La superficie de árboles quemada en 2018 es la más baja desde 1990. La «nevadona» de octubre o la gestión de las propiedades forestales explican la mejora
12 dic 2018 . Actualizado a las 17:16 h.Los montes asturianos y gallegos ardieron en incendios forestales de gran virulencia que arrasaron extensas superficies de espacios naturales y que amenazaron numerosas localidades. Hubo incluso que llamar al Ejército para frenar su avance. El voraz comportamiento del fuego puso en alerta a autoridades, habitantes de la zona rural, propietarios y expertos en Ingeniería Agrónoma y Forestal. Esas imágenes no se corresponden con el 2018. Este año la tendencia ha cambiado. Es, de hecho, el ejercicio con menos bosques quemados desde 1990. Las intensas lluvias que persistieron hasta el verano y la nevadona de octubre que remojó el monte son dos de los factores que explican esta mejoría sustancial. Los propietarios forestales aportan dos razones más, las políticas de prevención puestas en marcha por las administraciones y el extremo cuidado con que ellos mismos gestionan sus terrenos. Lo explica el presidente de la asociación Profoas, Iván Castaño.
Las cifras oficiales corresponden al Sadei (Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales) y tienen fecha de 30 de noviembre. Aunque aún queda un mes para completar el ejercicio, mucho tiene que cambiar la situación para que el balance se empañe. En estos 11 meses la superficie arbolada que ha ardido ha sido de 156,74 hectáreas. La siguiente cifra más baja desde 1990 se remonta a 2016, cuando en el año completo, se quemaron 231,17 hectáreas. Los expertos consideran prácticamente imposible que en solo 31 días se alcancen esos datos y más cuando en los diez primeros días no se han producido focos de relevancia.
El éxito de este dato queda aún más patente cuando se compara con ejercicios en los que el fuego provocó auténticas heridas en el territorio asturiano. En 1997, el fuego arrasó 4.236 hectáreas de montes, además de otras 12.772 hectáreas más de otro tipo de suelos. Son, por tanto, 4.236 hectáreas de árboles calcinados hace 20 años frente a las 156 actuales. Son los dos extremos de una misma estadística. Pero si se miran las tablas intermedias, también el 2018 sale ganando. Hubo años buenos pero eso suponía estar por debajo de 500 hectáreas de bosque quemadas. Eso supone tres veces más que en la actualidad.
Todos los datos citados hasta ahora se refieren únicamente a superficie arbolada, que supone solo una parte pequeña del terreno devorado por las llamas. Si se analiza toda la extensión afectada, 2018 está siendo el segundo mejor año desde 1990. El ejercicio que hay que tomar como referente es 2016. Ese año los incendios calcinaron en total 1.544 hectáreas -sumado todo tipo de suelos, desde bosques a zonas de matorrales- y en los once primeros meses de 2018 ya van 2.529 hectáreas. Nuevamente, estas cifras pertenecen al Sadei.
Los propietarios aportan razones de este comportamiento y también sacan conclusiones. En primer lugar, destaca cómo el número de bosques quemados es, proporcionalmente, cada vez menor. De todo el terreno que arde en Asturias, la parte correspondiente a los árboles representa un porcentaje muy pequeño, que cada año bajas más. Iván Castaño reconoce que el fuego no es bueno en ninguna superficie pero, en su caso, las cifras le sirven para destacar que algo se está haciendo bien en la gestión de los espacios forestales. Castaño destaca el buen resultado de las políticas forestales que están comenzando a aplicar las administraciones y los esfuerzos de los dueños de los bosques.
No obstante, los factores externos también son fundamentales para explicar las estadísticas. La meteorología ha sido clave en este 2018. Las lluvias de la primavera que se alargaron hasta bien entrado el verano impidieron que el monte se secara en exceso. La segunda clave fue la nevadona temprana de octubre. El presidente de Profoas explica que la nieve mojó el monte en una época muy delicada, ya que los grandes incendios forestales que en los últimos años han puesto en jaque al Principado tuvieron lugar a finales del otoño y en invierno.
¿Podrían todavía reproducirse esas imágenes de grandes frentes de llamas extendiéndose por la montaña asturiana antes en las próximas semanas? Iván Castaño lo duda. Asegura que los efectos de la nevadona siguen siendo evidente en las propiedades forestales. La humedad acumulada es muy grandes y eso complicaría la aparición de focos. Las condiciones parece que se han aliado para darles un respiro en 2018.