Una madre relata el infierno que vivió: «Nunca imaginé que mis hijos me iban a pegar como lo había hecho su padre»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

LA VOZ DE OVIEDO

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Esta asturiana fue víctima de su expareja durante los 23 años que duró su matrimonio. Llegó a darle una paliza que la dejó «más muerta que viva». Tras separarse de él, se convirtió «en el saco de boxeo» de sus retoños

19 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«Si te duelen las hostias de tu pareja, que al fin de cuentas es una persona que conociste en la calle, imagínate las de tus hijos, que los has parido y criado lo mejor que has podido. Que me lo he quitado yo de la boca para dárselo a ellos». Estas duras palabras salen de la boca de Ana, quien consigue aguantar a duras penas las lágrimas que brotan de sus ojos al formularlas. Su nombre es ficticio para salvaguardar la intimidad de sus familiares, pero su historia no puede ser más real. Esta asturiana ha vivido durante casi tres décadas un auténtico infierno. Primero fue víctima del padre de sus hijos durante los 23 años que duró su matrimonio y tras separarse de él se convirtió «en el saco de boxeo» de sus propios retoños. «Llegaba a mirarme al espejo y decirme: "si te están haciendo todo esto es porque realmente eres una mierda"», reconoce con el corazón roto.

Cuando Ana conoció al padre de sus hijos se quedó perdidamente enamorada de él. Tenía 19 años de aquella y pensaba que era el hombre de su vida. «Todo era "te voy a hacer", "te voy a dar", "ya verás qué bien vas a estar conmigo"», por lo que no dudó en casarse a los nueve meses con él. Al poco tiempo se quedó embarazada de su primer hijo. Era la mujer más feliz del mundo hasta que de la noche a la mañana pasó de vivir en color al blanco y negro. «Estando embarazada me dio la primera paliza. Todavía tengo la prueba debajo del labio porque me dio tal puñetazo que me tuvieron que coser tres puntos», relata compungida a sus 48 años.

Como suele ocurrir en estos casos, él le pidió perdón y se mostró arrepentido. Pero nada que ver con la realidad. A partir de ese momento fue todo «suma y sigue». «Me maltrató todo lo que quiso y más. Era de los que si no te podían pegar con la mano, rompían lo poco que había por casa. No me dejaba tener redes sociales ni siquiera llevar el DNI encima. Tenía además trastorno de bipolaridad; entonces si llegaba a casa y se imaginaba que olía a colonia de hombre, tenía que acabar dándole la razón y diciéndole que había venido un chico, aunque fuese mentira, para que se quedara más tranquilo», detalla.

Tal eran los golpes que recibía que Ana ya no se atrevía ni a salir a la calle «por el qué dirán» al ver su cara llena de marcas y de cansancio extremo. Dejó incluso de llevar a sus hijos al colegio. «Decía que estaban malos, pero realmente era porque yo no podía dormir por las noches porque su padre estaba todo el rato "pum, pum, pum"». Sin embargo, esta asturiana no se atrevía a denunciar los malos tratos por parte de su expareja. Callaba cada patada y puñetazo que recibía y ocultaba como podía cada uno de los moratones y heridas que le salían. Hasta que en el colegio de sus hijos le ayudaron a dar el paso a denunciar.

Debido al absentismo escolar, la dirección del centro educativo se vio obligada a hacer un seguimiento a la familia. «Me llamaron por teléfono para decirme que tenía que hacer una comparecencia y cuando fui había dos trabajadoras sociales. Me pidieron el DNI pero les dije que no lo llevaba encima porque lo tenía mi marido. Como no les parecía normal que no tuviese yo el carné, saqué una excusa y dije que era muy despistada pero, aún así, comenzaron a sospechar», cuenta Ana, quien de repente un día se derrumbó y contó el infierno en el que vivía.

«Me dijeron que no estaba sola y que debía poner en conocimiento de la Policía todo esto. Y así hice. Estaba cansada de ser yo la delincuente, de tener que coger rápidamente mis cosas y tener que salir de casa con mis hijos para ir a la Casa Malva o a otro centro de acogida», señala, antes de recordar el último episodio de malos tratos que sufrió por parte del padre de sus retoños. «Estábamos en casa y acababa de acostar al niño pequeño. De repente sonó el teléfono, lo cogí y era una persona que se había equivocado. Mi marido, que estaba en la cama, empezó a decir que era mi amante y aunque yo le decía que no, que podía devolver la llamada y comprobarlo, no entraba en razón. Rápidamente, se levantó de la cama y sin mediar palabra me empezó a dar patadas», relata.

