
El punto de penalti fue el protagonista de la primera victoria a domicilio del Real Oviedo
13 nov 2017 . Actualizado a las 15:56 h.El penalti, una suerte o un arte, marcó el partido del Real Oviedo en Tarragona. Once metros que separan al tirador y al portero y que dependiendo de la perspectiva puede suponer un disparo muy sencillo o harto complicado.
Casi todo el mundo lo ve sencillo, pero cuando la tensión aprieta es cuando más difícil parece embocarlo, cuando la portería parece menguar hasta convertirse en una de fútbol sala.

Ayer, el Real Oviedo consiguió por fin sumar tres puntos lejos del Carlos Tartiere y, en este importante partido, el punto de penalti fue el principal protagonista del encuentro. Ni Saúl, ni Aarón, ni Carlos ni Linares.
El disparo de Saúl
Saúl Berjón fue el primero en pasar por la soledad del penalti. Ese momento en el que un futbolista tiene que chutar y tiene mucho más que perder que ganar. Si lo mete, es lo normal. Si lo falla, estás condenado. A nadie se le escapa que en las tandas de penaltis solo los porteros pueden ser héroes. El resto únicamente pueden evitar la condena del amargo recuerdo.
El ovetense, confiado por su lanzamiento frente al Lugo, asumió galones y se dispuso a calcar la ejecución. Pero algo salió mal y el esférico se fue alto, muy alto, por encima del larguero. Le tocó condena a Berjón, nada de gloria para él.

Manu Barreiro, puro arte
Le tocó el turno al Nástic de disfrutar de su momento desde los 11 metros. El protagonista fue un gallego que parecía tener las pulsaciones más bajas de todo Tarragona. Con tranquilidad, frialdad, retando a Juan Carlos y ganándole la partida. Un gol de bandera para reivindicarse ante aquellos que creen que esta clase de lanzamientos es pura suerte, y no un arte que hay que entrenar y perfeccionar.
Aarón, la fortuna también juega
Pero el destino tenía todavía una nueva opción esperando al Real Oviedo. Cuando el encuentro ya estaba visto para sentencia, Aarón tuvo en sus botas la opción de traerse la victoria para tierras asturianas.

El disparo del ilicitano no fue bueno, mordido, torpe, golpeando el suelo e incluso levantando tierra. Lo más normal es que ese penalti no entre nunca, pero la fortuna también juega en el mundo del fútbol.
El esférico, suave, se elevó un poco más de lo debido, impidiendo que Dimitrievski llegara con su mano pese a rozarlo. Gol y tres puntos.
Así es el fútbol y así son los lanzamientos de penalti. En ocasiones una condena, a veces un arte, casi siempre con algo de fortuna.
