Los rebeldes derrocan al régimen de Al Asad

Pablo Medina / Rosa Paíno MADRID / LA VOZ

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El jefe de Hayat Tahrir al Sham, Mohamed al Jolani, pronunció un discurso de victoria desde la mezquita de los Omeya, un lugar identificado con el poder del califato damasceno y odiado por los chiíes, secta islámica con un odio profundo a dicha familia.
El jefe de Hayat Tahrir al Sham, Mohamed al Jolani, pronunció un discurso de victoria desde la mezquita de los Omeya, un lugar identificado con el poder del califato damasceno y odiado por los chiíes, secta islámica con un odio profundo a dicha familia. Mahmoud Hassano | REUTERS

La dinastía de Bachar y Hafez llega a su fin después de 53 años de dictadura y 13 de guerra civil. Miles de sirios festejan en todo el país la victoria, mientras el Gobierno interino intenta poner orden y ayudar a las familias a localizar a sus seres queridos encarcelados

09 dic 2024 . Actualizado a las 10:46 h.

Tras 53 años de dictadura de la familia Al Asad y 13 de guerra civil, el régimen de Bachar al Asad cayó la madrugada de este domingo después de la ofensiva relámpago desatada por los rebeldes en doce días. Oriente Medio entra así en una nueva era con una Siria con un futuro incierto. Con las calles de Damasco, Homs, Alepo y las grandes urbes sirias llenas de ciudadanos celebrando la caída del tirano, los rebeldes aguardan a realizar una transición de poderes «ordenada», mientras cientos de refugiados que se habían afincado en el Líbano y Jordania cruzaban la frontera para volver a sus hogares.

«No imaginábamos algo así. Después de todo lo que hemos pasado, podemos volver a vivir en paz», dice Malak desde la ciudad turca de Reyhanli. Estuvo presa en las cárceles de Al Asad y fue torturada con ácido. Después de 53 cirugías de reconstrucción facial, aún no se ha recuperado. En Siria, todos tienen muertos, amigos y familiares torturados y desaparecidos después de una guerra civil que provocó la muerte de más de medio millón de personas y el desplazamiento de 14 millones personas dentro y fuera del país.

Las grandes ciudades son el epicentro de una fiesta nacional en la que se derriban y queman imágenes y estatuas tanto de Bachar al Asad como de su padre Hafez. De hecho, los sirios ya llaman a conocer el 8 de diciembre como el Día de la Libertad Siria. Pero también hubo llamamientos a la calma por parte de Al Jolani, líder de Hayat Tahrir al Sham, que desde la simbólica mezquita de los Omeya de Damasco pidió a los suyos que «muestren misericordia con el pueblo, protejan a quienes deponen las armas y no persigan a quienes huyen».

La liberación total del país todavía está lejos. Las autoridades rebeldes, ante el caos provocado por la desmandada del Ejército sirio y la Policía de Damasco, decretó un toque de queda «desde las cuatro de la tarde a las cinco de la mañana» para mantener el orden. El Gobierno interino asegura que se han producido varios robos en edificios oficiales del régimen y en el Banco Central de Siria, aunque las mismas autoridades admiten que «ya se han devuelto algunos bienes robados» y esperan que la medida evite algunos más.

Además, los rebeldes comenzaron a difundir listas de prisioneros y las prisiones donde se ubicaban para que los familiares de los opositores puedan localizar a sus seres queridos o, en todo caso, confirmar su deceso. El Gobierno interino estima en un millón y medio de reclusos.

Los medios de comunicación oficiales también pasaron a control de los rebeldes.

El exilio moscovita

Con las celebraciones, llegaron también noticias del dictador. La agencia de noticias rusa Tass resolvió la incógnita del paradero de Bachar al Asad e indicó que «el presidente de Siria llegó junto a su familia a Moscú». Tras apoyar militarmente a su régimen durante la última década, Vladimir Putin ha ofreció asilo al huido y a su familia «partiendo de criterios de carácter humanitario».

Según Bloomberg, Al Asad trató de negociar con los rebeldes la ruptura de relaciones con Irán para sobrevivir en el cargo o, al menos, procurarse un paso seguro al exilio, citando fuentes cercanas a la Presidencia siria.

Las negociaciones existieron, porque así también lo confirmó el Ministerio de Exteriores ruso en un comunicado: «Como resultado de las negociaciones entre Bachar al Asad y varios participantes en el conflicto armado en el territorio de la República Árabe Siria, ha decidido dejar el cargo presidencial y abandonar el país, dando instrucciones para llevar a cabo la transferencia de poder pacíficamente».