Su hijo pequeño le salva la vida pero después este intenta quitársela

Como su expareja, asegura, pesaba 140 kilos y ella 52 no tenía forma de defenderse. La cogió por los pelos y la arrastró por el pasillo hasta que su hijo pequeño al escuchar los gritos salió de la habitación para ver qué estaba pasando. «Al vernos empezó a decir "papá, para que la estás matando" y llamó a la Policía», asegura, y señala que debido a las patadas le salieron quistes en los riñones. Cuando llegaron los agentes, Ana «estaba más muerta que viva». El que por aquel entonces era su marido reconoció los hechos y fue llevado detenido, mientras que ella fue trasladada al hospital con un estado de ansiedad «muy fuerte».

«Pensaba que lo habían visto de lo que me hacía su padre iba a servir a mis hijos de escarmiento pero no, me volví víctima de ellos»

Por orden judicial, el padre de sus hijos tuvo que abandonar el domicilio familiar. Se quedó, por tanto, sola a cargo de sus dos retoños. Como su expareja no le pasaba la correspondiente pensión y al no acabar de concederle la paga vital, Ana reconoce que tuvo que empezar a mantener relaciones sexuales con otros hombres a cambio de dinero. Conseguía así los cuartos, «como podía», para que sus hijos tuvieran al menos alimento que llevarse a la boca. Y mientras que poco a poco conseguía salir adelante, esta asturiana empezó a sufrir malos tratos por parte de aquellas personas que había tenido en su barriga durante nueve meses.

«Pensaba que lo habían visto de lo que me hacía su padre iba a servir a mis hijos de escarmiento pero no, me volví víctima de ellos. Creo que vieron eso como algo normal y dijeron "si mi padre lo hace porque yo no". Pero yo nunca imaginé que me iban a pegar como lo había hecho su padre», reconoce apesadumbrada. El mayor cuando llegaba a casa después de salir de fiesta y consumir sustancias usaba a su madre como «saco de boxeo para desahogarse», mientras que el pequeño, que era quien le había salvado la vida, la insultaba y pegaba de forma continuada y durante muchos más años. 

«Me tenía que callar porque si no optaba por la violencia física lo hacía por la psíquica y ninguna de las dos me gustaba»

El más pequeño la insultaba y la amenazaba diciéndole «"puta, muérete", "te tengo asco"», hasta que a los 14 años descubrió el mundo de las drogas. Comenzó a consumir «cocaína, MDMA y otras pastillas» y a consecuencia de los efectos cada vez se portaba peor con su madre. «Creía que en casa mandaba él. Empezó a intimidarme, a exigirme dinero, a romperme cosas, en alguna ocasión me dejó encerrada en casa, y luego ya empezó a pegarme», lamenta. Ella no podía ni siquiera tener conversaciones con él porque sus reacciones, asegura, eran empujarla o pegarla. «Me tenía que callar porque si no optaba por la violencia física lo hacía por la psíquica y ninguna de las dos me gustaba», reconoce.

El momento en el que su hijo pequeño intenta quitarle la vida

Se callaba ante él y también ante su entorno más cercano. Cuando alguien la llamaba para quedar siempre ponía «cualquier excusa» porque no quería que nadie la viese en ese estado. Tampoco quiso denunciar la situación por miedo a que su hijo pequeño acabara «donde al final tuve que meterlo». Consiguió salir del infierno en el que vivía hace tan solo tres años. Corría el mes de enero. Se despertó a las cuatro de la mañana y vio que su hijo estaba «muy pero que muy mal», así lo veía en su cara. Le preguntó qué le pasaba y ante la negativa de este de contarle la verdad ella vio que escondía algo. Forcejeo como pudo con él hasta que descubrió que lo que ocultaba era una caja de tranquilizantes.

Como «estaba de pastillas hasta arriba» Ana le obligó a ir al hospital a hacer un lavado de estómago. «Tenía miedo de que se metiese en la cama así y que le pasará algo», confiesa. Sin embargo, cuando llegó al centro sanitario la facultativa que lo atendió no consideró que fuese necesario. «Le dijo que solo se había tomado dos pastillas y lo creyó». Al salir del servicio de Urgencias empezó a gritar a su madre: «"Ves puta, tú lo que quieres es ser el centro de atención", me decía». Tiró su móvil al suelo y comenzó a golpearla y darle patadas hasta que una chica que los vio llamó a la Policía.

Cuando llegaron los agentes, estos le dijeron a Ana que tenía que poner en conocimiento la situación porque iba a acabar mal. «Yo sabía que iba a acabar mal pero al final es mi hijo», manifiesta. Se fueron a casa y una vez en el domicilio familiar como su hijo «seguía drogado perdido» continuó insultándola y rompiendo cosas. «Fue a la cocina y cogió un cuchillo grandísimo. Me decía "o tú o yo". Forcejee con él, me corté un poco en la mano y no sé de dónde saqué fuerzas pero conseguí escapar y encerrarme en el baño porque sino no estaría aquí para contarlo», rememora con un nudo en el pecho.

