Carlos Calmaestra, asturiano al que la dana ha devastado su casa: «Estaba de alquiler y no me puedo permitir otro; no bajan de 1.000 euros»

Nel Oliveira
Nel Oliveira REDACCIÓN

ASTURIAS

Varios vecinos, entre los que se encuentra Carlos Calmaestra, en las labores de limpieza tras la dana
Varios vecinos, entre los que se encuentra Carlos Calmaestra, en las labores de limpieza tras la dana

Residente en la localidad de Godelleta, y en Valencia desde hace 24 años, cuenta su experiencia tras la catástrofe: «El ambiente huele a destrucción, a muerte; huele al recuerdo de que no somos nadie»

07 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Carlos Calmaestra tiene 47 años, es asturiano y lleva 24 años trabajando en Valencia como técnico de mantenimiento de gas. Tanto él como su mujer, Blanca, han sido unos de los afectados por la dana. Residentes en la localidad de Godelleta desde hace dos años, Calmaestra cuenta su experiencia tras la catástrofe. «Estábamos viviendo en un piso de alquiler por el que pagábamos 750 euros al mes, ahora tenemos que ir a otro y los precios están disparados; no bajan de 1.000 euros, no nos lo podemos permitir», lamenta vía telefónica, entre sollozos. En plenas labores de limpieza, este asturiano, natural del concejo de Corvera, asegura que «el ambiente huele a destrucción, a muerte y fango»: «Huele a podredumbre, al recuerdo de que no somos nadie», lamenta.

El día de la riada, para él todo comenzó con una llamada de teléfono. Era su mujer Blanca para advertirle de que estaba empezando a llover con bastante fuerza. «Soy una persona tranquila y le dije que no se alarmara. En menos de una hora me volvió a llamar de que un ventanal de dos metros que tenemos en casa había saltado y que la había empujado contra la cocina», recuerda Calmaestra. De camino a casa, finalmente se quedó a seis kilómetros por las retenciones en la autopista. Fue sobre las 20.00 horas cuando un bombero que empezó a desalojar uno por uno los coches parados «nos indicó que fuéramos andando tres kilómetros hasta un supermercado».

En el local se reunieron, según cuenta, hasta una treintena de afectados. «Nos dijo allí que estábamos en alerta 2 y que habíamos superado la previsión de lluvia. Dijo que lo que estábamos viviendo no lo volveríamos a ver en la vida», explica el asturiano, quien lejos de hacer noche en el supermercado decidió volver caminando a casa entre la lluvia: «Estábamos atrapados, sin comunicación. El bombero nos dijo que no hiciéramos tonterías, pero aun así arranqué a andar con lluvia y asustado perdido. Me hice cuatro kilómetros y cuando llegué a casa fue cuando supe de mi mujer».

Estado del interior de la vivienda de Carlos y Blanca en Godelleta tras la dana
Estado del interior de la vivienda de Carlos y Blanca en Godelleta tras la dana

Si bien Godelleta no forma parte de los núcleos principales donde la dana causó sus mayores estragos, este asturiano cuenta que en su vivienda, más de una semana después de la riada, tiene más de 40 centímetros de barro. «Llevamos una semana achicando lodo sin la ayuda de nadie, los primeros días solo estábamos los vecinos», señala Calmaestra, quien afortunadamente no ha tenido que lamentar daños personales, tan solo los materiales de los dos coches que tenían en casa. Ahora, lo que más necesitan, es ayuda económica: «En esta zona ahora hay voluntarios de sobra que vienen organizados desde el centro que los distribuye desde Valencia».

«El ambiente huele a destrucción, a muerte; huele al recuerdo de que no somos nadie»

«A la gente se le ha ido la cabeza por la falta de respuesta gubernamental. En Valencia se ha agotado las existencias de agua y es todo para ayuda a los afectados. Muchos se han organizado de forma anónima con puntos de recepción y ahora hay gente intentando apropiarse de la organización de esos puntos para llevarse méritos», cuenta Calmaestra, quien teme que las ayudas finalmente no lleguen tal y como prometen.

Tras la catástrofe, tanto él como Blanca duermen todas las noches en la planta de arriba de su vivienda. Así, días tras día, debido a la cantidad de barro que todavía hay en la planta baja. «Mucha gente de aquí se ha ido a casa de sus familiares, pero a nosotros nos toca limpiar y hacer esto lo más salubre posible», cuenta. Todo ello entre mosquitos e incluso un sapo que les acompaña desde ya cuatro días. Su intención, a pesar de las dificultades, es seguir viviendo por la zona: «Nos gusta y queremos buscar algo por aquí cerca».