Isabel Esaín, con tan solo 26 años, premio a la mejor tesis de Cambridge: «La cura del cáncer llegará más pronto que tarde»

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Tiene una trayectoria impresionante. Su investigación revolucionaria en la lucha contra esta enfermedad le ha permitido alzarse con este prestigioso reconocimiento: «Mi idea es volver a España para abrir mi propio instituto de medicina personalizada y tratamiento de precisión»

17 feb 2025 . Actualizado a las 13:34 h.

La trayectoria de esta joven bioquímica española, de apenas 26 años, es impresionante. Poco más se puede añadir a quien acaba de recibir el premio de la Universidad de Cambridge a la mejor tesis doctoral por su búsqueda contra la cura del cáncer. La noticia le ha llegado cuando se encuentra, además, trabajando en California con otra eminencia, la premio Nobel de Química Jennifer Doudna y después de pasar por Harvard y Cambridge, y de obtener el mejor expediente académico. Este es el resumen sobre su currículo que no deja de asombrar. Con esta trayectoria no es difícil augurarle un futuro más que brillante y esperanzador contra el cáncer. «Ahora estoy haciendo el posdoctorado en la universidad de Berkeley. Estaré un par de años. Yo no me considero una eminencia, pero sí es verdad que me lo he trabajado mucho y he invertido muchos años de mi vida a estudiar y a investigar. Desde que tenía 18 años decidí irme a Inglaterra. Hice la carrera de Bioquímica en el Imperial College de Londres y después hice mi doctorado en Cambridge. Y ahora estoy aquí, así que paso a paso», cuenta.

«Realmente ni me lo creía cuando me dijeron que me habían dado el premio a la mejor tesis doctoral. Era un proceso de selección muy complicado. Hay cientos de estudiantes nominados cada año por sus supervisores y luego tienes que hacer varias rondas en el proceso de selección. Además este año fue especialmente competitivo y tuvieron que incluir dos rondas más. Yo iba pasándolas y cuando llegué a la final, quedábamos solo tres personas. La tuve que hacer desde California porque yo ya estaba aquí. Y eran las tres de la mañana», dice. Cuenta también que ese día se acostó sin saber quién había ganado: «A la semana siguiente me levanté y vi que me había llegado un mensaje oficial dándome la enhorabuena e indicándome que me habían dado el premio a la mejor tesis. El mensaje estaban dirigido también a todos los jefazos de Cambridge y los catedráticos que habían estado involucrados en el proceso de selección. Y ya tenía muchísimas llamadas de todos mis amigos del doctorado que lo habían visto».

No es de extrañar que, ante tal nivel de repercusión, se quedara bloqueada por un momento: «Me llevó un tiempo procesarlo, porque es un premio muy prestigioso. Pero detrás de él hay muchos años de esfuerzo, de sacrificio y de entrega. Pero verme entre los mejores de Cambridge, era algo difícil de creer». «Saber que mi idea funcionó y que además ha sido reconocida con un premio tan importante, pues la verdad es que me hizo muy feliz», añade. No solo a ella, también a su familia. «Siempre me ha apoyado y me han animado a seguir mis sueños».

Años investigando

«Mi tesis fueron cuatro años de investigación. Hice la carrera desde los 18 hasta los 21 años en Londres y luego me fui a Cambridge donde hice el doctorado. Yo soy epigenetista —que estudia los cambios que activan o inactivan los genes sin modificar la secuencia del ADN, a causa de la edad y la exposición a factores ambientales—, y lo que me interesa mucho es cómo está regulado el genoma humano. Cuando empecé el doctorado, tenía claro que quería hacer algo que fuera de impacto, que pudiera salvar vidas en un futuro. Y por eso decidí hacerlo exclusivamente sobre el cáncer, y específicamente sobre los oncogenes o los genes del cáncer y cómo están regulados», explica mientras intenta aclarar por qué ha logrado un hito con su tesis doctoral.

«Uno de los mayores retos a nivel genético en el cáncer es que cada perfil genético es exclusivo de cada persona e incluso dentro de la misma persona, puede haber distintos perfiles genéticos. Entonces, es difícil encontrar una solución universal que sea específica y que funcione para cada caso —continúa—. Para que se entienda siempre utilizo la analogía de que el código genético es como un libro en el que tenemos algunos errores tipográficos en algunas páginas. Entonces, a mí lo que se me ocurrió fue que en lugar de intentar corregir todos los errores tipográficos, lo que hice fue intentar doblar las páginas que no se tendrían que leer. Y esto a nivel científico se consigue utilizando una técnica de ingeniería genética que se llama Crispr, y que yo la utilicé por vez primera para cambiar las estructuras del genoma. Y que, de esta forma, actúe como un interruptor, para encender o apagar genes de cáncer. Yo demostré que a nivel molecular eso era posible». Ahí es nada.