La transición de poderes arranca con Ankara pidiendo excluir a los kurdos

Los insurgentes sirios y los residuos del régimen de Bachar al Asad ya trabajan en una transición de poderes que vendrá acompañada de una vigilancia internacional y que contará con mediación de la ONU.

El primer ministro sirio, Mohamed Ghazi al Jalali, tendió la mano a los rebeldes y con ellos acordó preservar las instituciones estatales hasta que se complete la transición de poderes. Al Jalili también mostró su descontento con Al Asad, asegurando que en sus últimos momentos como presidente «no hacía caso a nadie» de su equipo. Asimismo, ambas partes también pactaron medidas de seguridad penadas con entre tres y cuatro años de cárcel para quien las incumplan. Entre ellas, robar bienes del Estado, vandalismo, robos de automóviles y conservar armas del régimen en vez de entregarlo a fin de evitar conatos de resistencia.

Transitar «lo antes posible»

La ONU ya expresó hace días su deseo de iniciar con Irán, Rusia y Turquía un proceso para aplicar la resolución 2254 de Consejo de Seguridad e iniciar un diálogo político en Siria para determinar el futuro del país.

 Irán, uno de los principales valedores de Al Asad, expresó en un comunicado que «la determinación del destino del país» es «una responsabilidad exclusiva del pueblo sirio, sin imposiciones extranjeras», un argumento suscrito por Rusia, quien también pidió «respeto a las opiniones de todas las fuerzas étnicas y confesionales de la sociedad siria».

La pata coja de las negociaciones la pondrá Turquía, que disiente de que la nueva Siria tenga que tener en cuenta a las milicias kurdosirias en las negociaciones, ya que consideran que hay facciones próximas al PKK, la guerrilla kurdoturca que considera «terrorista». «No [queremos que participen]. Salvo que ellos cambien», dijo el titular de Exteriores, Hakan Fidán. Las milicias proturcas del nordeste sirio, de hecho, tomaron este domingo la localidad de Manbij para dañar las pretensiones kurdas de formar una autonomía en Siria.

Donald Trump responsabilizó a Rusia de lo sucedido a Al Asad, apuntando que a Vladimir Putin ya no «está interesado en protegerle».

La caída de Al Asad, un fracaso para la política exterior de Putin

El presidente Joe Biden dijo en alto lo que todo el mundo piensa: la caída de Bachar al Asad es consecuencia de la debilidad de Irán y Rusia. Y no es el único. El esfuerzo bélico de Rusia en Ucrania ha desatendido su ayuda al régimen de Bachar al Asad, cuya caída supone para el Kremlin un fracaso más de su política exterior.

En su momento, la ofensiva de las fuerzas rusas en Siria fue un golpe de timón de Moscú ante el deterioro de su imagen por la anexión de Crimea y la guerra en el Dombás, que arrancó en el 2014. Aquella intervención en Oriente Medio comenzó en septiembre del 2015 para lograr una mayor presencia de Rusia en la escena internacional y poder así contrarrestar la percepción negativa de sus acciones en Ucrania, con la narrativa por delante de la lucha contra el terrorismo yihadista.

Pero ahora todo se ha venido abajo. Las televisiones públicas rusas silenciaron lo que sucede en Damasco. Dedican sus espacios a Putin condecorando a figuras del mundo de la cultura o preparando su gran comparecencia televisiva del día 19.

Bashar Al Asad, durante el Islamic Summit en Arabia Saudí, en noviembre del 2024
Bashar Al Asad, durante el Islamic Summit en Arabia Saudí, en noviembre del 2024 XINHUA vía Europa Press | EUROPAPRESS

Bachar al Asad, el digno heredero del tirano y despiadado León de Damasco

Rosa Paíno

No era el elegido, pero la muerte del heredero de la dinastía Al Asad, su hermano Basil, en un accidente de tráfico en 1994, le llevó al poder. Bachar (Damasco, 1965) dejó sus estudios de posgrado de Oftalmología y su relajada vida en Londres alejada de la política para preparar su formación y suceder a su padre, Hafez al Asad, que dirigía con mano de hierro Siria desde 1971 tras dar un golpe de Estado.

