Las heridas de la guerra: Netanyahu intentará evitar las secuelas de su propio infierno
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Con Hamás y Hezbolá neutralizados e Irán debilitado, el líder israelí busca la ayuda de Trump para una huida hacia adelante
16 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Después de más de 15 meses envuelto en una cruenta guerra, Oriente Medio vive un instante de alivio. Israel y Hamás —las dos primeras gotas de la tormenta que se desató en la región— han llegado a un acuerdo, el humo y el polvo se disipan y todos los actores que han intervenido a lo largo de este año y cuarto quedan a la vista. También sus heridas.
¿Qué ha sido de Hamás?
El Movimiento de Resistencia Islámica no ha muerto, pero casi. La organización que el 7 de octubre del 2023 (7-O) protagonizó la cruenta Tormenta Al Aqsa —la masacre que acabó con las vidas de 1.200 israelíes en un solo día y originó la guerra— está ahora totalmente descabezada. El primer golpe crítico lo asestó la ubicua inteligencia israelí, cuando consiguió llegar hasta el conciliador Ismail Haniya, el máximo líder político del grupo, el pasado 31 de julio. Haniya había ido a Teherán para la investidura del nuevo presidente iraní, Masud Pezeshkian, y una bomba colocada dos meses antes en el hotel donde se alojaba acabó con su vida.

El Ejército del Estado judío también alcanzó a Yahya Sinwar, el temido y escurridizo líder de la milicia en la Franja y uno de los cerebros del ataque del 7-O. Sinwar fue asesinado el pasado 16 de octubre, tras más de un año escondido en el laberinto de túneles bajo el enclave palestino. El Mossad, el servicio secreto israelí, nunca llegó a localizar su ubicación, sino que fue un batallón que patrullaba la zona de Tal as Sultan el que se cruzó con él por casualidad. Ahora su hermano, Mohamed Sinwar, ha tomado las riendas.
¿Dónde se sitúan Irán y su órbita?
Irán, el principal aliado de Hamás y líder de la órbita antiisraelí, eligió hacer la guerra desde la prudencia y eso fue su ruina, además de algunos golpes de mala suerte. Se enfrentaba a un enemigo que no se detendría ante nada hasta erradicar por completo a la milicia palestina, y la muerte inesperada del presidente Ebrahim Raisí en mayo, en un accidente de helicóptero, desvió demasiado su atención.
El régimen de los ayatolás brindó un apoyo constante en la sombra, a través del envío de armas a Hamás y también a Hezbolá, la milicia chií libanesa que mantuvo intercambios de fuego constantes con Israel desde el principio de la guerra. El fin de Hezbolá se resume rápido: el pasado 27 de septiembre, Tel Aviv acabó con el mítico líder de la milicia, Hasán Nasralá; en octubre, el Ejército entró en el Líbano y eliminó a los sucesores de Nasralá, y a finales de noviembre el grupo chií firmó un alto el fuego que los gazatíes vieron como una traición. Fue el segundo capítulo en la crisis de Oriente Medio.
Desde entonces, Irán ha perdido influencia en la región, una tendencia que se consolidó cuando el régimen de Bachar al Asad fue derrocado por los rebeldes sirios. La República Islámica se quedó sin un aliado —de hecho, los rebeldes aprovecharon la debilidad iraní para lanzar su ofensiva relámpago— y sin su puente de conexión con el Líbano. A través de Siria enviaba armas a Hezbolá.
¿Israel ha logrado sus objetivos?
Israel ha conseguido erradicar la amenaza de Hamás casi por completo, igual que la de Hezbolá, y ha debilitado a Irán. En ese sentido, sí, ha logrado sus objetivos. El problema es el precio que eso le ha costado. Benjamin Netanyahu está aislado internacionalmente —salvando a EE.UU.—, sobre él pesan denuncias de crímenes de lesa humanidad y una orden de detención del Tribunal Penal Internacional. Además, ahora que se diluyen la urgencia y el terror provocados por la guerra, el primer ministro del Estado judío deberá enfrentarse a un proceso por corrupción que lleva dos años eludiendo y al descontento por una polémica reforma judicial.

Por otro lado, los socios ultraderechistas del Gobierno, principalmente los ministros de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, y de Finanzas, Bezalel Smotrich, habín amenazado con dejar la coalición en caso de que la tregua se cerrase, algo que se verá mañana, cuando el Ejecutivo vote la propuesta. Ambos miraban con esperanza a Donald Trump, pero la decisión del estadounidense de presionar para conseguir un acuerdo lo antes posible, sin importar el cómo, lo ha retratado como alguien muy diferente al salvador que imaginaban.
¿Quién se cuelga la medalla en EE.UU.?
Tanto Trump como Joe Biden han intentado atribuirse el mérito de un alto el fuego que parecía imposible y que solo se alcanzó tras duras negociaciones, con EE.UU., Catar y Egipto como mediadores. Fue Biden quien estuvo entre bambalinas durante todo el proceso, pero su actitud —demasiado indulgente para compensar el aislacionismo de Trump— nunca habría convencido a Netanyahu. El neoyorquino, en cambio, no ve el momento de regresar a su política de «EE.UU. primero». Fueron sus amenazas para despejar de un plumazo todos los frentes que le obstaculizan el camino las que imprimieron la presión necesaria.
Finalmente, este miércoles Biden buscó su propio pacto con Trump, cuando declaró que su gabinete y el del presidente electo han colaborado estos días «como un equipo». Ahora lo más seguro es que Netanyahu intente hacer buenas migas con Trump para lograr objetivos como la anexión de Cisjordania. Es la opción que le queda para eludir las secuelas: prorrogar el conflicto huyendo hacia adelante.