«Este estudio es a nivel molecular y celular, y para demostrar si esto cura el cáncer, deberá hacerse a nivel de organismo, es decir, con un ratón. Así que yo tampoco quiero hacer sensacionalismo con esto. Pero lo que sí es importante es que abre una nueva dirección de intervención para tratamientos de cáncer en un futuro», aclara.

Isabel no tiene duda de que ganaremos la batalla contra el cáncer: «Sí, creo que la cura va a llegar. Yo, desde mi campo, lo hago a nivel epigenético, pero hay muchos genetistas, inmunólogos, cada uno en su campo... y estamos viendo cuáles son los puntos débiles de la enfermedad y cómo acorralarla desde todos los aspectos», aunque no se atreve a dar un plazo de tiempo sobre cuándo llegará al fin la tan ansiada noticia: «No se puede saber al 100 %, pero yo creo que más pronto que tarde».

Todo lo que cuenta Isabel es tan interesante y lo explica de una manera tan sencilla que estaríamos hablando con ella horas y horas. Pero, ¿por qué decidió centrar sus esfuerzos en este campo? «Me quise dedicar a ello porque es una de las enfermedades que afecta a más gente en el mundo. Y a nivel genético es la más compleja que hay. Por eso lo elegí. Realmente se puede cambiar el mundo», dice esta joven de Zaragoza a la que le encantan los retos. Sobre el hecho de formar parte del equipo de Jennifer Doudna, la Nobel en Química en el 2020, para Isabel es todo un sueño: «Es mi mayor exponente científico internacional. La admiro muchísimo como científica, pero también como persona. Voy a estar con ella un par de años y voy a aprender todo lo que pueda. También de toda la gente del grupo, que son los mejores en lo nuestro».

Ciencia y música 

Isabel es consciente de los problemas que tienen los investigadores en España para lograr una estabilidad laboral, pero reconoce que en el futuro le gustaría regresar: «Mi idea es intentar volver y poder abrir mi propio instituto de medicina personalizada y tratamientos de precisión». Y comenta que detrás de su decisión de estudiar en el extranjero solo estaba la búsqueda de la excelencia académica. «Me fui fuera porque quería estudiar tanto ciencia como música. Y eso es algo que en España no se facilita. Por ejemplo, donde yo hice mi carrera, en el Imperial College, pues me dieron una beca que me permitía complementar mis estudios musicales en el Royal College of Music. Puedes estudiar tanto ciencia como música en universidades que están en el top 10 de las mejores del mundo. Y el Imperial College invierte mucho en investigación. Y eso es algo que en España no sucede, no se apuesta ni por la ciencia ni por los científicos», dice.

Porque, por si todo esto fuera poco, Isabel toca la viola de gamba e incluso ha dado algún concierto: «Bueno, en Estados Unidos aún no he dado ninguno. Pero sí en Inglaterra, durante la carrera y el doctorado, también en Europa. Investigar y tocar la viola son mis pasiones. Y cuando haces algo que realmente te apasiona, no lo ves como un trabajo. Le metes horas, pero lo disfrutas muchísimo. Me gusta mucho hacer las dos cosas, pero obviamente estoy más centrada en la ciencia, aunque siempre encuentro tiempo para tocar, me encanta la música».

Sus referentes

A Isabel siempre se le han dado muy bien los estudios, desde muy pequeña, pero cuenta también que ha tenido en su familia todo un referente en el que fijarse. «Mi abuelo, que tiene ahora 96 años, era bromatólogo — profesional que se encarga de analizar desde la materia prima alimenticia hasta los productos semielaborados y elaborados una vez terminados—. Pero lo que más influyó en mi decisión de convertirme en bioquímica fueron dos profesores muy buenos que tuve en bachillerato, el de física y el de biología. Me motivaron mucho y me transmitieron su pasión por las ciencias. Y con ellos tuve claro lo que quería hacer», comenta.

«Y luego, antes de marcharme al extranjero, tuve la posibilidad de conocer a una de las mayores eminencias que hemos tenido en España, que es Margarita Salas. Y ella también me transmitió mucho su motivación por la ciencia», añade. Aún recuerda aquella vez que la vio: «Tuve la suerte de poder ir a una de sus conferencias en Zaragoza y estuvo explicando su investigación sobre el genoma, sobre las polimerasas, cómo se había ido a Estados Unidos... me inspiró mucho. La verdad es que ha sido la combinación de todos estos elementos. Saber que mi abuelo era bromatólogo, luego haber tenido muy buenos profesores, y después haber conocido a una eminencia tan importante en el ámbito de la genética», explica con detalle.

Además, no le cabe la alegría de ver que su abuelo participa de sus éxitos: «Todos los abuelos están orgullosos de sus nietos, hagan lo que hagan. Pero claro, él además entiende mucho de qué va mi investigación y podemos hablar de ello. Así que es muy interesante y está superorgulloso». Él y todos los que conocemos tus logros.