Es una máquina de hacer series de éxito. Acaba de estrenar «El embarcadero», que tiene todas las papeletas para enganchar de nuevo al público. El reto no era fácil: «Ser adictivo con las emociones es más complicado».¿Su secreto? Escribir mucho y desechar lo malo, lo mediocre y lo común
04 feb 2019 . Actualizado a las 18:12 h.Dice que el haber pasado una infancia solitaria le llevó a leer mucho, y que puede que de ahí venga la habilidad que tiene para la creatividad. No se considera una estrella, solo un «privilegiado» que está haciendo historia en el mejor momento de la ficción española. Dejó el listón muy alto con La Casa de Papel, pero a juzgar por las primeras impresiones, parece que lo ha vuelto a conseguir con El embarcadero, la serie que se estrenó hace unos días en Movistar. Es Álex Pina (Pamplona, 1967) o el culpable de nuestras adiciones televisivas.
-¿Preparado para un nuevo éxito?
-Nosotros hacemos las series con la intención de que sean coherentes, de aportar algo nuevo, y lo del éxito nos ha pillado un poco por sorpresa, por la puerta de atrás en el caso de LCDP. Esta serie, El embarcadero, tiene muchas cosas que me gustan y que me parece que estamos avanzando en una línea lateral de la ficción, aportando un poquito de transgresión, avances en la narrativa, pequeños cambios que van conformando la ficción contemporánea. ¿Si tendrá éxito o no? No lo sabemos, bastante tenemos con intentar ser coherentes y originales en un negocio que está ya archiclonado y estamos en plena burbuja. ¿Preparado para el éxito? Sí, pero si viene o no, ya es otra cosa.
-Con solo cuatro capítulos vistos, yo creo que lo has vuelto a hacer. Eres adictivo como la Coca-Cola.
-Sí, sí, este caso era más complicado porque hacer una serie adictiva solo con emociones y con sentimientos es mucho más complicado. El thriller, la tensión de un secuestro, de saber qué va a pasar cuando hay pistolas, todo el asunto criminal, engancha mucho, pero el reto era hacerlo con un asunto sentimental. Intentamos que las series tengan cosas muy similares, que sean frenéticas, mucho nivel de ritmo e hitos, y personajes muy poderosos que son los que al final consiguen que sea adictiva una serie. Pero no las teníamos todas con nosotros de que lo íbamos a conseguir, nos hemos dado cuenta a posteriori cuando hemos hecho varios tests, y la gente quería ver otro, otro y otro.
-Me ha sorprendido mucho cómo encaja Alejandra (Verónica Sánchez) la situación. Te esperas otra respuesta.
-Te esperas rencor, bajón, frustración, drama... y sin embargo, es una respuesta diferente a lo que estamos acostumbrados. Es un mensaje muy positivo y el que ella lo filtre así creo que es muy interesante, y esa es la propuesta. La otra ya la conocemos.
-¿Fue cosa tuya repetir al protagonista (Álvaro Morte)?
-Sí, fue cosa mía, porque al final Álvaro tiene una cosa fundamental que creo que hay poca gente que lo tiene, que es la cualidad de blanquear. Aunque sea un polígamo tiene una capacidad empática tan grande que hace que tú estés con él y lo entiendas. No es fácil encontrar a actores que blanqueen, y esa es la razón fundamental, y que es un actorazo descomunal que dice muchísimo con una mirada.
-¿Había mucha presión al escribir este proyecto después del bum de la LCDP?
-Había mucha presión, más que con La Casa de Papel, porque cuando estábamos escribiendo El embarcadero no se había lanzado en Netflix, con lo cual estábamos con tranquilidad en ese sentido. La presión era porque cuando nos encargaron hacer una serie de un trío, estuvimos siete meses pensando cómo hacerla diferente. Un trío es un asunto muy clásico, muy recurrente en literatura, en ficción y en cine, así que teníamos que aportar algo distinto y apostamos por atacar la ambigüedad de los personajes. Pero la serie está contada sin ningún tipo de moral judeocristiana, nunca juzgamos a los personajes, nunca hay reproches... Ha costado mucho hacerla también por esto.
-¿De dónde te salen las ideas?
-Pasé una infancia en la que mis padres se iban a trabajar y mi hermano estaba en un colegio en Francia, así que por circunstancias estuve mucho tiempo solo y leía muchísimo. Ahí se generan muchísimas sinapsis con todo lo que vas leyendo en un momento de crecimiento, y yo achaco a eso que realmente se me ocurran cosas y a que tenga una cierta capacidad para la creatividad.
-¿Todas son brillantes o más de una va a la papelera?
-Muchísimas cosas son absolutamente aborrecibles, mediocres y vulgares. Muchísimas. El trabajo que hacemos es de autocrítica y de tirar todo, en la capacidad de deshacerte de tus ideas mediocres es cuando brillan las otras. Nosotros hacemos muchas versiones, y lo bueno que tienen es que lo malo, lo mediocre, lo estándar o las cosas comunes se van cayendo poco a poco, y al final a fuerza de editarlo, va quedando lo más interesante.
