Oriente Medio ha vuelto a cambiar de repente

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

ACTUALIDAD · Exclusivo suscriptores

Sirios celebran la caída de Bachar al Asad.
Sirios celebran la caída de Bachar al Asad. Amr Abdallah Dalsh | REUTERS

«No se puede obviar el hecho de que los vencedores son grupos islamistas radicales, algunos de ellos yihadistas»

08 dic 2024 . Actualizado a las 21:40 h.

Hace tan solo diez días nadie creía posible que el régimen de Bachar al Asad pudiese caer. Se sabía que estaba debilitado porque sus aliados se encontraban distraídos, Rusia en Ucrania y Hezbolá en el Líbano, pero todos los expertos coincidían en que las milicias rebeldes carecían de la fuerza necesaria para derrotar al Ejército sirio. Era cierto, pero al final la cuestión no ha estado ahí, sino en el propio Ejército sirio, que simplemente se ha negado a luchar. Ha habido algunas escaramuzas, pero ninguna batalla. Desmotivados, hundidos en la corrupción y decepcionados porque su aparente victoria en la guerra civil no había supuesto una mejora de las condiciones de vida del país, los soldados y oficiales de Al Asad han decidido que ya no estaban dispuestos a morir por él. De modo que el sábado por la noche entraban los primeros destacamentos rebeldes en Damasco y se ponía fin así a una de las dictaduras más brutales del mundo. También, de paso, a una reliquia de la Guerra Fría en Oriente Medio, el último de aquellos regímenes laicos y socializantes que había creado la URSS y que llegaron a sobrevivirle.

Que el derrumbe del régimen haya sido tan rápido y relativamente incruento da esperanzas de que la transición pueda ser pacífica, pero existe una lógica preocupación por lo que sucederá ahora. No se puede obviar el hecho de que los vencedores son grupos islamistas radicales, algunos de ellos yihadistas. La principal fuerza de entre ellos, Hayat Tahrir al Sham (Organización para la Liberación del Levante, HTS), nació como sucursal de Al Qaida y llegó a estar vinculada al Estado Islámico. Aunque ahora asegure que se ha distanciado de ellos, habrá que ver cómo de sincera es esa transformación. E incluso si lo es sigue existiendo el riesgo de una lucha por el poder entre distintas facciones. El espectro de lo ocurrido en Libia planea sobre Siria. En este sentido, Turquía, que apadrina a varias de estas facciones, puede ser muy útil a la hora de evitar que el proceso político se desboque.

Este éxito de Ankara no es la única consecuencia geoestratégica importante de la caída de Al Asad. Irán y Hezbolá pierden su conexión por tierra y, en general, influencia en la región. Para Israel es una buena noticia, si bien atemperada por la preocupación con el ascenso de los islamistas en su vecindad. Para Rusia, el golpe es especialmente duro. No solo ve gravemente dañado su prestigio cuando se aproximan negociaciones de paz en Ucrania, sino que pone fin a lo que se había convertido en una importante presencia en Oriente Medio, incluidas las bases aérea y naval que le había cedido Al Asad. En Rusia se veía esa bota plantada en Siria como el mayor triunfo de la política exterior de fuerza impulsada por Vladimir Putin, que desde ahí se proyectaba a África. Que ese éxito haya tenido un final tan abrupto dará que pensar a los líderes africanos que confían en el apoyo del Kremlin. Incluso también puede que suscite algunas preguntas en la propia Rusia.