Mil días de guerra en Ucrania, una nueva fase y un final incierto

Andrés Rey REDACCIÓN / LA VOZ

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Una manifestación contra la guerra en Ucrania, este domingo en Nueva York.
Una manifestación contra la guerra en Ucrania, este domingo en Nueva York. Eduardo Munoz | REUTERS

El Kremlin acusa a Washington de echar «leña al fuego» al permitir a Kiev disparar sus misiles de largo alcance contra territorio ruso, aunque se limiten a Kursk

19 nov 2024 . Actualizado a las 11:40 h.

Hace mil días que Rusia emprendió su invasión de Ucrania. Mil días de ofensivas y contraofensivas, de ilusiones y varapalos para ambos bandos que terminan como empezaron: con Moscú ganando terreno. Las tropas del Kremlin, ahora apoyadas por Corea del Norte, siguen avanzando diariamente en el este del país, a pesar del alto número de bajas, contra unas fuerzas ucranianas tullidas que necesitan desesperadamente más soldados. Tal vez fue ese número, el mil —o quizá la victoria de Donald Trump, que busca forzar un final relámpago a la guerra con grandes pérdidas para Ucrania—, el que empujó a Joe Biden a dar un golpe de tablero que ha revuelto todas las piezas. Menos de dos meses antes de dejar la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos ha dado permiso a Volodímir Zelenski para usar sus misiles ATACMS contra territorio ruso.

Los misiles ATACMS tienen un alcance de 306 kilómetros. Con ellos, Zelenski podría por fin golpear objetivos en la Rusia profunda, su reclamo central desde hace meses. «Para llevar a cabo nuestro plan de la victoria necesitamos munición de largo alcance —dijo el domingo el líder ucraniano—. Se está hablando mucho en los medios de que hemos recibido permiso para usarla, pero los ataques no se hacen con palabras. Esas cosas no se anuncian. Los misiles hablan por sí solos y no hay duda de que lo harán». Sin embargo, este lunes esos mismos medios puntualizaron que la luz verde de Biden está limitada, al menos por ahora, a la región rusa de Kursk.

Washington está echando «leña al fuego», aseveró el Kremlin. El portavoz presidencial, Dmitri Peskov, recordó las palabras de Vladimir Putin en septiembre, durante el foro cultural internacional de San Petersburgo: «El uso de cohetes de largo alcance contra Rusia significaría involucrar directamente a la OTAN y a Estados Unidos en el conflicto». Eso cambiaría la esencia de la guerra, había asegurado el autócrata, a la vez que amenazaba con «adoptar las decisiones correspondientes».

El Ejército del Kremlin está centrando su ofensiva en el Dombás, aunque ayer los ataques volvieron a caer sobre la ciudad de Odesa. Allí, el segundo misil en dos días dejó ocho muertos y 18 heridos. Al otro lado del frente, en Rusia, crece una ola de represión sin precedentes. La semana pasada un tribunal de Moscú condenó a la médica Nadiezhda Buyánova a cinco años y medio de cárcel por justificar la defensa de Ucrania. Los magistrados dictaron sentencia sin pruebas, solo con la declaración de una paciente que, según el abogado de la doctora, actuó de mala fe «porque Buyánova es de origen ucraniano».

 

Europa, dividida

En Europa, las reacciones fueron un espejo del panorama comunitario y llegaron partidas en dos. Las primeras respuestas fueron positivas, desde Polonia y Alemania, que celebraron un «momento decisivo» en la guerra, aunque los germanos matizaron que la situación no cambia para ellos. El canciller Olaf Scholz reiteró su negativa a entregar a Kiev misiles de largo alcance Taurus. «Es importante organizar el apoyo de tal forma que no lleve a una escalada», justificó, mientras su ministro de Defensa, Boris Pistorius, anunciaba el envío de 4.000 drones y el Ejército federal empezaba a instruir a las empresas ante la posible expansión del conflicto ruso-ucraniano al resto de Europa.

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, apoyó indirectamente a sus colegas polacos y alemanes. El respaldo de los aliados a Ucrania es «más importante que nunca», afirmó, en un momento de «peligrosa expansión» con la entrada en combate de tropas norcoreanas.

La otra cara de la UE se hizo visible a través de las palabras del primer ministro eslovaco, el populista y prorruso Robert Fico, muy cercano al ultra húngaro Viktor Orbán. Fico criticó la decisión de Biden. Una maniobra, sostuvo, cuyo objetivo solo puede ser «frustrar» y «malograr» las posibles negociaciones de paz entre Moscú y Kiev. El eslovaco se mostró sorprendido por la rápida reacción positiva de varios socios comunitarios ante ese «paso militarista» de Biden: «Es una confirmación de que la UE no puede formular por sí sola una postura política en materia exterior».

Más allá del entorno político, algunos expertos expresaron dudas. Limitar el uso de los ATACMS a la región de Kursk «es un sinsentido», dijo el analista militar ucraniano Mijailo Samus a Efe. «Significa que si los soldados rusos están en Kursk, los podemos atacar, pero si se trasladan a Briansk ya no», señaló contrariado. Lo mismo opinó el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) de Washington, testigo de una larga espera por una ayuda que nunca llega. «Han sido casi tres años», escribió en X el activista y analista ucraniano Iliá Ponomarenko: «¿Cuántas vidas podrían haberse salvado?».