Empezar a las nueve de la mañana una serie el día de su estreno y querer seguir viéndola a las doce es un gran comienzo. Y eso es lo que me ha pasado con El embarcadero, lo último de ese guionista genial que es Álex Pina (La casa de papel, Vis a vis, Los serrano…), que ayer arrancó en Movistar con algunos altibajos en la interpretación de Verónica Sánchez, una de las protagonistas, pero con el acierto de volver a ver en la pantalla al siempre enigmático Álvaro Morte. Lo mejor de la serie es el shock emocional, que enseguida deriva en thriller, de descubrir en diez segundos que tu marido está muerto y en herencia te deja una doble vida con otra persona; todo un agujero negro de dudas, de sentimientos y sobre todo de fracaso, que es imposible asimilar en el tiempo. Con ese punto de partida (y no estoy haciendo spoiler) la serie avanza a un ritmo vertiginoso en el que el espectador necesita saber más para recomponer el puzle que es la vida de cada uno de nosotros: las mentiras que son verdad y las verdades que parecen mentira. Un arranque excepcional para una ficción que engancha por el oxímoron de liberación y asfixia que tiene dejarse llevar por un corazón que lo quiere todo. Y que por querer arrasa todo. Una red muy seductora para un público que desea respuestas y las busca ansiosamente en cada capítulo. Yo voy a por el cuarto.
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