El duro testimonio de una madre: «Si mandaba hacer cualquier cosa a mi hijo me llamaba "hija de puta" o "gilipollas"»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

ASTURIAS

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Se vio obligada a denunciar a su hijo al ver que se había convertido en su víctima. Hasta darse cuenta de esta situación pasaron muchos años. Primero fueron las acaloradas discusiones que consideraba propias de la edad del menor, pero luego ya llegaron los insultos y las humillaciones

02 abr 2024 . Actualizado a las 16:04 h.

«Se acabó. No podemos seguir así». Estas fueron las últimas palabras que pronunció Carmen antes de coger el teléfono y llamar a la Policía. Hacía ya tiempo que en casa de esta asturiana habían dejado de ser una familia. No porque se hubiese separado de su marido sino porque cualquier pequeño roce con su único hijo varón se convertía en acaloradas discusiones que «sacaban lo peor» de ambos. Llevaba meses además aguantando insultos del estilo «hija de puta», «gilipollas» o «subnormal» por parte de su retoño, quien también aprovechaba cualquier ocasión para humillarla. Por más que intentaba reprender a su hijo, no conseguía poner fin a su mal comportamiento, por lo que se vio obligada a cursar una demanda contra él.

«Tuve que autoconvencerme de que lo mejor que podía hacer para controlar a mi hijo era denunciándolo», reconoce Carmen, cuyo nombre es ficticio para salvaguardar no solo su intimidad, sino también la de su hijo. El hecho de poner en conocimiento a los agentes de la autoridad su situación familiar no le resultó nada fácil. Tuvo que hacer de tripas corazón, dado que reconocer que es víctima de aquella persona que tuvo en su vientre durante nueve meses es algo «muy duro» y «avergonzante» a partes iguales. Y eso que, por desgracia, no es la única madre que sufre violencia filioparental.

Carmen denunció a su hijo no para deshacerse de él, ni mucho menos. Ni siquiera quería que Pedro —nombre ficticio de su retoño— tuviese que poner un solo pie en el Centro de Menores de Sograndio. Lo hizo para que «viese las consecuencias» de comportarse de tal manera, porque «no puede ser que un hijo trate así a sus padres». «Puede que yo haya tenido algo de culpa, porque siempre he empatizado mucho con él y con sus hermanas, no he tenido la firmeza o la imparcialidad que debería de haber tenido con ellos, pero eso no es justificación para que se comporte así», asegura esta asturiana rota de dolor.

Pedro no empezó a tratar mal a sus progenitores de la noche a la mañana. Las alarmas ya debían de haber saltado en su casa desde hacía tiempo, pero no fue así. De bien pequeño ya protagonizaba actos de rebeldía; sin embargo, sus padres le restaban importancia al asunto al asociarlo a un problema puntual de conducta. Le costaba obedecer y nunca se sentía conforme «con nada». Protestaba por «todo», hasta el punto de conseguir sacar de sus casillas a su madre, quien acababa perdiendo la paciencia, pero consideraba que era propio de la edad del menor.

La situación con los años se fue agravando, pero el detonante de todo fue el divorcio de sus padres. «La rabia que le pudo causar el hecho de que su padre y yo nos separásemos hizo que aumentaran los conflictos», reconoce Carmen. Al quedarse sin la figura «más autoritaria», de no tener tan presente en el día a día a su padre, quien tiene «un carácter más fuerte», Pedro consideró que debía llevar él las riendas de la casa y ser él quien mandase en el domicilio familiar.

A las discusiones que su madre consideraba normales debido a la propia edad del menor, se sumaron los insultos. «En el momento que le mandabas hacer cualquier cosa ya te soltaba rápidamente un "hija de puta", "gilipollas", "subnormal"... Como además se consideraba mayor no quería que le mandases ni siquiera que recogiese el plato de la mesa al terminar de comer», cuenta Carmen, quien hubo un momento que empezó a «sentir miedo» al no gustarle «para nada» el comportamiento de su hijo.

Después de los insultos llegaron las amenazas. «Me quitaba cualquier cosa para poder chantajearme pero yo evitaba forcejear con él para no sufrir ninguna agresión física, no por mí, sino por él, porque no sé si se podría curar esa herida», asegura. También llegaron los golpes. Por suerte, estos no iban dirigidos a su madre o a sus hermanas sino que más bien iban a parar a cualquier mueble de la casa. Rompía incluso elementos decorativos del hogar cuando un ataque de ira se apoderaba de él.