«El fiscal me convenció para poner la denuncia. Me dijo que valía más que mi hijo estuviese unos meses privado de libertad en el Centro Juvenil de Sograndio a que tuviese que venir a llorarme al cementerio»

Los gritos de socorro alertaron a los vecinos, quienes inmediatamente llamaron a la Policía. Cuando llegaron los agentes lo encontraron apuñalando la puerta, «todavía está aquí en casa para ver cómo la dejó», y lo llevaron detenido. Ana, por su parte, fue ingresada en el hospital por un estado de ansiedad muy grande. Tras realizar el correspondiente atestado, la Fiscalía de Menores se encargó de todo el caso. «No quería ni siquiera una orden de alejamiento porque no quería separarme de él. Pero el fiscal me convenció al decirme que valía más que estuviese unos meses privado de libertad en el Centro Juvenil de Sograndio a que tuviese que venir a llorarme al cementerio. Me quedé con esas palabras y reconocí los hechos», cuenta.

Tras estar durante 18 meses interno en el Centro Juvenil de Sograndio, Ana y su hijo pequeño han recuperado la relación.  Actualmente viven juntos, mientras que el mayor al que nunca denunció vive independizado desde hace unos años. «No sé si es porque ahora mismo tiene metido el miedo en el cuerpo y no quiere verse en Villabona porque sabe que esta vez ya iría a la cárcel, pero por lo menos ahora puedo hablar y mantener una conversación con él», afirma. Su hijo pequeño ahora ya mayor de edad «quiere recuperar todo el tiempo perdido» y se preocupa «en todo momento» porque su madre esté bien. «Me protege, más de la cuenta, eso sí, y está muy pendiente de mí, no es que me controle pero si salgo a la calle me llama para preguntarme si estoy bien o si necesito algo», dice.

«Mi hijo me amenazaba con cuchillos o con quemarme la habitación conmigo dentro»

A Ana no solo le alegra que su hijo haya cambiado de parecer y «se haya dado cuenta que lo que estaba haciendo no le llevaba a ningún sitio», sino que además ahora puede vivir sin miedo. «Mi hijo me amenazaba con cuchillos o con quemarme la habitación conmigo dentro. Muchas veces cogía el mechero y me lo ponía en la punta de la nariz o en la esquina de la cama», rememora Ana, quien ante esas situaciones solo le salía decir: «dame la puñalada que me tengas que dar y déjame en el sitio que si por lo menos me quedo durmiendo no me entero de nada».

«Eso mismo le decía también a su padre porque las hostias te duelen pero se van curando. Te echas crema y el moratón va bajando, pero lo que más daño hace son las palabras. Cuando te dicen "eres una mierda", "no vales nada", "das asco", "deberías de estar muerta"... Eso es lo que no se cura, se queda contigo y llegas a mirarte en el espejo y dices "cuando todos me están haciendo esto es porque realmente soy una mierda"», lamenta Ana, quien para recuperar en cierta medida su autoestima ha precisado de ayuda psicológica.

Un antiguo cliente suyo le da una paliza «del copón»

Después de ver luz al final del túnel, de repente todo se volvió de nuevo oscuro en la vida de Ana. El pasado mes de enero sufrió una agresión sexual por parte de un antiguo cliente suyo. «No sé qué le pudo pasar por la cabeza porque es un hombre con el cual se puede hasta convivir, pero ese día estaba un poco fuera de sí e intentó pasarse. Le grité y me dio una paliza del copón», asegura esta asturiana, quien sigue ejerciendo la prostitución al contar con pocos recursos económico. 

«Yo pensaba que solamente un hombre te podía quitar del medio pero vi que un hijo si está en malas condiciones también es capaz de eso»

Desde entonces está en tratamiento psicológico «y durmiendo a base de pastillas». «Me tiro días y días sin salir a la calle porque sigue quebrantando la orden de alejamientos, hemos hecho ya un montón de denuncias porque me sigue llamando por teléfono, entonces si salgo a la calle me siento insegura», clama Ana, que cuenta además con el apoyo incondicional de la Asociación Centro Trama, que trabaja para mejorar la calidad de vida de los colectivos socialmente desfavorecidos.

Si alguien está pasando por una situación similar a la que ha pasado ella, Ana recomienda denunciar y actuar cuanto antes para poner fin a los malos tratos. «Yo pensaba que solamente un hombre te podía quitar del medio, pero vi que un hijo si está en malas condiciones como el mío, que estaba metido en el mundo de la droga, también es capaz de eso», asegura, no sin antes dejar bien claro que en el caso de denunciar la violencia no es por el bien de una misma sino también por el bien del maltratador.