Utiel rescató a Utiel de una dana histórica: «No estoy satisfecho porque no pude salvar a más»

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Lluis Claramunt se abraza con Cventan Venchov, el Búlgaro, quien lo rescató de la riada en Utiel. A él, y a 40 personas más
Lluis Claramunt se abraza con Cventan Venchov, el Búlgaro, quien lo rescató de la riada en Utiel. A él, y a 40 personas más CARLOS PERALTA

Agricultores y hasta particulares en barca rescataron a cientos de personas de la riada

14 nov 2024 . Actualizado a las 21:38 h.

Hoy son noticia en Utiel, pero siempre serán historia. Isabel la Católica le otorgó el título de Muy Noble al entonces concejo en 1476. Los héroes anónimos utielanos que salvaron a cientos de personas en la riada optan a un título similar. Agricultores y vendimiadores —el vino es el producto estrella en esta comarca— con sus tractores y, hasta un pescador envalentonado, se armaron de valor para rescatar a muchos vecinos.

Las palas de los tractores se convirtieron en el salvavidas de muchos, que acabaron al resguardo en el hotel y restaurante Tollo. A Carol, la recepcionista, todos le llaman Gorra. Ella fue la que advirtió de una emocionante casualidad en el turno de comidas. Cvetan Venchov, conocido como Búlgaro por su origen, conversa animado con sus compañeros de trabajo. A pocos metros está Luis Claramunt. Ninguno se ha percatado de la presencia del otro.

Búlgaro y su jefe, Fran Platero, salvaron a cerca de 40 personas con una maquinaria pesada. Cuarenta toneladas que no hay corriente que pueda con ella. «¿Pero, ¿dónde van los plateros?», pensó una vecina al verles abrirse paso a la riada. «No estoy satisfecho porque no pude salvar más», asegura Búlgaro. La gente usaba la linterna del móvil para advertirles de su presencia. Tuvieron que parar un momento, pero cuando volvió a bajar la altura de la riada, regresaron a la carga.

Fran había salvado ya a su familia, pero quiso comprobar si podía rescatar su coche. Búlgaro y él saltaron de tapia en tapia hasta darse de bruces con Luis. «El agua reventó la puerta de la cocina y acabé en el patio. Salieron las neveras por encima y todo», recuerda. Él estaba aferrado no solo a las rejas de su patio, sino también a la vida, cuando Búlgaro y Fran saltaron a su patio. La fuerte corriente estampó a Platero contra un rincón, pero Cvetan logró romper la puerta y sacar a Luis de allí. «De lo mal que lo pasó, no se acuerda de mí el chiquitete», le dice Cvetan al nieto de Luis, que presenció todo desde la primera planta. «Te daré un detalle en Navidad», insiste Luis. Pero Búlgaro lo rechaza: «Nada, nada. Disfruta de lo que te queda». Un consejo que se aplicará él mismo. Llegó a Valencia hace más de veinte años, con 500 euros en el bolsillo. Aquel día durmió sobre un cáñamo. En enero cerrará su etapa en Utiel y en España para acompañar a su mejor amigo a Florida, para disgusto de Fran.

Surcando la riada

Lo de los rescates heroicos no fue solo cosa de los plateros. En Utiel casi todo el mundo tiene apodo. El miércoles tras la riada todo el pueblo comentaba los vídeos de José Manuel Martínez, alias Zoquero, y el bombero Chele manejándose en una barca sobre la riada como si fueran la campeona olímpica Maialen Chourraut.

«Me pilló de vacaciones. Trabajo en la Unidad Militar de Emergencias [UME]. Estaba almorzando en casa de mis padres y empezó a llover», afirma Zoquero. Eran entonces las diez de la mañana, y la situación no paraba de empeorar. A la una se desbordó el río Magro. Esperó el momento idóneo, que llegó cuando el agua superó los tres metros de altura. Empezó entonces una historia de película. «La verdad es que sí que lo fue», afirma este profesional de la UME, afanado en ayudar a los afectados por la dana. Puso a punto la barca y al agua. «El problema era la corriente y todo lo que venía. Me pegaba contra las casas, me chocaba contra coches y señales. De todo. La gente no paraba de gritar», recuerda Zoquero. Chele y él rescataron a muchos niños y personas mayores en apuros. También ejercieron como taxi de aguas bravas. Los dos aventureros lograron acercar a varias personas a las casas de allegados con problemas de movilidad o con alguna discapacidad. Estaban a salvo, pero era mejor que no estuvieran solos. «El motor de la barca estaba destrozado», recuerda el profesional de la UME. La barca sufrió de lo lindo. Tanto que acabó algo resquebrajada.

Para entonces eran Zoquero y Chele los que estaban en apuros. Acabaron a la deriva, dos kilómetros río abajo. Usaron un árbol como ancla improvisada. Uno desde el tronco y el otro desde la barca esperaron con tenacidad y, puede, con síntomas de hipotermia a ser rescatados. Lograron mandarle su ubicación a unos amigos, que acudieron finalmente.

El rescatador y el rescatado, como en el sentido abrazo de Búlgaro y Luis en el hotel Tollo. Pasaron por ambas situaciones Fran, Zoquero y Chele. También Sheila. Guerrero es su apellido, no su mote, pero por su actitud el fatídico 29 de octubre bien podría serlo.

«El agua nos llegaba al cuello»

La joven estaba en su casa, un bajo alquilado. Pasaba un rato con su madre y una amiga de esta. Empezó a llover torrencialmente, pero no le dieron mucha importancia. Es normal en octubre. Pasaron en poco menos de una hora de la calma a la preocupación. El agua les llegaba por encima de la cintura. Lograron, no sin dificultad, refugiarse en la terraza de una vecina. «Nos llegaba el agua por el cuello», recuerda. Sheila y su madre pasaron allí un total de 11 horas. Pero la joven no perdió el tiempo. Vio como un padre se despedía de su hijo y no dudó en actuar. Este hombre estaba atrapado en el sótano y se desgañitaba desde un ventanal. Su hijo y Sheila rompieron el cristal y sacaron a este señor del sótano. «De tanta fuerza que hice me caí para atrás y me di en la cabeza, pero solo tengo un chichón», afirma Guerrero, que relata el «infierno» por el que pasó en un restaurante, gracias a un receso concedido sin titubeos por su jefa.

A la una y media de la madrugada fue ella la rescatada. Cómo no, por un tractor. Su madre y su amiga fueron en una pala y ella en la cabina. No conocía a los que le salvaron. Tampoco Luis sabía nada hasta entonces de Búlgaro. Pero ahora nadie les olvidará, del mismo modo que Utiel recordará a las seis personas que perdieron la vida el fatídico martes.