La respuesta solidaria tras la dana sigue firme pese a la desorganización

Carlos Peralta
Carlos Peralta LA VOZ EN VALENCIA

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Carlos Peralta

Urge optimizar el tiempo de los voluntarios y canalizar mejor las donaciones para evitar el colapso de los centros logísticos en la provincia de Valencia

10 nov 2024 . Actualizado a las 21:36 h.

La dana de Valencia provocó un aluvión de solidaridad que, once días después sigue latente. Los valencianos insisten en que esta llama se mantenga viva por mucho más tiempo. Este sábado, día libre para la mayoría de la población, miles de voluntarios volvieron a acudir a los pueblos más afectados. Semejante desborde de altruismo necesita una coordinación eficaz, que ha ido indiscutiblemente mejorando con el paso de los días.

La sociedad ha asumido con determinación una parte del pastel. Varios coordinadores estaban ayer exhaustos y agotados tras jornadas maratonianas. La gestión se basa en dos aspectos: la distribución de víveres y productos necesarios, y el reparto de los voluntarios. En ambos casos, existen varios eslabones para que la ayuda llegue a los vecinos afectados, tanto si hablamos de un joven predispuesto con una pala o del reparto de leche.

En lo relativo a los voluntarios, la Generalitat coordina estos días, junto a la Plataforma del Voluntario de la Comunidad Valenciana, una web para registrarse en una u otra tarea y por un período de tiempo determinado. A través de este sistema, según la Generalitat, se coordina el trabajo de 1.800 personas.

Pero no es el único método. Muchos voluntarios son incuantificables. Simplemente echan a andar o van en sus vehículos hasta donde pueden. Una vez en su destino, preguntan hasta encontrar a alguien que les pide ayuda. En un tercer grupo, están los que optan por organizarse a través de plataformas que, a su vez, son igualmente redes de voluntarios.

El caso más notorio es el del teatro de la Rambleta. Desde ahí parten centenares de personas. La actividad comienza en teoría a las ocho y media de la mañana, pero una hora antes una voluntaria cordobesa, Luz Molina, ya atiende a los voluntarios que esperan su destino.

Las preguntas son siempre las mismas: vehículo y plazas disponibles, cargamento que traen y equipaje para trabajar con seguridad. Los coordinadores deben encajar las peticiones de los pueblos con las necesidades de cada voluntario. Si uno trae un amplio cargamento de Madrid, seguramente habrá palas de sobra para otras personas que las necesiten. Este rompecabezas evidencia la dificultad a la que se enfrentan los diferentes eslabones de esta cadena de solidaridad. Los coordinadores de la Rambleta, que se muestran agradecidos a los gerentes del teatro, se esfuerzan por cuadrar las demandas del siguiente paso: los centros logísticos que operan directamente en los pueblos.

En Paiporta, uno de los municipios más golpeados por la dana, sus tres colegios y el instituto han sido provisionalmente lugares clave para el reparto de comidas. La Consejería de Educación busca acelerar el regreso de los alumnos a sus aulas originales —cada vez son más los estudiantes acogidos por otros centros educativos—, por lo que todos ellos ceden ahora un rol que surgió hace menos de once días, que se asumió con premura y, en muchos casos, con más ganas que experiencia demostrable para ello.

«No estoy nada convencido de que el Ayuntamiento tenga la infraestructura necesaria para hacerlo bien. Nosotros estábamos haciendo algo que nunca antes habíamos hecho, pero lo estábamos haciendo cada día mejor», remarca una persona que vive en el municipio y que asumió responsabilidades en el reparto de comidas de uno de estos centros educativos.

La llegada de productos básicos a las zonas afectadas también presenta deficiencias. Es en parte lógico. Esta es una situación sin precedentes. La Generalitat anunció que, en los últimos tres días, repartió 200 toneladas de alimentos y productos de higiene a través de la plataforma web Som Solidaritat. La caridad es impredecible si hablamos de la respuesta de la sociedad. A los puntos de recogida de los distintos lugares de España se unen personas anónimas que llegan con furgonetas cargadas hasta los topes y que no saben adónde dirigirse. Algunos optan por eslabones intermedios, como la Rambleta, y otros prefieren ir directamente a los pueblos.

Tampoco ayuda la ola de desinformación. El viernes circuló por las redes sociales que un centro logístico no conseguía repartir todas sus comidas. Un hecho que desmienten tajantemente desde dentro. «La gente habla de cosas que no sabe, se repartieron 4.000 hamburguesas», remarca su coordinador.

La situación es excepcional como también lo fueron los primeros días después de la tragedia. El aislamiento y la sensación de abandono propiciaron reacciones espontáneas. Son varios los ahora coordinadores que reconocen que se saltaron varios trámites para poner en marcha los centros logísticos. Ahora se precisa de una toma de mando a una escala superior.

Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Una premisa que debe aplicarse a la reacción solidaria. La Rambleta cuenta con un equipo con tareas específicas. Un grupo está dedicado a alimentos o productos específicos —los pañales, por su precio, son especialmente custodiados después de varios robos—, mientras otros compañeros distribuyen tanto la ayuda en forma de víveres como en forma de trabajo. Su progresiva trascendencia se debe en parte a este preciso reparto. Aunque hoy será su último día en los aledaños del teatro. Toda su estructura se muda al Ikea de Alfafar, donde lidera el centro logístico la persona que inicialmente arrancó también la ola solidaria de la Rambleta. 

