El legado del científico tiene más presencia en la costa levantina que en su tierra de su origen
22 mar 2019 . Actualizado a las 10:36 h.Podría decirse que Severo Ochoa de Albornoz es un ciudadano del mundo si se hace un repaso de su carrera. Aunque nunca olvidó Luarca, villa que lo vió nacer y crecer cada verano junto a su familia, sus andanzas comenzaron tras la muerte de su padre. Con tan solo siete años se trasladó con su madre a Málaga. Pero la ciudad andaluza no ha sido la única. En Madrid inició sus estudios universitarios y conoció el amor de su vida: Carmen García Cobián. En Orihuela y Valencia, tierras de su familia materna, dejó sus recuerdos infantiles y maduros, así como un extenso legado. Sin mencionar, por supuesto, su paso por el extranjero: Reino Unido, Alemania y Nueva York, donde obtuvo la nacionalidad estadounidense. Todas y cada una de ellas, le hacen una mención especial, todas han querido un trozo del pastel del Nobel, cuyo nombre aparece en cada esquina, en calles, colegios y hospitales. Pero a pesar de que el investigador no pudo olvidar la villa blanca, parece que Asturias no ha sabido gestionar la figura del científico, al menos, hasta ahora.
Y para muestra un botón, dicho de otra forma, su legado -que incluye 106 medallas, 154 diplomas, además de títulos y objetos personales como regalos, más de mil cartas, ropa, objetos de laboratorio y una biblioteca que incluye 1.500 libros- está recogido en el museo Príncipe Felipe, situado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Las dudas surgen rápidamente, más en el entorno familiar de Ochoa: «¿Por qué esos archivos no están en su tierra? ¿Qué ha hecho el Principado por la memoria del bioquímico?. Sus sobrinasnietas llevan preguntándolo mucho tiempo pero quizás ya sea tarde. Si bien es verdad que Asturias comienza a despertar de un letargo demasiado duradero con nuevas iniciativas por honrar la memoria de la carrera del Nobel, así como su persona, no hay duda de que la Comunidad Valenciana ha sabido jugar mejor sus cartas, como la segunda casa de Severo Ochoa.
Reconocimientos a una vida dedicada a la ciencia
Para comprender este entramado histórico, hay que remontarse a los homenajes organizados en torno al Nobel, igual de célebres en una comunidad autónoma como en la otra. El 9 de mayo de 1963 el Instituto de Luarca tomó el nombre del científico, para conmemorar sus logros. Nombre al que se añadiría el de su mujer, a petición de Ochoa, tras su muerte. Años más tarde, un instituto de Elche también sería nombrado de la misma manera. En 1967 Severo Ochoa es nombrado doctor Honoris Causa por la Universidad de Oviedo. Hecho que se repetiría en 1985 en la Universidad de Valencia.
Las calles Severo Ochoa también son un punto a comparar, tal y como explica su sobrina y ahijada Noli Roca Ochoa: «La calle que hay en Valencia está al lado de las universidades, como mi tío, que siempre estuvo unido a la ciencia y sus estudios. Es enorme y está muy cuidada, nada que ver con la calle de Oviedo, que es enana y ni siquiera tiene salida. Es bastante vergonzoso». A pesar de que sí hay pequeñas travesías dedicadas a su figura, como en Mieres, Riosa, Lugones y Tineo, otras avenidas son más extensas, como en Gijón (donde a su vez hay un centro de salud y un colegio con su nombre) y en Avilés. Alicante tiene una calle que desemboca en el paseo marítimo y Valencia, dos (una en el centro llamada Doctor Severo Ochoa y otra en la zona oeste del área metropolitana, llamada Severo Ochoa. Además, en Orihuela, pueblo de nacimiento de su abuela materna, Concha Liminiana, esposa de Manuel Albornoz de origen también valenciano, un parque honra su memoria.
Un legado histórico
Pero, sobre todo, el hito que marca un antes y un después se produce en 1980, cuando el luarqués dona su legado al Instituto de Investigaciones Citológicas. «En ese acontecimiento, tuvo mucho que ver el valenciano Santiago Grisolía, discípulo de Severo. Fue listo y miró mucho porque todos los archivos, así como las condecoraciones que incluyen la medalla del Nobel, se quedasen allí», explica César Nombela, presidente de la fundación Carmen y Severo Ochoa. Él mismo añade que «tampoco se le puede reprochar, porque todo está perfectamente conservado gracias a esta decisión, que por otra parte tomó Ochoa». Estos documentos no fueron reclamados por el Principado, y el Instituto, que forma parte de la Obra Social de Bancaja cedió por tiempo indefinido la colección al museo Príncipe Felipe, dentro de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, de la que forma parte desde 2006. «Nunca entendí que no se luchase por recuperarlos, aunque agradezco al museo que estén tan bien conservados y expuestos, porque es emocionante verlos. Es una pena todo lo que ha perdido Asturias», denuncia Noli.
Aunque sí hay una herencia asturiana: la Fundación Carmen y Severo Ochoa fue creada por voluntad de Ochoa, expresada en su testamento y constituida tras su muerte en 1994. Esta fundación convoca anualmente el Premio Carmen y Severo Ochoa de Investigación en Biología Molecular, con objeto de reconocer la labor investigadora de científicos que desarrollen este campo en España. También se pueden citar las becas Severo Ocho a la excelencia otorgadas por el Principado a los jóvenes científicos que están preparando su doctorado.
El despertar asturiano
25 años después de la muerte del Nobel, Asturias comienza a despertar de un letargo que ha sido, según las propias nietas de Ochoa, «muy largo, en el que no se han tomado las medidas suficientes y se ha abandonado en el olvido su figura». Su pueblo natal ha conseguido hacer justicia a su nombre, aunque quizás no al nivel valenciano, con un pequeño museo inaugurado en 2011. Enclavado en el histórico palacio de los marqueses de Gamoneda, la exposición permanente presenta una colección de fotografías, documentos y objetos personales del bioquímico, que dan la oportunidad de conocer su trabajo y su relación con la villa. «No es momento de fustigarse por tiempos pasados sino de poner medios para honrarle como él hubiera querido: impulsando la ciencia y la investigación», afirma Nombela, que estuvo presente junto a sus sobrinas en la inauguración. También con una estatua, instalada en 2018 justo en frente del mismo museo, a tamaño real del científico, que observa Luarca con el mismo orgullo que parece, por fin, tener el pueblo por él. El aeropuerto de Asturias y su cambio de nombre a Severo Ochoa, podría ser pronto una realidad, así como una plaza en el HUCA. «Siempre pegado a la ciencia», comof diría su sobrina Noli. La misma, junto con su sobrinanieta Carmen Lavandera-Lavandera y la undación Méjica, ha reunido más de 300 archivos que podrían convertir un sueño en una realidad. Por el momento, será una exposición que rotará por España, tal vez un día sea permanente en un museo que llevan reclamando décadas.