Artículo de opinión de Jorge Regadera
26 dic 2017 . Actualizado a las 20:20 h.El Real Oviedo combinó de manera espectacular dos de los factores con más tradición en la Navidad. Son los que marcan gran parte de las fiestas, con mesas llenas de buenos platos y todos los miembros de la familia degustándolos. Algunos odian estas fechas, ya sea por los ausentes o porque la relación entre todos no es siempre la mejor. Sin embargo, en el otro extremo están los que desean reunirse, verse, besarse y tener tiempo para contarse todo lo que la rutina diaria no permite. De esta manera, los que ya no están físicamente, siempre aparecen en el recuerdo. Nadie deja de estar presente si nos empeñamos en que así sea. Los azules se incluyen en esta segunda idea y cerraron el 2017 con un suculento menú sobre el césped del Carlos Tartiere y con la familia numerosa reunida en las gradas. Había abuelos, padres, hijos, hermanos, nietos, primos y hasta amigos que pudieron disfrutar, cantar, animar, abrazar y terminaron con la emoción previa a un parón que no hará posible el reencuentro hasta 2018. De los 18.608 miembros que se dieron cita en el municipal ovetense faltarán algunos, pero los privilegiados, los habituales cada quince días, pondrán todo para que parezca que están ahí. «Es imposible. Cuando hemos estado mal, ellos han estado ahí. Es muy difícil corresponder a tanto cariño y comprensión que recibió mi equipo a principio de temporada». Era la respuesta del técnico azul cuando le cuestionaban sobre si su equipo ya se acercaba a la altura de la afición. No se me ocurre mejor manera de definir a una familia que es envidiada y reconocida en el panorama futbolístico.
En el menú de esa cena de horario británico había tres platos. No había posibilidad de elegir porque lo que gusta se consume y sobraba para poder repetir. De primero, crema de intensidad con toques de presión constante. Los futbolistas mordieron desde el primer minuto. Lograron que un equipo como la Cultural y Deportiva Leonesa, valiente y con capacidad para jugar al fútbol, no pudiera sacar el balón con facilidad. «Cada partido es el último y hay que afrontarlo como debe de ser». Es lo que pronunció Juan Antonio Anquela tras el choque y todos los cocineros que vestían de azul fueron al unísono. Coordinación absoluta dejándose todo en la cocina hasta la extenuación. Con el encuentro resuelto, siguió la capacidad de molestar al rival en campo contrario, de no dejar pensar, de que no disfrutasen con el esférico y les quemase. Destacó el técnico jienense que «la euforia es momentánea. Nosotros tenemos que apelar a la confianza y el trabajo, que son los verdaderos valores de cualquier equipo de fútbol». Cada cucharada que se llevaban a la boca los comensales era una muestra de ese sabroso discurso, de buena temperatura y una textura suave y sin grumos. ¿Quieren algo más los señores? El equipo ganó las disputas y se manchó el uniforme en los duelos. Para lo bueno siempre hay algo de hueco en el estómago. Esta vez no iba a ser ningún problema la digestión.
De segundo, redondo de fútbol relleno de salida tras robo, posesiones y entradas por banda con gente llegando al área rival. Es una de las opciones más difíciles de cocinar. Es a fuego lento y con ingredientes variados que hay que saber combinar con conocimiento y buen trato. El chef jefe lo ha conseguido y parece que va en busca de la estrella Michelín. Muchas veces se ha hablado de lo que ha ganado el equipo a la hora de competir, pero también es de justicia reconocer el nivel futbolístico que ha alcanzado cuando está a punto de finalizar la primera vuelta del campeonato. Lo mismo parece pensar el míster cuando explicó que «jugamos bien, llegamos por banda, centramos y hay cuatro al remate. Tocamos y desdoblamos. Que atrás cuando hay problemas le damos para arriba, pues como todos». El tercer tanto del sábado, fiel reflejo de lo que es el cuadro carbayón. En la alta cocina prima la calidad y el Real Oviedo, ahora mismo, la practica. Que nadie se deje engañar por esos grandes y vanguardistas platos que parecen hacer de menos lo que se sirve en ellos. Al probarlo, uno distingue la evolución y queda perfectamente saciado.
El postre, surtido de turrón de datos. Goleada con belleza en algunas de las dianas conseguidas, quinta victoria consecutiva, cuarta jornada seguida con la portería a cero, 35 puntos y tercer puesto en la clasificación. Si a eso se unen las bufandas al viento, los cánticos, la despedida vikinga y el rugido final del Carlos Tartiere, es complicado no pensar ya en el 2018. La familia siempre va a estar ahí, así que son los cocineros los que deben mantener el nivel en los fogones. Ojalá que sigan las cenas de nivel.