Hija de asturianos exiliados, Julie Fernández se erige como una figura ascendente dentro del socialismo valón y demuestra su crítica a los nacionalismos
30 nov 2017 . Actualizado a las 11:37 h.Nacida en la ciudad de Lieja, en Bélgica, mientras sus padres viajaban rumbo a Alemania por temor a ser detenidos por su participación en huelgas mineras de Asturias, Julie Fernández es hoy diputada en el Parlamento belga y una de las figuras ascendentes del socialismo valón. De pequeña, Fernández viajaba cada verano en autobús de Lieja a Grado. Unos meses que estaban llenos de amigas, música y dos ritmos de vida diferentes. Nieta de republicanos encarcelados en España y exiliados en Francia durante la Guerra Civil, ahora, con 45 años, se posiciona en contra de los nacionalismos por identificarlo como «la ruptura de la solidaridad», según infomó «El País».
Para esta belgo-asturiana el nacionalismo, sea flamenco -una de las tres comunidades constitucionales de Bélgica que cuenta con su propio parlamento- o catalán, es el símbolo del alzamiento de fronteras entre los habitantes «cuando mi ideal es que todas se derrumben», afirma. La llegada de Puigdemont y sus exconsejeros a Bruselas ha catalanizado la discusión política en Bélgica y sus voz es una de las que más se han alzado para pedir a Charles Michel, primer ministro belga, que tome partido en la cuestión catalana y que abandone su ambiguo discurso para reconocer la unidad de España.
Tras haber vivido entre historias del exilio, la diputada socialista dista del concepto que de él tiene el antiguo Gobierno catalán. Para Fernández el exilio «es estar temblando por saber si tu familia está bien o no. Saber cómo comer y dar un futuro a tus hijos en un país que no conoces. Es abandonar los sueños que has construido en tu país porque tu vida depende de huir para sobrevivir».
Como extranjeros en un territorio nuevo, sus padres tuvieron que enfrentarse al racismo que por aquellos años imperaba con fuerza en una Bélgica donde se seguían viendo carteles que prohibían la entrada a perros y extranjeros. Ello ha supuesto que se erija como una figura que critica sin tapujos los polémicos mensajes del secretario de Estado de Inmigración belga, Theo Francken, que emplea expresiones como «hacer limpieza» a la hora de hablar de la detención de migrantes ilegales en Bruselas; el mismo que cierra sus fronteras a los refugiados mientras se siente compasivo para tender la mano al asilo de Carles Puigdemont. Su posición activa contra dicha política migratoria ha tenido como consecuencia amenazas como la del mes pasado, cuando recibió una carta en neerlandés con insultos entre cruces gamadas, instándola a que se vuelva a su país, ignorando que, aunque su sangre es española, su país de nacimiento es Bélgica.
Aunque sus compañeros parlamentarios la llaman Pasionaria por el fervor con el que defiende sus ideales políticos, se identifica más con el Felipe González y el Alfonso Guerra que ganaron las elecciones en 1982. Actualmente compagina su trabajo de diputada con el de alcadesa de su ciudad natal, donde oficia bodas y hace malabares para conseguir que flamencos y valones lleguen a acuerdos. Por eso es firme cuando asegura que el diálogo es la única solución para evitar que el conflicto catalán se incruste de manera permanente en la política española.