Comida caliente para los vecinos que encerró la dana

El conductor del reparto, Flenginsky, y las voluntarias María José y Nabila Mondragón.
El conductor del reparto, Flenginsky, y las voluntarias María José y Nabila Mondragón. CARLOS PERALTA

Muchas personas no han salido de casa desde hace 13 días debido al estado de las calles y la acumulación de escombros

Ya son casi las dos de la tarde. Cuatro voluntarios entran en una furgoneta. Dos delante y dos en la parte de atrás, que queda totalmente a oscuras. Nabila Mondragón activa la linterna de su móvil y, junto a otra compañera, María José, ordenan las bolsas de comida que, en breves instantes, repartirán por varios domicilios de Paiporta. «Desde cocina van empaquetando todo por bolsas, con yogures bebibles, una pieza de fruta, una botella de agua y dos raciones por persona», explica esta voluntaria de Cheste, un municipio afectado en menor medida por la dana.

El reparto no es sencillo. Las calles están a rebosar de maquinaria, voluntarios, bomberos, policías... Además de escombros, vehículos destrozados y fango. Pero a los mandos está Jorge Flenginsky, que se ha pedido vacaciones para echar una mano. Es conductor de autobús y está acostumbrado a manejarse en Barcelona en hora punta.

El reparto comienza con una señora pidiendo más raciones. Está de suerte. Su vecina de arriba ha tenido que ir al hospital y no recibirá su parte. «Tranquilos, no es por nada grave», añade el nieto de la persona ausente.

Siguiente puerta y mismo recibimiento. «¿Mañana volveréis?», afirma otra señora. «Por supuesto, esto continúa», contesta Sergio Cabrera, que, además de repartir, es el marido de Nabila y guía de Jorge por las enfangadas calles paiportinas. Su vuelta no será con la coordinadora actual, formada por docentes voluntarios del colegio Ausias March de Paiporta. El Ayuntamiento asumió el viernes este servicio.

El siguiente destino no parece seguro. La planta baja es un solar con andamios. La estructura es frágil. «Yo de vosotros no entraría, es un edificio ocupado», recomienda un vecino desde el garaje de al lado, mientras fuma tranquilo un pitillo. Pero Sergio accede, decidido, pese a las advertencias de Nabila. Debe entregar la comida en el segundo piso. Puerta 12. La de al lado está claramente forzada y entreabierta. Nadie contesta, así que Sergio vuelve a la calle y le ofrece al vecino la ración sobrante. «No, no, gracias, dádsela a alguien que la necesite más que yo», responde, educado. Un grupo de bomberos, que se tomaban un respiro en una plazoleta, se quedarán con la botella de agua.

«Otra labor que hacemos es preguntarles si necesitan algo más de lo que llevan en la bolsa. También conseguimos que se apunten más personas», resume Nabila. El miércoles se inscribió un señor que llevaba desde la dana sin comer un plato caliente. Cada voluntario tiene su método para memorizar. Otra compañera sube, decidida, las escaleras y, una vez entrega la comida, recita en una grabación de audio las peticiones de los vecinos.

El reparto sigue. En este caso es un segundo piso. El patio, visto lo visto en Paiporta, está ya tan aseado que duele acceder con las botas llenas de barro. Nadie contesta, pero hay gente en casa. Lo advierte la vecina de arriba: «Está un poco sorda, pero a mí siempre me escucha. Ya veréis». Su plan era hacer ruido desde un lugar exacto de su vivienda aunque finalmente no fue necesario. Los voluntarios resuelven el entuerto con el milenario truco de golpear la puerta con algo más de fuerza. Finalmente abre la puerta una mujer con andador. Con una sonrisa de oreja a oreja, recibe con dificultad y determinación la bolsa amarilla con su dirección anotada en rotulador permanente. Un voluntario coloca con cariño la botella de agua en el cesto de su andador. «¡Gracias, gracias, gracias!», añade la señora antes de despedirse.

Jorge espera tranquilo a que vuelvan los voluntarios a su furgoneta. «Ayudar es lo mejor que puede hacer cualquiera persona», afirmará cuando termine su turno. Las siguientes personas atendidas tienen peticiones diferentes: una pide más leche y la siguiente asegura que vive sola, por lo que no necesita las tres raciones que tiene asignadas. Otra aprovecha para devolver unos yogures que llevaban seis meses caducados. Es extraño, porque en las raciones solo hay uno y es bebible, precisamente, para prolongar su buen estado.

Se acaba el reparto con un último pedido. Sergio y Nabila no encuentran la calle. Se asoman a una de las tres entradas del puente del barranco, donde un agente de la Ertzaintza dirige el tráfico. Casi sin cobertura móvil, optan por el método más ancestral: preguntar a un lugareño. El piso estaba delante de sus narices. Un clásico. La mujer que los recibe lo hace con alegría y entusiasmo. Está a cargo de su madre, de 94 años, y lleva más de una semana sin salir de casa.