Su momento llegó en julio del 2000 con el fallecimiento del progenitor, perteneciente a la minoría religiosa alauí (una rama del chiismo). No tenía el carisma del viejo León de Damasco (asad significa león en árabe), pero todo indicaba que iba a ser un revulsivo que acabaría con tres décadas de dictadura. Su condición de hombre tímido, educado en Occidente, que dominaba tres idiomas y recién casado con Asma, una licenciada en informática y analista económica, hicieron pensar a los sirios en un posible cambio de era.

Nada más lejos de la realidad. La esperanza de un líder reformista y aperturista pronto se quebró. Bachar se fue transformando con los años en un tirano que nada tenía que envidiar a la figura del despiadado Hafez.

No tardaron en llegaron las campañas de acoso para acallar a opositores y adversarios políticos de su propio partido. Y, tras el estallido de la Primavera Árabe, llegó la brutal represión de las protestas que comenzaron en Deraa y se fueron extendiendo por todo el país. Ni Moamar Gadafi ni Hosni Mubarak resistieron la presión de la calle, pero él se agarró al poder desatando una brutal guerra civil. No le pesó sobre su conciencia atacar a mujeres y niños con armas químicas o lanzar los temibles barriles bomba para hacer que se rindieran bastiones rebeldes como Alepo. Pese a su crueldad, su derrota parecía inminente hasta que lo salvaron sus aliados rusos, iraníes y libaneses, que le permitieron recuperar territorio a costa de arrasarlo.

La guerra finalizó en falso, pero los insurgentes esperaron su momento en Idlib, adonde fueron enviados por el régimen tras la recuperación de las ciudades rebeldes. El caldo de cultivo de una revuelta se cocía a fuego lento en el descontento de una población pobre. Veinticuatro años después, la persona cuyo rostro era omnipresente en las calles de toda Siria huyó sin dar la cara.

Abu Mohamed al Jolani.
Abu Mohamed al Jolani. Mahmoud Hassano | REUTERS

Abu Mohamed al Jolani, el reconciliador bajo el manto de la yihad global 

Pablo Medina

Desde la mezquita de los Omeya, la familia califal más importante de la historia siria, Abu Mohamed al Jolani (Riad, 1982) se dio un baño de masas bajo una promesa tras derrocara Bachar Al Asad: «Esta victoria es una nueva historia para toda la umma [la comunidad islámica] y para toda la región. Al Asad ha dejado a Siria como una finca para las ambiciones iraníes, y propagó el sectarismo y la corrupción». Con la predicación de que construirá una nueva Siria, el heredero de los grandes grupos de la yihad global deberá resolver si sus promesas de inclusión son reales o si tendrá por bandera el islamismo radical. 

La vida de Ahmed al Shara, su nombre real, estuvo ligada a la de su padre Ahmed Huseín. Tras ser exiliados del Golán, ocupado por Israel en la década de los sesenta, la familia buscó refugio entre Siria e Irak y acabó en Arabia Saudí. Se afincaron en Riad con el rencor de que a su padre le detuvieran dos veces los bazistas. Un resquemor que heredaría el joven Ahmed.

A él le sedujo la resistencia iraquí que se levantó contra la ocupación estadounidense en el 2003 después de que Sadam Huseín fuera ahorcado. Entró en contacto con la filial de Al Qaida en Irak, que por aquel entonces dirigía Abu Bakr al Baghdadi, en el futuro fundador de Estado Islámico. Los dos se radicalizaron en la cárcel de Abu Ghraib. EE.UU. ofreció por él una recompensa de 10 millones de dólares aún vigente.

Con el estallido de la guerra civil siria, Al Baghdadi encomendó a su pupilo formar una franquicia siria del grupo que pasaría a llamarse Frente al Nusra. Los conflictos entre grupos yihadistas le llevó a separarse de Estado Islámico en el 2013 y Al Qaida en el 2016, cuando el régimen sirio condenó a la oposición a parapetarse en Idlib, donde dio nombre a su nuevo grupo armado: Hayat Tahrir al Sham.

La paciencia de Al Jolani tuvo su premio y consiguió liberar Siria de la tiranía de Al Asad. Durante ocho años, ha intentado lavar la cara a su grupo, consciente de que sin el apoyo de Occidente, Siria no tiene futuro. Estos días pidió la protección de todas las minorías étnicas y religiosas y llamó a la construcción de una Siria plural. Pero su figura suscita dudas sobre si será un conciliador o si será como su maestro Al Baghdadi.