Comida caliente para los vecinos que encerró la dana

Carlos Peralta
Carlos Peralta LA VOZ EN VALENCIA

ACTUALIDAD · Exclusivo suscriptores

El conductor del reparto, Flenginsky, y las voluntarias María José y Nabila Mondragón.
El conductor del reparto, Flenginsky, y las voluntarias María José y Nabila Mondragón. CARLOS PERALTA

Muchas personas no han salido de casa desde hace 13 días debido al estado de las calles y la acumulación de escombros

10 nov 2024 . Actualizado a las 15:05 h.

Ya son casi las dos de la tarde. Cuatro voluntarios entran en una furgoneta. Dos delante y dos en la parte de atrás, que queda totalmente a oscuras. Nabila Mondragón activa la linterna de su móvil y, junto a otra compañera, María José, ordenan las bolsas de comida que, en breves instantes, repartirán por varios domicilios de Paiporta. «Desde cocina van empaquetando todo por bolsas, con yogures bebibles, una pieza de fruta, una botella de agua y dos raciones por persona», explica esta voluntaria de Cheste, un municipio afectado en menor medida por la dana.

El reparto no es sencillo. Las calles están a rebosar de maquinaria, voluntarios, bomberos, policías... Además de escombros, vehículos destrozados y fango. Pero a los mandos está Jorge Flenginsky, que se ha pedido vacaciones para echar una mano. Es conductor de autobús y está acostumbrado a manejarse en Barcelona en hora punta.

El reparto comienza con una señora pidiendo más raciones. Está de suerte. Su vecina de arriba ha tenido que ir al hospital y no recibirá su parte. «Tranquilos, no es por nada grave», añade el nieto de la persona ausente.

Siguiente puerta y mismo recibimiento. «¿Mañana volveréis?», afirma otra señora. «Por supuesto, esto continúa», contesta Sergio Cabrera, que, además de repartir, es el marido de Nabila y guía de Jorge por las enfangadas calles paiportinas. Su vuelta no será con la coordinadora actual, formada por docentes voluntarios del colegio Ausias March de Paiporta. El Ayuntamiento asumió el viernes este servicio.

El siguiente destino no parece seguro. La planta baja es un solar con andamios. La estructura es frágil. «Yo de vosotros no entraría, es un edificio ocupado», recomienda un vecino desde el garaje de al lado, mientras fuma tranquilo un pitillo. Pero Sergio accede, decidido, pese a las advertencias de Nabila. Debe entregar la comida en el segundo piso. Puerta 12. La de al lado está claramente forzada y entreabierta. Nadie contesta, así que Sergio vuelve a la calle y le ofrece al vecino la ración sobrante. «No, no, gracias, dádsela a alguien que la necesite más que yo», responde, educado. Un grupo de bomberos, que se tomaban un respiro en una plazoleta, se quedarán con la botella de agua.

«Otra labor que hacemos es preguntarles si necesitan algo más de lo que llevan en la bolsa. También conseguimos que se apunten más personas», resume Nabila. El miércoles se inscribió un señor que llevaba desde la dana sin comer un plato caliente. Cada voluntario tiene su método para memorizar. Otra compañera sube, decidida, las escaleras y, una vez entrega la comida, recita en una grabación de audio las peticiones de los vecinos.

El reparto sigue. En este caso es un segundo piso. El patio, visto lo visto en Paiporta, está ya tan aseado que duele acceder con las botas llenas de barro. Nadie contesta, pero hay gente en casa. Lo advierte la vecina de arriba: «Está un poco sorda, pero a mí siempre me escucha. Ya veréis». Su plan era hacer ruido desde un lugar exacto de su vivienda aunque finalmente no fue necesario. Los voluntarios resuelven el entuerto con el milenario truco de golpear la puerta con algo más de fuerza. Finalmente abre la puerta una mujer con andador. Con una sonrisa de oreja a oreja, recibe con dificultad y determinación la bolsa amarilla con su dirección anotada en rotulador permanente. Un voluntario coloca con cariño la botella de agua en el cesto de su andador. «¡Gracias, gracias, gracias!», añade la señora antes de despedirse.

Jorge espera tranquilo a que vuelvan los voluntarios a su furgoneta. «Ayudar es lo mejor que puede hacer cualquiera persona», afirmará cuando termine su turno. Las siguientes personas atendidas tienen peticiones diferentes: una pide más leche y la siguiente asegura que vive sola, por lo que no necesita las tres raciones que tiene asignadas. Otra aprovecha para devolver unos yogures que llevaban seis meses caducados. Es extraño, porque en las raciones solo hay uno y es bebible, precisamente, para prolongar su buen estado.

Se acaba el reparto con un último pedido. Sergio y Nabila no encuentran la calle. Se asoman a una de las tres entradas del puente del barranco, donde un agente de la Ertzaintza dirige el tráfico. Casi sin cobertura móvil, optan por el método más ancestral: preguntar a un lugareño. El piso estaba delante de sus narices. Un clásico. La mujer que los recibe lo hace con alegría y entusiasmo. Está a cargo de su madre, de 94 años, y lleva más de una semana sin salir de casa.