Por temor a cómo podía reaccionar su hijo, Carmen eludía a toda costa cualquier enfrentamiento, por muy pequeños que fuesen estos. Tenía «miedo» de que llegase un momento que se revelase físicamente contra ella o sus hermanas, aunque realmente «nunca llegó a hacerlo». Evitaba incluso castigar a Pedro «por no tener que aguantar sus insultos después», mientras que él, al ver que siempre se salía con la suya, iba retroalimentando su ego y tomándole cada vez más la delantera a su madre. «Como me veía más débil en el sentido que él consideraba, pues era su víctima», confiesa.

Carmen veía que las cosas cada vez iban a peor; sin embargo, había entrado en «un círculo vicioso» del que le era muy difícil salir. La gente de su entorno, además, consideraba que su hijo al ser todavía un adolescente y no tener aún la madurez suficiente era normal que se comportase así, pero ella tenía claro que «todo tiene un límite». Esa línea roja Pedro la traspasó cuando empezó a faltar el respeto a familiares y amigos.

«A partir de ese momento me di cuenta de que podía usar la violencia ante cualquier situación. Es verdad que él no se mete con nadie si nadie le hace nada, pero si considera una falta de respeto que, por ejemplo, alguien lo mire mal, pues ahí ya reacciona de forma violenta y puede llegar a enfrentarse», lamenta. Consciente de la gravedad, la asturiana decidió llevar a su hijo a un psicólogo. Acudió a terapias hasta que la economía familiar lo permitió y, aunque buscaba en todo momento otros recursos, su retoño no estaba por la labor de cambiar su comportamiento.

Al no soportar más los malos tratos, Carmen decidió poner la situación en conocimiento de la policía. El caso pasó a disposición judicial y la Fiscalía determinó que Pedro debía de hacer servicios socioeducativos. Tras cumplir la sentencia y vivir con su padre durante un período de tiempo, a día de hoy madre e hijo han recuperado la relación y conviven juntos. «Le he perdido perdón por el daño ocasionado, pero no me arrepiento de haberlo denunciado. Él sigue restando gravedad a su comportamiento, pero bueno, en casa hay cierto orden, debe cumplir algunas normas, y yo ya no le digo nada», asegura.

«No sé si mi hijo va a ser un adulto normal, porque todavía es joven para cambiar su forma de ser, pero yo tengo la esperanza de que tenga cada vez una mejor conducta»

Si echa la vista atrás, esta madre asturiana no entiende cómo pudo llegar a esa situación. Era una persona entregada a sus hijos, dejó incluso de trabajar para dedicarse a ellos y darles el cariño y la atención que necesitaban. Junto con su marido, asegura, educaron a sus retoños lo mejor que pudieron. Es por ello que el hecho de ver cómo poco a poco Pedro se revelaba contra ellos, los insultaba y encima «con ese odio» le causa dolor solo de pensarlo. «Piensas que todo lo que hiciste está mal hecho pero me consuela que sus hermanas no se comporten así», reconoce.

«No sé si mi hijo va a ser un adulto normal, porque todavía es joven para cambiar su forma de ser, pero yo tengo la esperanza de que tenga cada vez una mejor conducta», confía Carmen, quien considera que la autoridad se ha perdido en todos los aspectos. «La sociedad quiere derechos y no deberes; entonces, los menores tienen esa sensación de que son intocables. Creen que no deben respetar a nadie y luego pasa lo que pasa. Los profesores cuando viven estas situaciones en el aula no se atreven a decir nada y es normal, pero es un problema importante el hecho de que los menores no reconozcan la autoridad y sepan respetar porque a la hora de educar se hace muy difícil», clama la asturiana.

Si eres víctima de malos tratos no calles más y denuncia cuanto antes la situación. Puedes hacerlo a través del 016, el teléfono gratuito de información y asesoramiento jurídico. Da igual a la hora del día que lo hagas porque el servicio está en funcionamiento las 24 horas los 365 días del año. No hace falta hablar español porque atiende en 52 idiomas. Es también accesible para personas con discapacidad auditiva y/o del habla y baja visión. Además, se trata de un teléfono que no queda reflejado en el registro de llamadas. También es posible comunicarse mediante el WhatsApp, escribiendo al 600 000 016 o a través del correo electrónico al  016-online@igualdad.gob.es.