La brillante investigación ha desvelado la mayor parte de las incógnitas sobre el crimen de Ardines, pero el relato sigue teniendo zonas que esclarecer
24 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.No fue asfixia, sino varios golpes en la cabeza propinados con un bate y el mango de madera una herramienta. Y hubo una doble tarifa acordada: 11.000 euros para sus verdugos si Javier Ardines quedaba con vida y 25.000 si, como por desgracia sucedió, resultaba muerto en el ataque. Escalofrían los datos que, a partir del sumario, van trascendiendo acerca de lo que sucedió antes, durante y después de la muerte del concejal llanisco: un siniestro retablillo criminal casi de cantar de ciego en el que sorprende tanto esa forma de tasar en euros la suerte final de la víctima como la mezcla de premeditación, chapuza y bajeza de quienes presuntamente urdieron el crimen.
De una parte, y como origen de toda la trama, Pedro Nieva, el celoso amigo que se sintió traicionado y que decidió tomar venganza contratando a dos mercenarios que se ocupasen de llevarla a término por él mientras seguía compartiendo los días de verano con su víctima como si tal cosa. De otra, Jesús M. B., un conocido que puso el encargo en manos de quienes serían sus ejecutores. Y finalmente, Djeleli B. y otro ciudadano argelino, dos pequeños traficantes afincados en Vizcaya con antecedentes en absoluto menores que aceptaron el trabajo. El acuerdo incluía 10.000 euros para el mediador y dos tarifas para los sicarios. La prima por acabar con la vida de Ardines era jugosa: más del doble, a repartir. Nieva no era un ciudadano ejemplar entrando y saliendo de la sombra de los ambientes delictivos. Una detención reciente por realizar instalaciones clandestinas para una plantación de marihuana a gran escala aporta indicios sobre la buena marcha de su economía -capaz de sustentar una oferta como la realizada a los matones- a pesar de la mala marcha de su empresa. Y otra denuncia por del pasado año presunta agresión a un excuñado pone aún más sombras en el retrato.
Los ejecutores recibieron la información de campo de primera mano ofrecida por Pedro sobre las rutinas de Ardines. Fueron y vinieron varias veces por la autovía del Cantábrico para planificar la emboscada y finalmente decidieron tenderla una madrugada de principios de agosto, cuando el concejal y pescador salía hacia Llanes para faenar. No resultó como esperaban. Una valla cogida de las que permanecían tiradas cerca del camino no fue suficiente para interrumpir la marcha del coche. La segunda vez se aseguraron de acarrear tres. Ardines se detuvo, le asaltaron, le rociaron de gas pimienta, le golpearon una primera vez y, después de interrumpir a golpes su huida, remataron el encargo. Djeleli B. aseguró ante la jueza que estaba convencido de haberlo dejado con vida cuando le dio la espalda para huir. Lo que sucediera entre su compinche y Ardines en ese punto ciego, dice desconocerlo. Falta escuchar su relato.
¿Qué queda por saber del crimen de Javier Ardines?
Los datos sobre la investigación de la UCO coordinada desde el Juzgado nº 1 de Instrucción de Llanes han ido clarificando a lo largo de la semana la batería de preguntas que se disparó con la noticia de la detención de los supuestos autores del crimen de Javier Ardines. Pero aún quedan cuestiones importantes por esclarecer.
¿Por qué se habló inicialmente de muerte por asfixia?
¿Tuvo algo que ver en esa hipótesis algún efecto secundario del gas pimienta?
¿Quién mató efectivamente a Ardines?
¿Dijo la verdad Djeleli B. al declarar que estaba vivo cuando él emprendió la huida, dejando a su compinche atrás?
¿Cuál es la versión de lo sucedido durante la emboscada del argelino encarcelado en Suiza?
¿Hasta dónde llega la relación de Pedro Nieva con el mundo del tráfico de drogas?
¿Qué motivó los sucesivos intentos de agresión por parte de Nieva denunciados por un excuñado suyo?
¿Sospechó Katia, la esposa de Nieva, de su marido, o cree todavía en su inocencia?