-¿Cuántas series puedes tener en la cabeza a la vez?
-En algún momento que he estado en tres ha sido muy perjudicial para mi salud, así que creo que dos es un número razonable que puedo hacer con relativa solvencia. Muchas veces yo funciono por incursiones. Por ejemplo, en El embarcadero trabajamos muy rápido, nos íbamos una semana a un sitio y estábamos pensando, escribiendo, pensando, escribiendo... Hay un momento en el que la cabeza está metida en ese universo, acabas pensando como Alejandra y es más fácil. Ahora estamos cerrando la tercera temporada de escritura de La Casa, con White Lines y arrancando Sky Rojo, pero aún en un proceso muy inicial, así que todavía es posible llevarlo.
-¿Tienes la sensación de que has pasado de guionista a estrella?
-[Risas]. Yo no tengo esa sensación, no, no, yo soy un privilegiado, eso sí, fundamentalmente porque me divierte muchísimo lo que hago y siempre quise ganarme la vida escribiendo. Estoy haciendo lo que soñé desde que tengo 15 años.
-¿Con 15 años empezaste a escribir?
-Empecé a escribir muy joven, no sé por qué razón, quizás porque leía mucho, quería ganarme la vida escribiendo. Empecé en el periodismo y estuve algún tiempo, pero la realidad es más gris que la ficción y me pasé a la ficción. Menos límites y más libertad. Yo creo que soy un privilegiado, porque he tenido la suerte de que tengamos un horizonte muy bueno con Netflix. En una situación en la que solo hay cuatro creativos con contratos de exclusividad, que seamos uno de ellos creo que es para estar muy orgulloso, también del sector, porque se está reconociendo una forma de hacer ficción, la latina, la española, la mediterránea... Estoy muy contento, muy orgulloso y me siento un privilegiado, pero no una estrella.
-¿Estamos ante el mejor momento de la ficción española?
-De los que yo he conocido sí, es un momento brutal. Primero porque el cambio de modelo nos favorece muchísimo, antes teníamos que salir a vender por los países, y ahora de pronto tus creaciones se pueden ver en 191 países a través de una plataforma. Pero además le estamos echando un pulso a la ficción norteamericana y le estamos hablando de tú a tú, algo que en otro momento era impensable.
-¿Cómo explicarías el fenómeno de «La Casa de Papel»?
-Es muy difícil decir por qué ha triunfado. Creo que hay muchos factores. El primero es que es un cómic muy lúdico y entretenido; por otro lado, es muy emotivo y emocionante, es un género que siempre ha sido masculino y que le hemos trasladado una mirada femenina con una narradora como Tokio (Úrsula Corberó), con personajes femeninos muy fuertes en todas las patas de la serie, y luego vamos a un ritmo feroz en el que no hay tiempos muertos. Además, por debajo hay un mensaje social que nunca hemos querido remarcar, un mensaje cómplice con el escepticismo de muchísima gente, con los bancos centrales, con los Gobiernos, con los estamentos, que empiezan a estar muy deteriorados y erosionados. Este pequeño pensamiento que no es antisistema, sino escepticismo, de decepción, entronca con muchísima gente en muchísimos países.
-Cuando se emite en Antena 3 pasa desapercibida, sin embargo después...
-Efectivamente, en la primera vía empezó muy bien pero tuvo una caída. Es una serie muy adictiva, donde acaba un capítulo y empieza el siguiente, y donde la publicidad, los horarios, el hecho de que te pierdas uno, van minando a los espectadores.
-He leído que «Vis a Vis» te dejó hecho polvo, ¿por qué?
-Era muy dura, con decirte que en dos capítulos seguidos, en uno matábamos a la madre de Macarena (Maggie Civantos), en el siguiente al padre. Era una bestialidad en muchos aspectos. Atropellábamos a una niña, por no decir las barrabasadas que hacía el médico o que en la segunda temporada violábamos al personaje más alegre y luminoso, que era Rizos. Así que toda esa carga de violencia y sordidez, que lógicamente tenía que estar en un drama carcelario, te va dejando hecho polvo. De esa necesidad de escape, de la brutalidad que fue Vis a Vis, nace una serie mucho más luminosa y lúdica, con personajes que realmente tenían una energía positiva y que tenían fe en algo tan peregrino como imprimir dinero. Esta es la razón fundamental del salto de un género a otro.
-¿Qué series sigues?
-De las que más tienen que ver con lo que escribimos ahora, o con mi forma de escribir, pues Breaking Bad y Californication, son las dos series que más me han influido. He visto hace poco Patrick Melrose, y me ha gustado muchísimo, me parece una propuesta lateral, diferencial y muy transgresora. Hay que estar al loro de lo que se hace, pero muchas veces es muy difícil porque la burbuja es gigantesca y ya no se puede ver todo lo que hay.
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