición

En este año de transición de una Berlinale que deja en estado maltrecho el balance de su hasta ahora director Dieter Kosslick y retomará de modo formal en la próxima edición el italiano Carlo Chatrian -quien promete renovación y riesgo tras su buena labor en Locarno-, se asoman ya a la sección oficial autores que apuntan hacia esa frescura y que convierten esta cosecha en ciertamente imprevisible: cineastas jóvenes como las alemana Marie Kreutzer y Nora Fingscheidt, el turco Emin Alper, la macedonia Teona Strugar, el chino Wang Quan’an prometen, cuando menos, despejar la pantalla del Palast de tanta vaca demasiado sagrada o, directamente, del cementerio de elefantes, de cine en moribundia en que esta Berlinale se había venido convirtiendo. Esta edición es también la de la irrupción de cineastas en femenino -habrá siete directoras en la sección oficial- y la de la pleitesía hacia Agnès Varda, quien a sus 90 años desafía a la biología y al frío berlinés con Varda par Agnès, que seguro que retendrá la vitalidad que atesora esta figura irrepetible.